sábado, 10 de noviembre de 2012

Changing identities (En un café, 13)

Curioso recordar aquel tiempo -aquel tiempito, que diría el poeta uruguayo- en que los cafés fueron para este ¿modesto? escritor las cabinas de teléfono en las que Clark Kent ejecutaba su fulgurante transformación en Superman; en ellos el eterno adolescente frágil -que ingresaba de a poco, diría mi yo uruguayo, al café y sus místicas- se vestía los ropajes del escritor, y adquiría así el superpoder esencial de modificar la realidad con la palabra, hacerla promisoria en los ventanales del café, acicalarla y acondicionarla para acoger al hombre mejorado que, al cabo (algún día, al cabo de tantas palabras) saldría por la puerta para medirse de nuevo con ella…

…Y, esta vez, no caer derrotado.

Café fantasma (En un café, 12)


Curioso contemplar, desde la atalaya de este café, la luz mortecina de aquel otro que, apostado sobre este mismo parque, albergó años ha a mi yo de antes de la vida, siempre garrapateando sobre un cuaderno mientras le inventaba los gestos y el futuro a ese personaje en el que no llegaría a convertirse… No creo faltar a la verdad ni rendirme a la nostalgia si recuerdo que en aquel tiempo perdido la luz interior era más potente y las mesas estaban casi siempre ocupadas; y me parece adecuado verlo hoy así en la distancia, vacío y apagado, casi en tonos sepia, como si fuera un fantasma de sí mismo, igual que es un fantasma de lo que fue o quiso ser quien ahora lo vigila desde este otro café que alberga regularmente al hombre en el que el personaje no tuvo más remedio que traicionarse…
 

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Re-encarnación


De vez en cuando (sólo de vez en cuando, en muy contadas y medidas ocasiones) habría que producir un efecto sobre la realidad (v.g., escribir un libro, o complicarle la vida a una mujer); habría que elegir muy cuidadosamente la instancia en la que encarnarse (rasgando el velo de lo potencial, desde el ensimismamiento en el que uno flota o trata de flotar sobre las cosas) por mucho que uno se guardara una puerta de salida, la posibilidad de desexorcizarse a sí mismo de aquello en lo que, tras tanta vacilación, hubiera decidido darse al fin la oportunidad de ser.

martes, 25 de septiembre de 2012

Romanticismo 2012

 
 
Me dejaría apresar por una mirada (pero sólo una); no necesariamente benévola, no necesariamente verde, no necesariamente condescendiente, pero sí lo suficientemente sagaz -lo suficientemente lectora- para leerme entre líneas y desnudarme de ficciones; para arrancarme las páginas que me sobran -tanta retórica gastada- como ropas que entorpezcan el tacto, y escribir con trazo claro las que han de venir en adelante; para retirarme suavemente del regazo el cuaderno a medio escribir y abrir mis dedos uno a uno, dejando caer al suelo un bolígrafo que ya no tendría que prodigar más caricias de tinta...

Transiciones

Vivir una vida en las transiciones, en los momentos en que el deseo desea algo y la mente anticipa su disfrute, siempre superior, ay, a su plasmación real... Incluso lo cotidiano (sobre todo lo cotidiano) cumple esta sagrada regla: volver a casa prometiéndonos tantos pequeños placeres que luego se reducirán a dormitar frente al televisor; abrir un libro (o ni siquiera eso: adquirirlo meramente) esperando de él la reedición de aquellos deslumbramientos que nos sacudían en nuestra época de aprendices de lo literario; citarse con los amigos de siempre con la expectativa de lograr las mismas alquimias que os unieron indisolublemente hace ya tantos años... 

Escribir en este cuaderno (¿publicar en este blog?) notas que pálidamente transcriben la embriaguez del pensamiento en pos de una idea esencial que las resuma a todas, que responda a todos los interrogantes y reduzca a cero el roce con lo real, desvaneciendo en adelante la necesidad misma del pensamiento...

Pura utopía.

