miércoles, 23 de abril de 2014

Elixir (En un café, 14)

 
 
Curioso pensar en el café como una suerte de máquina del tiempo...
 
En este café (el establecimiento) donde hace diez años me soñaba hombre toma un café (la bebida) el hombre en que me he convertido, el único cuya piel me he atrevido a vestir... La situación no es tan distinta (tener que elegir un camino, un lugar en la vida), el hombre es completamente diferente: le han amputado tiempo y la mayor parte de sus ilusiones, y afronta la siguiente, necesaria decisión como la última oportunidad de encauzar su vida hacia algo bello y significativo...
 
Entonces, saboreando un trago de café, pienso que lo único que no ha cambiado desde aquel lejano entonces es precisamente eso: el sabor del café, ese dulce amargor tan característico, tan trufado de connotaciones, que consigue por un breve instante transportarme imaginariamente a aquel ayer promisorio... Y vuelvo a sentirme el mismo de entonces, siquiera durante el tiempo que dura un sorbo; y me parece verme en cualquier otra mesa del mismo local ensayando los gestos que habrían de vestir al hombre futuro, o representando el drama de algún amor no correspondido que en la ingenuidad de entonces, ay, todavía parecía dotado de una gracia singular, y que hacía y haría (¿hará?) correr ríos de tinta sobre la hoja en blanco...
 
Refugiarse en el café, en los cafés, de lo que la vida hizo con uno; un breve respiro antes de salir de nuevo a la calle y ponerse encima, como un viejo abrigo agujereado, al hombre que ha de enredarse con lo posible y lo conveniente...