Encuentro la salvación como siempre (de todo aquello que lo acosa a uno, que se le enreda al pensamiento durante su desayuno en un café) en unos ojos azules que denotan hastío; el hastío de las mujeres bellas, marca de nacimiento perfeccionada luego en tantos anuncios de perfumes. Esa mirada que flota por sobre las cosas, que apenas lo roza a uno, que quizá se detenga divertida al verlo escribir (y la tentación de ser musa, tan connatural a la belleza, aleteará un instante en esos ojos encendiéndolos de capricho, quizá de crueldad). A este lado de las cosas (a este lado del tiempo y la derrota), ese azul cristalino resume todo aquello en lo que uno aún cree (y no cree): el salvoconducto hacia la vida correcta que siempre, ay, empezó por la belleza de una mujer...