Hacerse oír


La vida: una narración polifónica en la que nuestra voz es sólo una voz, a veces ni siquiera la voz cantante (la voz contante) a la hora de narrar la vida y andanzas de uno... Curioso desear, a veces, poder apagar el resto de voces, desoírlas al menos y regresar a la narración en solitario en la que nadie más que uno puede arrogarse el derecho de hablar, de contarse a uno mismo y contar el mundo... Esa narración ensimismada conservará las esperanzas que aún se tengan en una vida mejor, no contaminada por las decepciones, propias o ajenas, que contiene el diario tumulto de voces en el que a uno, a menudo, tanto le cuesta escucharse a sí mismo...

lunes, 27 de agosto de 2012

The damnation




(Curioso pensar, hojeando viejas, ya amarillentas reseñas de libros, fervorosamente recortadas de suplementos literarios con nombre de bíblica torre multilingüe, que la literatura -los libros, leídos o escritos- acabó con el tiempo por convertirse en algo "real", y a compartir con ello la maldición que recae sobre todas las cosas reales del mundo: no estar a la altura de la proyección que el deseo -antes de la vida, antes de la decepción- se hace de ellas...)

La literatura antes de la literatura... Leer reseñas en lugar de los libros que criticaban, escribir notas que postergaban interminablemente el momento de enfrentarse a la redacción de la Obra Propia, teorizar ad nauseam sobre el alcance y el sentido de ésta cuando aún no se había pergeñado una sola línea... Eran estrategias que mantenían la literatura a una cómoda distancia, en el dorado reino de lo potencial, desde donde podía ser acariciado con dedos fervorosos por el lector/escritor en ciernes, nunca demasiado impaciente por lanzarse a hacer realidad (¿y malograr así?) algo de lo atisbado en aquella esfera nebulosa, que prometía los mayores tesoros con sólo desprenderse de la pereza -pero no hoy, tampoco mañana- y extraer un libro cualquiera de la estantería, o esbozar unos movimientos indolentes de la pluma sobre el papel...

Y sin embargo...

Hubo que leer los libros, hubo que intentar escribirlos; hubo que vivir, traicionando la idea de la vida que se había cocinado a fuego lento durante tantos años de dulce expectación contenida...

Algún día, en fin, habrá que amar; ¿se extenderá la maldición al último ámbito sagrado?...

miércoles, 11 de julio de 2012

Dictadura (Contra el tiempo, 4)

Curioso pensar: mi vida, últimamente (en este últimamente que viene durando ya varios años) se ha convertido en una vida; es decir, ya no puede ser, como tantas veces soñé (en esa prolongadísima adolescencia que duró, aproximadamente, hasta el comienzo de mi actual trabajo) todas las vidas... Una obviedad manifiesta, que sin embargo sólo se experimenta como tal cuando uno siente haberse convertido, para bien o para mal (más frecuentemente, en uno u otro de los infinitos grados intermedios entre ambas categorías) en uno mismo; alguien con pasiones de carne y hueso, personas y no personajes habitando su vida desde la a menudo dolorosa proximidad que nunca tuvo la hoja en blanco...

Dos, tres temas fundamentales dominarán entonces la narración interior que uno se va haciendo de su vida, y que el ritmo acelerado que han cobrado las cosas en los últimos tiempos convierte en inconsciente, connatural, epidérmica: alguna pasión perennemente insatisfecha, alguna frustración de hondas raíces, el cansino machaque de las rutinas del trabajo, el bailoteo bobalicón e hipnótico de las pequeñeces del día a día... En esto se resumirá, para estas coordenadas del tiempo y el espacio, todo lo que uno pueda decir de sí mismo: eso que, con creciente convencimiento, uno va llamando su identidad...

Y sin embargo, a veces... A veces un viejo tema destellará entre el rumiar de lo cotidiano, con el brillo de un tesoro escondido en la basura; valdrá casi cualquier cosa -pues el recuerdo es azaroso y no desprecia lo minúsculo-, mientras haya en ello un atisbo del otro que uno, un día que día a día se va perdiendo en el conjunto indistinto de los días, fue breve, rotunda y absolutamente...

