sábado, 30 de octubre de 2010

El oficinauta


...Título maravilloso, en torno al cual merece nacer un proyecto: una historia de un aventurero de todos los días, quizá, surcando arrojadamente los mares turbulentos de esa tierra de peligros que es la oficina, arribando a las costas extrañas que son los escritorios de los compañeros (las costas extrañas de los otros), enamorándose una y otra vez de mujeres tan bellas como inalcanzables... En pos siempre de esa Ultima Thule que aguarda al final de todos los mares, más allá de la cual, como dice la leyenda, "hay monstruos"... ¿La vida?

(Se admiten sugerencias)

Deseo de Bartleby

Un libro desconocido, mal encuadernado, casi oculto -oculto en la práctica por su insignificancia- en los anaqueles de una librería de segunda mano; un libro que nadie leyó, que se publicó apenas una década antes, el único que dio a la imprenta su autor después de años de esfuerzo y antes de resignarse definitivamente a una vida de oficinista... Ese libro sería un amante yerto, virgen, que nadie jamás amaría, que agotaría sus días sin ser nunca leído, pasta de papel nunca acariciada por unos dedos fervorosos... Curioso pensar en escribir un libro desde esa expectativa, con un raro orgullo, sin pretender nada más; "este libro que hoy escribo y que caerá al instante en el olvido en una librería de viejo"... ¿Es esto una impostura?

Hacia la inmortalidad


Quizá si insistimos lo suficiente en los mensajes de la publicidad, si los coreamos todos a una (si la posmodernidad vence los últimos, desfallecientes núcleos de resistencia) nos haremos efectivamente inmortales (curioso pensar, tras ver un anuncio en el que una mujer de mediana edad, tras aplicarse una crema rejuvenecedora, dice algo así como "por fin vuelvo a ser yo"). Una inmortalidad por consenso, bajo la luz siempre amorosa de los rayos catódicos del televisor; a esto y no otra cosa podemos aspirar, a este Dios debemos rezar todas las plegarias -con ritmo de jingle publicitario- que nos queden...

El habitante del mañana, 3


Querría escribir una novela que fuera como una máquina del tiempo, no para viajar al pasado, sino para detener el futuro; levantar un muro de palabras contra el tiempo, que hablaran de un futuro lejano para hacer retroceder al que ya se cierne inminente... Habría que resguardarse del futuro, andarse con pies de plomo para no topárselo; no tomar ninguna decisión, porque las decisiones son sus aliadas ocultas y lo aceleran; no tomar éste o aquel camino, porque al final de todos ellos se encuentra siempre él...

jueves, 28 de octubre de 2010

Pequeños actos de terrorismo

La identidad se graba en los nervios, se articula en el vuelo furioso de las extremidades, se reafirma y perpetúa en el movimiento constante (las piernas recuerdan quién es uno mejor que uno mismo, llevándole como sobre raíles por los escenarios recurrentes donde transcurre su vida)... Pequeños actos de terrorismo íntimo debilitan ese edificio demasiado sólido, planteando la duda de si uno es realmente uno; cosas como detenerse y mirar alrededor, asomarse a un escote prominente que nos habla de la desmesura original del deseo, preguntarse constantemente "qué pasaría si", jugar a habitar una ciudad ajena difuminando la propia en la mirada...

El habitante del mañana, 2


De joven, y siguiendo los consejos paternos, fui siempre muy ahorrador: ahorraba para el futuro deseos, atisbos, sensaciones con las que amueblar una vida mejor por venir... Todo ello, nada más aparecer por la conciencia -nada más erizarme el vello- era etiquetado como un recuerdo del futuro (¿era yo un arqueólogo a la inversa?), empaquetado en un embalaje de seguridad a prueba de golpes (los que tuviera que darme la vida, en los días por venir), y enviado al futuro por mensajería nada urgente (al fin y al cabo el paquete resultante me tendría que esperar allí), después de, si acaso, un breve instante de manoseo cargado de anticipación...

