"No miedo a la soledad; miedo a la pérdida de una soledad que yo había habitado con una sensación de poder, con una clase de ventura que los días no podrían ya nunca darme ni compensar"
(Juan Carlos Onetti, "El álbum")
Curioso pensar en el solitario al que no le dejan estar solo; en su soledad arrumbada -que a veces querría poder habitar de nuevo- poblada de canciones y poemas, de ficciones consoladoras o evasivas, de mundos y vidas alternativas que transcurren en el solo espacio de su mente. Es la soledad mencionada por Onetti, cuya definitiva pérdida nos arroja irreversiblemente al mundo de los demás, huérfanos y desprovistos de mapa o brújula. Curioso, paradójico pensar que esa soledad se alimenta de la vida, de las heridas recaudadas en la refriega con lo real; ir a la vida entonces será ir con el solo propósito de cosechar heridas nuevas con las que decorar las estancias de la soledad, el escenario giratorio de los viajes, el eterno espejo de la página en blanco...
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