Y se volverá a ser eso, arrastrado por la fuerza gravitacional del recuerdo, durante un instante de vértigo que durará menos de lo que se tarda en ponerlo en palabras, en resumirlo en este curiosopensar. Pues enseguida la policía del presente, siempre celosa del orden tan duramente impuesto en una vida, disolverá tal congregación de recuerdos -indignados por ser sometidos al olvido-, sacándolo a uno de su ensimismamiento con los cantos de sirena (de coche patrulla) de la sobriedad, la ley (marcial) del aquí y el ahora, el sometimiento a la dictadura militar del presente...

Y uno seguirá recorriéndose estérilmente por los caminos de esta pasión insatisfecha, aquella frustración enquistada, la feliz tontería cotidiana en la que extraviar las preguntas a las que ya no se les busca respuesta...

Qué otra cosa podría hacer.

(Y sin embargo, a veces... A veces es posible atisbar un futuro feliz, un triste futuro de personaje de Onetti, acodado permanentemente a las ventanas de la memoria, recordando, reformulando y reescribiendo una y otra vez los mismos, únicos, esenciales momentos en los que una vida se definió, para bien o para mal, o para cualquiera de los infinitos grados intermedios en los que el gris va disolviendo el lento correr de los días...)


jueves, 5 de julio de 2012

Consideraciones en torno a (Tristeza, 3)


Habitar de nuevo la tristeza; habitar, de nuevo, este cuaderno. La tristeza enlentece la mirada, lo envuelve a uno en un líquido amniótico al que apenas lejanamente alcanza lo de fuera, como una retransmisión en diferido en la que las cosas llegan una a una, distintas y por turno, por una vez aprensibles. Alguien enamorado de su tristeza; de, como decía Ibsen, la ridícula necesidad de estar triste. ¿Es la tristeza una de las formas de la sabiduría o, por contra, uno de los más flagrantes fracasos de la inteligencia? La tristeza, en fin, como un bloque de hielo que preserva el cuerpo y avejenta el alma, manteniendo al niño herido asomado a los rasgos del adulto tembloroso...

Espejo



Esa mirada de fragilidad del escritor de estación de autobuses, que al oír un ruido cercano se sobresalta exageradamente y mira a su alrededor con expresión desvalida, como si hubiera sido descubierto en medio de alguna acción vergonzante (¿acaso no lo es?, será la sospecha íntima que recorra toda una vida)… Curioso pensar, mirando a la mujer que unas mesas más allá lee a Rulfo mientras -extraña combinación- unta unas patatas en ketchup, y que hace un momento, antes del sobresalto que la ha sacudido de manera tan encantadora, escribía con letra apretada en un cuaderno -un cuaderno como éste, en el que yo la escribo ahora- anotaciones que uno desearía tanto poder leer…

miércoles, 4 de julio de 2012

The Twilight Zone (Viajar, 23)






Es como un sueño, pero sigo despierto y aún no hemos despegado: unos asientos por delante del mío me llama la atención, con la fuerza de gravedad de los detalles sólo aparentemente irrelevantes -mcguffin, en culto- una mano femenina de uñas exquisitamente pintadas que se elevan incitantes hacia el regulador del aire acondicionado; un poco más allá, una calva incipiente, muy parecida a la que luce el amigo que se sienta a mi lado, despunta sus brillos de ansiedad entre el resto de cabezas cenicientas que forman el pasaje… Entonces, en otra parte del avión, descubro con sorpresa una mano femenina idéntica a la interior (misma laca de uñas, mismas pulseras estrangulando casi la muñeca) y de repente todo encaja en mi curioso, febril pensar: todos tenemos un doble (o varios) que, lejos de estar destinados a vivir todas aquellas glorias que a nosotros se nos niegan, sirven apenas para rellenar los huecos que el demiurgo que escribe esta historia, escasamente imaginativo, va dejando a brochazos desganados sobre el escenario de nuestras vidas… Un mundo hecho a base de estampados que repite una y otra vez los más aburridos patrones y en el que, quizá, yo mismo pueda encontrarme si miro con más detenimiento a mis compañeros de avión, antes de que éste, de puro irreal, más que volar acabe por desvanecerse en el aire…



martes, 3 de julio de 2012

Antes...