martes, 26 de octubre de 2010

Contra el Tiempo


Llega una edad en la que se hace urgente detener el tiempo; éste de pronto ha empezado a correr sin control, multiplicando las pérdidas, poblando el pasado de sombras tan vivas (no hacer nada entonces, no moverse, no alargar la mano hacia nada que se pueda perder después, no al menos hasta que se haya descubierto el secreto para detener el tiempo)... Todo son entonces actos simbólicos, rituales para invocar al Tiempo mismo y dialogar con él, pedirle que no transcurra, ofrecerle a cambio el sacrificio de tu propia vida, prometerle que no harás nada que lo enfurezca y haga correr de nuevo...

Espacio profundo


La escenografía de la nave espacial; hábitats artificiales hechos para contener la vida, para dar apariencia de cotidianidad en el entorno más hostil y apartado imaginable, para tratar de hacer olvidar que se está tan lejos, tan fuera... Algo falla en ellos, algo esencial; cada tornillo y cada placa, cada acolchado y cada cromo parecen proclamar a los cuatro vientos (a los vientos del espacio) su condición de incorrectos, inadecuados, su renuencia a estar ahí, tan fuera de lugar, donde no debería alcanzar la vida, donde sólo puede morar el vacío. Los gestos se tuercen instintivamente, las sonrisas siempre parecen forzadas, y las neurosis campan a sus anchas por mentes ensimismadas, que callan las imágenes que empiezan a poblar sus pesadillas en la noche eterna del espacio...

lunes, 25 de octubre de 2010

La vida


Todos los días ponerse en marcha, arrancándose los dulces zarcillos del sueño que se aferran a uno amorosamente. Ir adquiriendo velocidad con el día, y llenarse de un contenido semántico hecho de conflictos cotidianos que la velocidad hará inconsciente, natural (una segunda piel de conflictos comunes, repetidos en el día a día, que generan respuestas emocionales harto conocidas: eso es la identidad). Luego al llegar a casa, tratar de quitarse esa piel para comprobar que ya no es posible vestir otra, que el cuerpo y el alma no se dejan ya adornar por nada más que el cansancio. Rendirse a éste, limpiarse los rastros de ansiedad aferrados aún a los nervios, tener un sueño a menudo inquieto; para luego, apenas cinco o seis horas después, recomenzar todo el proceso, con la vaga esperanza de que ese día algo en todo ello sea distinto...

domingo, 24 de octubre de 2010

Viajar, 4

Todo viaje parece ponerse naturalmente bajo el signo de una mujer; como una deidad rectora del viaje, que lo justifica (y entonces se huye de esa mujer) o lo envenena (y entonces la ciudad a la que se arriba muestra en todas sus calles el rostro de la mujer que se dejó atrás). Iniciar un viaje con la sorpresa aún candente de haberse descubierto enamorado a traición, apenas días antes, de una presencia cotidiana, hasta entonces inadvertida y de pronto tan poderosa; la ciudad de destino se le hará a uno paréntesis necesario para una historia que apenas arranca -que quizá no deba hacerlo nunca-, y uno podrá ir reuniendo avaricioso, mientras deambula taciturno por calles ajenas, todo un equipaje de miedos y precauciones -siempre hay alguna ilusión furtiva que se cuela- con los que volver bien pertrechado, días después, a la ciudad de origen...

