lunes, 16 de junio de 2014

40 años

Olvidar a una mujer sin poner ciudades de por medio; un efecto de la edad que ata firme a una geografía indeseada, a una identidad grabada en unos huesos que se van haciendo viejos, que no sueñan ya con reposar el día postrero en la tierra de una ciudad ajena donde debía transcurrir la vida correcta que, ay, no se vivirá ya. Convocar un concilio de ciudades de papel, entonces, y ver cómo una tras otra se desvanecen al menor soplo de aire en contra, a la más pequeña mordedura del anhelo de la carne, al primer recuerdo envenenado de lo que nunca sucedió. Envidiar la ligereza de ánimo, la audacia de forastero vocacional con que se encaraban las calles desconocidas de otras ciudades hace sólo -¿sólo?- diez años, extraviando y reencontrando a cada momento el rostro de la mujer a la que se pretendía olvidar con el viaje (y a la que sólo el tiempo y otras mujeres permitieron al fin, años después, borrar del recuerdo). Olvidar a una mujer amada con cuarenta años, sin una triste huida en los bolsillos ni una historia que contarse en la que vestir la piel del héroe trágico: lenta labor de demolición que despoja de belleza al mundo...

 

sábado, 14 de junio de 2014

Soledad

 
 
"No miedo a la soledad; miedo a la pérdida de una soledad que yo había habitado con una sensación de poder, con una clase de ventura que los días no podrían ya nunca darme ni compensar"
 
(Juan Carlos Onetti, "El álbum")
 
 
Curioso pensar en el solitario al que no le dejan estar solo; en su soledad arrumbada -que a veces querría poder habitar de nuevo- poblada de canciones y poemas, de ficciones consoladoras o evasivas, de mundos y vidas alternativas que transcurren en el solo espacio de su mente. Es la soledad mencionada por Onetti, cuya definitiva pérdida nos arroja irreversiblemente al mundo de los demás, huérfanos y desprovistos de mapa o brújula. Curioso, paradójico pensar que esa soledad se alimenta de la vida, de las heridas recaudadas en la refriega con lo real; ir a la vida entonces será ir con el solo propósito de cosechar heridas nuevas con las que decorar las estancias de la soledad, el escenario giratorio de los viajes, el eterno espejo de la página en blanco...


 

miércoles, 23 de abril de 2014

Elixir (En un café, 14)

 
 
Curioso pensar en el café como una suerte de máquina del tiempo...
 
En este café (el establecimiento) donde hace diez años me soñaba hombre toma un café (la bebida) el hombre en que me he convertido, el único cuya piel me he atrevido a vestir... La situación no es tan distinta (tener que elegir un camino, un lugar en la vida), el hombre es completamente diferente: le han amputado tiempo y la mayor parte de sus ilusiones, y afronta la siguiente, necesaria decisión como la última oportunidad de encauzar su vida hacia algo bello y significativo...
 
Entonces, saboreando un trago de café, pienso que lo único que no ha cambiado desde aquel lejano entonces es precisamente eso: el sabor del café, ese dulce amargor tan característico, tan trufado de connotaciones, que consigue por un breve instante transportarme imaginariamente a aquel ayer promisorio... Y vuelvo a sentirme el mismo de entonces, siquiera durante el tiempo que dura un sorbo; y me parece verme en cualquier otra mesa del mismo local ensayando los gestos que habrían de vestir al hombre futuro, o representando el drama de algún amor no correspondido que en la ingenuidad de entonces, ay, todavía parecía dotado de una gracia singular, y que hacía y haría (¿hará?) correr ríos de tinta sobre la hoja en blanco...
 
Refugiarse en el café, en los cafés, de lo que la vida hizo con uno; un breve respiro antes de salir de nuevo a la calle y ponerse encima, como un viejo abrigo agujereado, al hombre que ha de enredarse con lo posible y lo conveniente...