Antes significará, desde ahora y para siempre, antes de conocerla; antes de amarla...

¿Existe aún la palabra después?

jueves, 28 de junio de 2012

La vida (wargame)



La mayoría de la gente juega sus fichas en el tablero-ciudad que les toca por nacimiento; pocos son quienes buscan otros tableros en los que probar nuevas o viejas estrategias, retornar las fichas a la casilla de inicio con la -vana- ilusión de empezar una partida desde cero (como si fuera tan fácil borrar las cicatrices, el peso de las decepciones padecidas). Yo sólo me he guiado por una certeza a lo largo de tantos años de partida más o menos infructuosa: no quería jugar en el tablero que me había tocado en (mala) suerte (pero tampoco conseguí, no durante el tiempo suficiente, trasplantar mis fichas a otro tablero más propicio), por lo que me vi obligado a inventar reglas nuevas, hacer trampas, oscurecer el tablero o, finalmente, abandonar la partida...

Sólo el amor me vuelve jugador de nuevo, sólo al enamorarme obtengo el arrojo necesario para volver a apostar mis fichas (y realmente es una apuesta, todo al rojo o todo al negro) en tan hostil tablero de juego, obligándome a encarnarme sobre él, a convertirme, en cierto modo, de jugador remiso a cualquier movimiento a ficha dispuesta, una vez más, a ser devorada...


martes, 26 de junio de 2012

Escepticismo


La ilusión colectiva, el esfuerzo común, la teoría de las gotas de agua que hacen lluvia; el periodo de gracia que se nos concede para jugar con todas las posibilidades del ser antes de, uno tras otro, agachar la cabeza y dedicarnos a la ingrata tarea de ser -de ser sólo- nosotros mismos... Ciudades-ficción, más susceptibles de propiciar esas bellas hipnosis colectivas que recorren nuestros años de formación (de ávido manoseo de identidades que vestirse); ciudades que dan cobijo a todo tipo de ficciones versus ciudades que sólo cuentan la misma, única, triste historia una y otra vez...

Ciudades que tras una rápida, inadvertida cuenta atrás de bomba de relojería, cierran su cúpula, clausurando todos los caminos -ilusorios o no- que un día parecieron conducir fuera de ellas; transformando a sus habitantes, antes seres de papel, tinta y sueños, en personas de carne y hueso...

El último hombre realista.
Ser experto en ficciones se cobra el paradójico precio de no creer, ya, en ninguna; de abocar a una vida solitaria en el grado cero de la ficción, perezoso o renuente a dejarse arrastrar de nuevo hacia una ficción u otra, desconfiando de todas ellas, preguntándose dónde lo han llevado a parar al cabo de tantos años, al cabo de tantas palabras bellas y mentirosas...

domingo, 24 de junio de 2012

El viajero ballardiano (Viajar, 22)

Sorprenderse, en la morosidad de las tardes interminables en la ciudad extranjera, extrañando el ajetreo de los aeropuertos; como si la competencia como viajero se definiera mejor en el trámite burocrático de los traslados -esa prueba de habilidad y resistencia que consiste en alternar transportes de todo tipo con esperas extenuantes- que en el propio cuerpo del viaje, tantas horas en suelo ajeno que la imaginación y el hastío y la nostalgia y la indiferencia pugnarán por llenar -o vaciar- de contenido...

Viajero ballardiano, aquel que sabe que el viaje es ante todo desplazamiento, y el resto, apenas, un trámite engorroso entre la ida y la vuelta...