sábado, 23 de octubre de 2010

Otoño, 2

Curioso pensar, curioso recordar las tardes de frío de la infancia: el oscurecimiento prematuro, una suerte de milagro que acercaba la noche y su disfrute a quienes la teníamos restringida por los padres y el colegio al día siguiente (mundo de límites, acolchado, lejos de la tragedia de tener que elegir). Las luces anaranjadas tiñendo el mundo alrededor de una seductora vaguedad, inaugurando los rincones en sombra, dándole otra apariencia a lo mil veces visto, permitiendo a la imaginación fantasear peligros a la vuelta de cada esquina. Las pintadas en los muros, hablándonos de batallas y empeños aún lejanos, acrecentando el inagotable misterio de lo por venir. Y, al final de la aventura, la casa propia, esperando para cubrirlo a uno con su manto de braseros y espacios familiares, dimensiones conocidas desde las que observar con fascinación al "monstruo" al otro lado de la ventana... ¿El futuro?

jueves, 21 de octubre de 2010

Otoño


En esta suave transición hacia el frío, redescubro que el mundo puede ser un lugar más amable, (casi) habitable. El frío ralentiza el paso, enlentece la mirada y la prende a las cosas, que también parecen moverse más despacio, ofreciéndose nítidas, una por una, misteriosas y elocuentes a un tiempo. La luz se matiza, ilumina tenuemente; olores que parecen contar historias surcan el aire vivificante; todo ello lo envuelve a uno a la salida de la oficina comunicándole una leve, embriagadora efervescencia, que tiene el efecto inmediato de ensanchar el mundo. Las personas al paso dejan de ser entonces obstáculos demasiado corpóreos para convertirse en cómplices mudos y sonrientes, como si compartieran con uno una sabiduría que no necesitara expresarse en palabras. En esos momentos, formar parte es, simplemente, estar y moverse entre ellos. Cada otoño es, en suma, el primer otoño, el descubrimiento infantil del frío y sus dimensiones mullidas, su forma de acolchar el mundo y hacerlo habitable durante seis meses al año, para que luego la inevitable dictadura del calor nos haga añorar sordamente su vuelta siempre tan lejana...

Deseo, 3

Un detalle mínimo, insignificante (unas uñas pintadas, en una mujer que no suele llevarlas así) se constituye en el límite a partir del cual la persona amada cae fuera de tu alcance; una frontera convencional, arbitraria y aun absurda, que el deseo elige para negarse a sí mismo, para darse el incomparable placer de mantener lo deseado a distancia, de renunciar a ello entre suaves reproches, llenos de condescendencia, por la ingenuidad de haberse postulado como aspirante a algo tan evidentemente inalcanzable. ¿Qué se preserva en estas maniobras? ¿Qué incalculable tesoro?

Jaque


Siempre el problema, siempre la necesidad de definición, el empeño en describir en qué punto exacto de los ejes x e y se encuentra uno (y al pasear, con la ciudad de fondo, ese punto se va desplazando continuamente, a golpe de sucesivas epifanías... pues sólo en movimiento es posible comprender, siquiera fugazmente, una realidad siempre cambiante). Un baile constante con el mundo, una partida de ajedrez entre el mundo y uno, buscando poner en jaque alguna certeza.

martes, 19 de octubre de 2010

En un café, 2


Hay personas espléndidas, reconocibles al primer golpe de vista (curioso pensar, mirando a la muchacha sencillamente radiante que se ha sentado a dos mesas de distancia, por desgracia acompañada); el resto de personas lo perciben inconscientemente y gravitan en torno a ellas, aun a la temprana edad en que todo es novedad y expectativa (por no mencionar en edades más sombrías, en las que algunos acabamos convertidos en cazadores -furtivos- de resplandores ajenos). Si hay personas espléndidas al primer golpe de vista, eso significa que los demás no lo somos; y me pregunto si yo mismo mostraré la mezquindad adulta que veo en tantos rostros alrededor...

La libertad


La mirada saltando del cuerpo, desgajándose de éste como si tuviera vida propia, un animal inquieto que vuela de una cosa a otra siendo a cada instante aquello sobre lo que se detiene, para dejar de serlo apenas un instante después. Esto sería la libertad, la única realidad virtual posible, el olvido del cuerpo y todo lo que éste arrastra penosamente en el éter donde flotan las miradas, cargado de posibilidad y de vida otra.

