sábado, 29 de octubre de 2011

Pensando en ti (En un café, 9)



Otra excelente imagen que es mejor no estropear con palabras... Apenas, si me lo permiten (estoy seguro de que, al menos en esto, cuento con su complicidad), fantasear con ser uno mismo el objeto de tan bello ensimismamiento, la silueta en el horizonte invisible en el que se pierden esos ojos que el deseo, o el recuerdo del deseo, quiere verdes... 

Vida secreta (En un café, 8)


Por debajo de lo que te gusta mostrar a los demás, existe una cronología secreta de tu vida: la que da cuenta de tus tristezas y tus soledades, tus renuncias y los momentos en que paladeas la tentación de oscurecerte, esquinarte; de hacerte nocturno, clandestino, evitando la luz del día donde tu fracaso se hace demasiado evidente, hurtándote a las miradas de las personas que te acompañaron en tu más reciente intento de ser feliz, buscando los rincones anónimos de la ciudad donde el vivir uniforme te distraiga de tu propia existencia, te ayude a olvidar a aquel que quisiste ser...


Entonces, en bares de barrio que no dudarías en llamar tugurios (y en los que, tantos años atrás que parece otra vida, descubriste junto a tus amigos, en interminables tardes de café y literatura, tu vocación de escritor), firmarás con letra apretada, nota a nota, el certificado de defunción del niño frágil, víctima propiciatoria durante demasiado tiempo, que ya no te puedes permitir seguir siendo; te rodearán en el velatorio los parroquianos habituales de tan insigne lugar, inmejorables compañeros de duelo a los que mirarás desde tu mesa de reojo, midiendo lo que aún te separa de ellos, una distancia ínfima que se puede acortar aún más si sustituyes el café que sigues tomando, aferrándote a una de tus más sagradas tradiciones, por los vapores de alguna bebida alcohólica de alta graduación...

Y, después de esta simulación de la catástrofe, volverás a casa tranquilo, reconfortado, dispuesto otra vez a ser, cuando el sol despunte en una nueva mañana, el tipo correcto e intachable que siempre ofrece una sonrisa, que se desvive por agradar a los demás, tras cuya fachada pulcra e inmaculada nadie podría adivinar los abismos que se agitan...

Dos vidas, dos cronologías corriendo paralelas... ¿Cuál de ellas es la verdadera, la más auténtica? ¿Cuál te define más, cuál dice mejor quién eres? ¿Cuál, al menos, ha ocupado más tiempo de eso que llamas tu vida?




viernes, 28 de octubre de 2011

Ver. 3.51


Dedico estos días a actualizar la cartografía del mapa de mi fragilidad; a añadirle nuevas carreteras con nombre de mujer (¿no lo son todas, acaso?) que llevan al mismo, desolado solar de tantas otras veces, adentrándose más allá de todo terreno asfaltado hacia la maleza primigenia donde habitan los fantasmas. Repaso asimismo viejas travesías por las que ya raramente circula algún recuerdo, y encuentro en ellas las razones inmemoriales de este eterno (di)vagar, esta deriva que acumula ya tantos kilómetros sin llegar a parte alguna. Imprudente, cometo exceso de lentitud en todos los radares del alma, y no dejo ni un solo punto negro sin recorrer, demorándome en la contemplación de las ruinas humeantes que, aún hoy, siguen ardiendo en los márgenes de toda carretera conocida...  

Quizá al final del trayecto sólo nos espere un cementerio de automóviles, donde hacinar los restos de tanto vehículo siniestrado -tanto empeño estéril- junto a los de los demás. En todo caso, sólo hay una verdad, que es la verdad eterna del camino:

Hay que seguir conduciendo.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Plebiscito popular

"Matar" (pónganse todas las comillas que se desee) al eterno joven enamoradizo, cargado de heridas y con un pasado de privaciones a cuestas, lastrado permanentemente por una fragilidad incapacitante, niño perdido en un mundo de adultos. Matarlo, o al menos objetivarlo, mirarlo desde fuera, hacerlo personaje de una historia de perdedores de esas que tanto le gustaba leer (y aspiraba algún día a escribir), imaginándose (anti)heroico protagonista de las más tristes y bellas hazañas. Mirarlo con simpatía y un punto de compasión, y asumirlo hijo infortunado, parte vulnerable -talón de Aquiles- de uno mismo, a la que abrazar y consolar de tanta derrota. O, de nuevo, matarlo, y ser sólo el otro: un personaje ficticio, desprovisto de pasado, libre de escribirse a sí mismo donde y como le venga en gana, de adoptar un nuevo nombre y una nueva nacionalidad por la mera tozudez de su deseo... Teniendo en cuenta, no olvidando, que el otro sólo puede existir en Cualquier Otra Parte.

¿Hace falta dar nombres?

martes, 25 de octubre de 2011

Se acerca el invierno...

El frío sana, consuela, refugia; desdibuja la realidad, le redondea las aristas más afiladas, le cambia la fisonomía hasta hacerla (felizmente) irreconocible. Vuelve el tiempo de los cafés y el mundo en las ventanas, la leve ensoñación en la que perder de vista la vida y los amores no correspondidos (el primero, el amor no correspondido por la vida), la literatura como bálsamo con que enjugar las heridas recaudadas en la reciente, veraniega trifulca con la realidad... Brilla la posibilidad de un nuevo comienzo; uno de tantos, siempre por estas fechas, circunscritos al ámbito de la mirada, de la narración interior con que uno se va contando, casi deshilachando... Soltando lastre, en alas de este invierno (en esta ciudad sólo existen dos estaciones: un verano largo y achicharrante y un invierno suave que más parece un otoño prolongado) que se acerca inminente...

Indigestión (En un café, 7)

Todo el mundo tiene un pasado, pensaba el escritor al observar, por ejemplo, la inverosímil motocicleta de alta cilindrada que conducía la tímida, casi modosa camarera de su cafetería favorita; ese pasado dificultaba, como tantas veces antes, que él pudiera pensar seriamente en "hacerse persona" (real, además) a su lado. Es la pesadez de los hechos consumados, la propia pesadez de la vida la que le impide dar el paso hacia ella -hacia la camarera, hacia la vida misma-, carente de esa flexibilidad, ese presente eterno de los personajes que no llegan a devenir personas, de la vida felizmente detenida en la mirada. Pero dónde encuentro personajes, dónde personas sin historia, concluye el escritor, tratando de engullir con dificultad, en un trago del café, su propio pasado.