El viajero indolente (Viajar, 21)


Viajar para desaparecer. El viaje como un fragmento de nada, apenas obstaculizada por la laxa obligación de elegir -en el vagabundeo goloso hacia ninguna parte que es la única brújula del caminar- entre seguir calle adelante o girar en la siguiente esquina; ingresar, a la hora puntual de las comidas, a este o aquel restaurante de nacionalidad más o menos exótica; pedir una u otra especialidad de café, en las largas tardes de la ciudad visitada, para acompañar la lenta escritura junto a la ventana... Qué maravilla no ser, no pronunciarse más que en esas decisiones nimias que pese a todo, a menudo, suponen un esfuerzo excesivo, casi inasumible para una voluntad desfalleciente, acostumbrada a fluir sin resistencia por una vida sobre raíles, en plena y gozosa dejación de funciones...

viernes, 15 de junio de 2012

El viajero invisible (Viajar, 20)



Viajar es una cuestión de invisibilidad. A los pocos días del viaje, el viajero desaparece; o acaso sea al revés, y sólo avanzado el viaje comparece el viajero, y es la persona (todo aquello en el viajero que no es función del viaje) lo que se vuelve invisible, irrelevante, guardándose en un rincón del equipaje hasta que, a la vuelta, sea útil (¿sea útil?) de nuevo...

(Curioso pensar en desempacar maletas, ya en casa, para encontrar casi con sorpresa viejas inseguridades, eternas insatisfacciones arrinconadas entre la ropa y los calcetines sucios, que, tras un preceptivo paso por la lavadora, uno podrá volver a vestirse -ropa e inseguridades- en el reluctante día a día que sucederá al viaje...)

Los primeros días en tierra ajena uno se sentirá anomalía campante, mancha oscura en una ciudad deslumbrante de albores, cabelleras rubias y ojos claros que lo interpelan a uno en un idioma ininteligible, casi alienígena... Entonces, la visibilidad de la que se huye (aquella que a uno le pesa en su lugar de origen, y que es causa profunda de todo viaje) se hará más evidente, y uno se cuestionará muy a su pesar su legitimidad como viajero, su razón de ser en el entramado de calles de nombres impronunciables a las que no le ata ningún recuerdo, mientras desfila entre majestuosos edificios señoriales sobre cuyas fachadas no puede proyectar, ya, la sombra de ningún conflicto conocido, el desgarro de un amor desafortunado...

Sólo el paso de los días, y esa manera insidiosa que tienen las ciudades de metérsete dentro, resolverá las cosas. Caminar una ciudad hasta la extenuación es una manera de ganarse su aquiescencia, de lograr un respeto mutuo de animales cansados, apaciguados tras la pugna... Escribir en una ciudad -escribir una ciudad-, parapetado del viento omnipresente tras los ventanales de un café (uno de tantos, ciudad de cafés por excelencia) es dejar que la ciudad escriba unas líneas en ti, te marque con palabras trazadas en la más indeleble de las tintas... Y así se obrará el milagro, y uno desaparecerá, aun para sí mismo, siendo felizmente sustituido por ese envoltorio vacío reflectante de lo ajeno, apenas vestidura y cansancio, que es el viajero y su sabiduría.

Demasiado tarde, en cualquier caso, pues poco después habrá que emprender la vuelta, y, pese a que durante unos días el truco de la invisibilidad seguirá funcionando -y uno sentirá estar y no estar, habitar un limbo benévolo desde el que mirar casi con curiosidad las calles de siempre- pronto la masa pegajosa de lo familiar se le adherirá a la piel arruinándole el camuflaje, volviéndolo, de nuevo, visible a los ojos de todos... Volviéndolo, de nuevo, uno mismo.

Viajar para aprender una vez más a dudar. Viajar para provocarse un desarraigo de juguete. Viajar para traerse de vuelta un conflicto con el que enrarecer la imperturbabilidad de los días demasiado tranquilos, sabidos de memoria...

Y ahora, y sobre todo, viajar para volverse (para volver) invisible.

jueves, 19 de abril de 2012

MVD Blues (Por qué el Uruguay, 2)


Curioso pensar en la ciudad que elegí para hacerme de papel...