Montevideo, 30/08/07


París, 17/03/08




Ciudad de nadie


Por la cristalera de un café veo una pareja latinoamericana empujando un coche de bebé bajo la lluvia; la mirada del padre me habla de la dificultad y la intemperie, y recuerdo Madrid. Así habría que habitar las ciudades, con humildad, conscientes de nuestra pequeñez tan poco relativa, sin la estúpida pretensión de conocerlas, de poseerlas y abarcarlas, de contarlas con palabras comunes, emputecidas por el uso.

domingo, 17 de octubre de 2010

Crónicas de autobús, 2

Una historia vitalista, para variar: la de la bella desconocida que lo mira a uno fija, indefiniblemente al ingresar al autobús; que no le despega los ojos de encima mientras desfila hacia su asiento, clavándole en la nuca, una vez acomodado, una mirada que se siente afilada y misteriosa... Uno, un poco encogido, barajará entonces las más rocambolescas hipótesis para justificar tan inusitado escrutinio, hasta desembocar -tentación inevitable- en la ciencia-ficción... Así, alumbrará en unos pocos minutos toda una odisea galáctica, la del héroe destinado a salvar el futuro que vive en el presente una vida de individuo anónimo, anodino, poca cosa, ignorante del crucial papel que le reserva el destino en forma de invasión extraterrestre, rebelión de las máquinas o cataclismos temporales varios... Héroe que sólo saldrá del plácido letargo en que transcurre su existencia por la irrupción de una guerrera despampanante de armas tomar -su partenaire en ese mañana glorioso- que se le aproximará sutilmente, disfrazada de provinciana habitante del pasado, para abordarle al fin en cualquier recodo de su deambular cotidiano; por ejemplo en el autobús que, somnoliento, él aborda todos los días para desplazarse al hastío (pronto añorado en medio de las explosiones, ráfagas láser y saltos al hiperespacio) de su lugar de trabajo...

Foto de grupo con mujer amada en primer plano

Curioso mirar de nuevo al pasado, gracias al descubrimiento envenenado de una vieja fotografía; ver en ella a la mujer amada, en aquel tiempo en que coincidisteis brevemente en el ámbito que tú ya abandonabas y ella apenas comenzaba a explorar; ambos compartiendo los mismos pasillos y las mismas aulas, ignorados el uno del otro, hasta que tiempo después el azar os vuelve a reunir en otras circunstancias, en otros años más ingratos... Entonces se deseará ardientemente regresar a ese pasado, habitar de nuevo aquellos espacios ahora iluminados por esa presencia entonces inadvertida; buscarla y declararle el amor que sólo surgirá años después, curando con ello las heridas que sólo años después se abrieron; rehabilitando así un pasado quebradizo, difícil, y obteniendo con ello la más dulce conquista de todas: la victoria sobre el Tiempo.

viernes, 15 de octubre de 2010

Lamento uruguayo, 2


"...Siempre ausente del mundo de las piscinas, los boliches, los cines de verano, los paseos por el parque de la mano de cualquier muchacha linda; siempre hurtándole el cuerpo a las ternuras, mirando de reojo a las parejas, cada vez más convencido de haberle hallado al fin el nombre y apellido a la vida que, sencillamente, no había comparecido para él..."

Crónicas de autobús, 1


Al fondo de cada decisión está la muerte, pienso cada vez que veo a gente hecha (es decir, deshecha, según la máxima de Onetti), como aquella pareja avejentada bajando del autobús. Siempre seré joven, decido entonces (¿eso significa que nunca tomaré una decisión?); así el mundo vibrará de posibilidades, como hoy, y será distinto cada día. Luego pienso, en este insólito día de sol, que el otoño es perfecto para ser asaltado por fantasmas; y recuerdo: ayer salí, hacia niebla, y el mundo estaba impregnado de Ella. Hoy en cambio parece posible volver a mi apacible vida de antes, mi vida de autobuses y bellas desconocidas que nunca serán mías, que con un levísimo, casi dulce dolor perderé cada vez al subir o bajar del autobús...