Cada parque el primer parque (el parque de los juegos de la infancia, el parque de los juegos del amor), cada calle la única calle (la que ha de llevar a todos los destinos posibles, o a ninguno en absoluto), cada árbol distinto a los demás como un copo de nieve a otro copo de nieve... Deseo de ser uruguayo, y tener en Montevideo mi metrópoli; esa idea casi platónica de la ciudad-capital que ha de encarnar, para todo un pueblo, el horizonte de expectativas, miedos, deseos y tristezas que su tierra natal le pueda ofrecer. Ser uruguayo, y caminar Montevideo escéptico, meditabundo, incapaz de creer que esto sea todo, que el mundo entero se acabe en el río-mar que acecha al final de cada calle...

Mi mundo uruguayo de privaciones; ese lugar emocional de la renuncia, transmutado en país.

viernes, 6 de abril de 2012

Anatomía del café (En un café, 11)


El desangelamiento de los cafés de barrio, que se erigen en mis viajes necesarios descansos en la tarea de "aprenderme" la ciudad ajena (de, si se me permite el palabro, "desajenizarla"). Su carácter impersonal los convierte, aquí y allá (en ese "allá" que va respondiendo a tantos nombres de ciudad, atesorados como los nombres de las mujeres que un día amamos) en portales por los que imaginariamente transitar de una ciudad a otra, o mejor, acceder a través de ellos a la Ciudad Única, esa instancia de la experiencia urbana (de nuestro habitar, es decir, de nuestro ser) que resume a todas las ciudades que conoceremos. Esos portales, túneles o pasadizos facilitan la fluidez de una vida anónima, que en ellos se resguarda de la necesidad de definirse, de llegar a ser más que bruma (bruma que podría, un día propicio, tomar al fin la forma deseada). Los cafés, así, como salas de espera de la realidad, que alivian transitoriamente la pesada obligación de ser, que aplazan la toma de decisiones a la espera de que en el horizonte aparezca... ¿qué?

jueves, 5 de abril de 2012

Clasificados (Tristeza, 3)


Se busca tristeza de largo aliento, actualmente en paradero desconocido. No responde a nombre alguno, o responde a todos los nombres (de mujer). Va vestida de tardes de lluvia y frío, y en estas tierras áridas se la considera en peligro de extinción. Tiene pasaporte internacional, con una amplia colección de sellos y postales: Montevideo en agosto, París en abril, Praga en noviembre, un diciembre de Oporto...

La última vez que fue vista ostentaba ojos verdes y pelo rojo, pero puede encontrársela bajo ésta o cualquier otra descripción (recientemente se la pudo atisbar, por un fugaz momento, encarnada en la forma de un taburete empapado por la lluvia, que semejaba la imagen misma del abandono desde el cálido interior de un café).

Si la ven, no hagan ningún movimiento brusco: podrían alertarla (es volátil y huye con facilidad). Pónganse en contacto a la mayor brevedad con el abajo firmante, por el método que prefieran: sms, tweet en 140 caracteres, poema en negro sobre blanco, llamada anónima con pañuelo sobre el auricular enmascarando la voz tan conocida, tan anhelada...

Se recompensará (ampliamente).

J.A.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Rescoldos (Tristeza, 2)

Curioso constatar que la tristeza se ha convertido con el correr del tiempo en un lujo; algo que durante tanto tiempo fue un "producto" de primera necesidad (como tantas otras cosas preciosas que se han descabalgado o desvanecido a lo largo del camino; como la necesidad de ser otro, o la aspiración a vivir en cualquier otra ciudad, o la pretensión de que todo tuviera que pasar por la belleza, o...) ha quedado reducido a poco más que un atisbo ocasional invocado caprichosamente por ésta o aquella minucia al paso; una tristeza "placebo", chiquita, de punta roma, que conserva poco o nada de la gloria de antiguas tristezas que se le clavaban a uno en lo más hondo y lo desangraban sin piedad, no hace tanto tiempo... 

¿Se puede domesticar la tristeza? En caso afirmativo, ¿deberíamos hacerlo? ¿No será la tristeza una especie en vías de extinción? ¿No estará sometida, como todas las demás pasiones, al dictado de la edad?

Y, sobre todo: si perdemos la tristeza, ¿qué nos queda?



domingo, 18 de marzo de 2012

Fight club


Curioso desear, a veces, algo tan inusitado como recibir un buen (y nada metafórico) puñetazo; algo a lo que uno se hiciera acreedor implicándose profunda, visceralmente (y no mediante blandos acercamientos sobre el papel, escritura apenas que roce sin riesgo ni esperanza lo deseado) en aquellas historias de las que uno querría ser más que un observador entre las sombras, a veces un torpe actuante que al menor revés (siempre verbal, nunca propinado a la cara) sale de escena pidiendo disculpas, como si nunca hubiera estado ahí, como si nunca el deseo le hubiera atraido a terrenos prohibidos, vedados a su cobardía...

Un puñetazo, sí, que lo hiciera a uno de carne (magullada) y hueso (fracturado), que lo inscribiera firmemente en la carnalidad de las cosas, allí donde se fraguan los placeres y los riesgos reales, aquellos que afectan a personas y no a personajes... Un sacudir de las solapas a quien vive ensimismado en sus ensoñaciones, para traerlo de vuelta a aquel mundo hecho de cosas físicas y bien definidas que habitó en la infancia y perdió después, para decirle algo así como "bienvenido de nuevo a la vida"...

¿Alguien se ofrece?...



lunes, 12 de marzo de 2012

Tristeza

Curioso pensar, frente a la mujer de siempre, que la tristeza no es el puente que un día imaginé me permitiría cruzar a su orilla, ni el lenguaje común con el que una vez juntos, románticos incurables, construiríamos un lugar en el mundo más bello y significativo... Curioso descubrirse uno mismo, en cambio, torpe, inhábil para la tristeza ajena, desprovisto de palabras con las que abrazarla; cómplice al cabo del silencio embarazoso con que correr un velo de apariencias sobre una efusión que nunca llegará a producirse, unas lágrimas que no llegarán a derramarse...

Cuesta sostenerle la mirada a una tristeza tan cercana, se aprenderá entonces, recordando con nostalgia anticipada aquellas tristezas librescas que sólo servían para acercarse -para pensar en acercarse- a tantas bellas desconocidas entrevistas al paso, a las que era inevitable imaginar un peso casi dulce en el alma, una suave pena bailando en la comisura de los labios...

viernes, 3 de febrero de 2012

My way

La imagen de mí mismo en un café, escribiendo; imagen con una ya larga tradición, desde aquellas primeras, vacilantes incursiones en uno u otro café añejo -todos ya clausurados, sustituidos por sucursales bancarias sustituidas por bares de moda- donde pasaba la mitad del tiempo elaborando y escenificando complejas justificaciones -que nadie, por otro lado, me pidió nunca- para esa aparente anomalía que con los años ha acabado resultando natural... Esa imagen-refugio, que resume todo lo que quiero saber de mí a veces; una figura sin contexto, sin pasado anterior a su entrada por la puerta del café, puro músculo narrativo presto a saltar sobre el papel a poco que la mirada se le prenda en cualquier cosa digna de ser narrada, o la "otra" mirada se le extravíe en algún recuerdo o fantasmagoría que exija con urgencia ser puesta en palabras... No ser más que eso, enajenando la carga del yo en los otros: he ahí la felicidad.

jueves, 2 de febrero de 2012

Nana



(Un breve relato, rescatado de los viejos-buenos tiempos en que la palabra fluía libre y ser escritor parecía, aún, al alcance de la mano...)