miércoles, 13 de octubre de 2010

Libro negro de la Ciudad, 7

En la calle, escuchando las conversaciones al paso, piensa que la gente aún comete el error de perseguir este o aquel destino; como si algún destino fuera alcanzable, como si el mero hecho de alcanzarlo no lo hiciera al instante desmerecedor de tan alta palabra, que no tardaría en desprendérsele como un falso baño de oro, dejando visible el cuerpo de latón. Unos y otros, sin embargo, hablan con mortal seriedad de todo tipo de cuitas, ventilan asuntos de mayor y menor calado, ocupaciones, distracciones y aburrimientos varios que toman en sus voces las más diversas formas. En ocasiones casi puede ver todo ese material sensible formando una nube etérea sobre los viandantes con los que se cruza; en tiempos mejores solía soñarse a sí mismo meteorólogo de ese tiempo siempre cambiante, capaz de predecir dónde descargarían las peores tormentas y dónde se abrirían, inesperadamente, radiantes claros de sol. Ahora, las conversaciones al paso sólo le producen una sorda molestia, y cree entender la razón: cada persona a la que escucha unas palabras fugaces parece inusitadamente segura de saber quién es, cuál es su papel en la ciudad; todos recitan sus frases impecablemente, como actores concienzudos que llevaran toda la vida interpretando al mismo personaje... Al contrario que él, que tiene que tomarse unos segundos antes de responder incluso cuando, en medio de cualquier gestión burocrática, un funcionario municipal le pregunta su nombre. Quizá por eso ha acabado por despreciarlos a todos, por considerarlos meros ignorantes (sólo es ignorante aquel que no duda), niños apenas frente a su conocimiento extenso, su desconocimiento absoluto de la idiosincrasia de la vida. Para qué buscais un destino, piensa y calla al paso de las conversaciones ajenas; para qué, si vuestro destino, acaso no lo veis, es la Ciudad.

sábado, 9 de octubre de 2010

Viento del norte


Vivir siempre contra el viento, acompañado por el viento, arropado por su manto de incomodidad, de desacomodo constante, que le impide a uno olvidarse de sí; que lo reduce a uno a su cuerpo azotado dulcemente por el viento, difuminando todo lo demás y permitiendo volver a una inocencia originaria desprovista de objetos, de circunstancias limitadoras, de cadenas... Vivir como un extranjero, incluso -sobre todo- en la ciudad propia, negándose a reconocer lo tantas veces visto, rechazando las raíces que brotan del suelo buscando atarlo a uno a cada paso...

Encuesta


Imagina que toda tu tristeza -la que has amasado avariciosamente durante tantos años de decepciones y fracasos- se fuera a vivir a otro país; ¿cuál sería éste? ¿Qué relación te ataría a ese país? ¿Serías capaz de visitarlo y dejar allí tu tristeza olvidada, como quien olvida un abrigo en cualquier parte, cuando ya no hace frío?

jueves, 7 de octubre de 2010

Invierno


Al asomarme a la ventana, sentí el frío de otra vida; aquella que podría haber vivido en un ignoto lugar del norte. Intuí un ritmo distinto, un movimiento ensimismado y constante impulsado por el viento en la cara, o colándose por las rendijas de una casa que más que hogar sería refugio. ¿Templaría el frío los caracteres, congelaría los discursos dejando pasar sólo las palabras apropiadas? El desacomodo de una vida así sería mi paradójica forma de acomodo, con el viento y el frío obligando a no bajar la guardia, a vivir siempre resistiendo, a no olvidarse (a no dejarse olvidado) a uno mismo ni por un momento. Ser siempre un yo invernal, lleno de certezas heladas.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Viajar, 3


Viajar ha de ser, siempre, viajar hacia lugares fríos.

Viajar, 2


El viajero expansivo, progre, de aspiraciones moderadamente intelectuales, coleccionista ya no de fotografías (qué puerilidad), sino de experiencias... Me molesta su arrogancia, su pretenciosidad, su nada disimulado -herencia biológica- afán de conquista... Cree poseer la ciudad visitada, tras cuya rendición bajo su suela, polvorienta de tantos países, puede añadir tres o cuatro nombres al grueso directorio, profusamente ilustrado, que registra su estulticia internacional, su disparatado revoloteo de mosca sobre un atlas de colorines...


(En cambio, viajar con el rostro embozado, con la ropa indistinta; mezclarse al paso con las personas que habitan, que sufren la ciudad elegida (¿elegida?), procurando no entonar una sola nota discordante, no interrumpir el ensimismado ser y habitar de las gentes al paso... Hermanarse con ellas, calladamente hermanarse en lo común, en la condición de ciudadano, esto es, de víctima de la ciudad omnipresente, esa Ciudad Única que nos resume a todos, por cuyas calles desfilamos como sombras indiferentes e intercambiables, aquí y allá. Viajar, así, para rendir culto en otras latitudes a ese mito que resume al hombre de este tiempo, para el que existir es sinónimo de habitar, y cuya naturaleza es ya, irreversiblemente, la de un animal urbano.

Amén)

lunes, 4 de octubre de 2010

Libro negro de la Ciudad, 6


¿Quién inició la escritura de este libro? ¿Tiene algún propósito? ¿En qué ciudad se lo puede uno encontrar, por ejemplo en el asiento de al lado en el autobús de todos los días? ¿Existe acaso alguna otra ciudad, además de ésta que extiende sus tentáculos de hormigón y metal cada vez más lejos, cada vez más hondo, sobre y dentro de uno? Cuestión ésta peculiarmente inquietante, porque ¿cuándo se recuerda uno por última vez en otra ciudad? ¿Qué son los viajes pasados, en el recuerdo difuminado por el tiempo, sino recorridos circulares con el mismo paisaje urbano de fondo, encontrando una y otra vez los mismos edificios en las mismas calles indistinguibles?

domingo, 3 de octubre de 2010

Estos días


La mirada pinta brumas sobre aquello que ya no se siente con derecho a desear; cuerpos y ciudades se ven así oscurecidos, difuminados al paso, indistintos en el brumoso paisaje de renuncia que se le pega a uno a la piel, estos días.

En un café

El café, de nuevo, como constructor de otredades (lo otro puede tener ahora las alas más cortas, pero sigue teniendo sus santuarios, sus rituales, sus horas propicias en las que ser invocado)... Las cristaleras dan a otro mundo, uno que no puede ser éste; el cristal transforma lo de fuera y lo de dentro, como un espejo mágico al que pedirle las imágenes del deseo... Refugiarse en los cafés de una vida demasiado pesada, de un trabajo en el que interpretar a un triste comediante, de un hogar en el que extraviar el rostro entre pantallas...

Monarcas de reinos olvidados


Poco podíamos imaginar, en aquella juventud tan pródiga en imaginaciones, que la tonta, convencional etiqueta de aquel mundo fantástico que tanto disfrutábamos -Forgotten Realms- no hacía más que arrojar un oscuro presagio sobre nuestro futuro de hombres adaptados, o lo que es lo mismo, de niños exiliados de los reinos maravillosos que felizmente habitaron un día, antes de la vida.

viernes, 1 de octubre de 2010

Libro negro de la Ciudad, 5


El rostro anónimo de la ciudad postmoderna, libre de rasgos característicos; su carácter perfecta, gozosamente intercambiable, como si en todas las ciudades fuera posible vivir de idéntica manera, como si todas sus calles juntas formaran el entramado infinito de una sola ciudad en la que eternamente poder perderse...