La ventana helada de invierno, ¡te sientes hechizado! En la alta madrugada, mientras todos duermen, te descubres despierto y aterido, con la nariz pegada en el cristal, viendo cómo el cerco de vaho de tu aliento sobre la superficie transparente se hace grande y chiquito, grande y chiquito… ¿Cómo llegaste hasta aquí? ¿Qué te sacó de la cama, llamándote en silencio, nombrándote sin palabras, guiándote por el oscuro pasillo –triste niño de Hamelin- hasta abandonarte en el salón de tu casa, frente a la ventana cerrada? ¿Fue entonces que despertaste, con el frío que se cuela por cada rendija transformándote los huesos en frágil hielo, que podría resquebrajarse al más mínimo movimiento? (¡No te muevas!) ¿O no has despertado de verdad, acaso nunca lo hagas, y te busquen inútilmente en la cama, sacudiendo y agitando un cuerpo inanimado que ya no es el tuyo, sin saber qué tú sigues aquí, agazapado y aterido frente a la ventana?...

Pero ahora algo llama tu atención, y al cabo ves aquello que la ventana quiere que veas, y a través del vaho que sin darte cuenta, en un juego infantil, has ido extendiendo por el cristal, lanza sus destellos un enjambre de luces como faros en la niebla -¿eres tú un barco, un navío a la deriva, que ellas tratan de guiar entre los arrecifes de la noche?-, aguantas la respiración para verlas, y de entre los jirones de niebla que se descosen emergen radiantes, y no son luces ni faros sino ventanas, ventanas iluminadas en el rostro pétreo y amenazador de los edificios, y si escuchas con atención una voz inaudible -una voz como de sombras murmurando- emana de ellas, de todas ellas murmurantes sombras que hablan y susurran y cantan, y lo hacen sólo para ti, y las oyes con el oído oculto dentro de tu cabeza -las palabras no pronunciadas son como un bálsamo-, y ahora ya sabes qué te trajo hasta aquí, qué oscuro sentimiento te arrancó del descanso hundiéndote su gélida garra en el pecho, levantándote de la cama como a un títere sin voluntad, obligándote a apostarte en esta atalaya en busca del mantra tranquilizador, la fórmula mágica de tu serenidad en la madrugada, la nana que te adormecerá plácidamente hasta que te encuentren con el nuevo día, como tantas otras veces, acurrucado junto a la ventana…

“No estás solo”…

Recuerda...

Olvidas que quisiste ser tantas cosas, cuando aún sentías que no eras nada; que llegaste de hecho a ser algunas, en formas vacilantes que no tardaban en revertir al original; que fuiste mundo, todos los hombres a un tiempo, cuando aún no sentías la urgencia de ser tú...

domingo, 29 de enero de 2012

Amos del mundo


Todo escritor de ciencia-ficción es un genio megalomaníaco frustrado, un niño que se resiste a crecer, aferrado a una rabieta de alcance cósmico... El escritor levanta su futuro de bolsillo con un punto de resentimiento, consciente o no de no estar haciendo más que prolongar sobre el papel la actitud que la vida real ya no le permite: la dulce posesión del mundo (la confusión entre el mundo real y el mundo en mi cabeza), su sometimiento a los más mínimos caprichos del escritor-niño, que sólo se da (y luego tanto se extraña) en la más dorada infancia...

sábado, 28 de enero de 2012

Elogio (proletario) de la pereza


El trabajo: la excusa perfecta para seguir postergando todo lo que realmente (¿realmente?) querría hacer, manteniéndolo a la dulce distancia de lo potencial desde donde sigue inspirando (¿sigue inspirando?) mis sueños, creando una agradable ilusión de tiempo detenido y haciéndome sentir (¿haciéndome sentir?) inmortal... Mientras no me manche las manos con la materia (real) de mis(evanescentes) ilusiones, éstas seguirán brillando (¿seguirán brillando?) como la primera vez que mi alma las alumbró (y de fondo, inspirando todas las preguntas, dando cuerpo a todos los paréntesis -existenciales y tipográficos-, riéndose a carcajadas de mi ingenuidad, el demonio del Tiempo...)


...una transfusión de pasado


Busco un amor que me haga...

domingo, 22 de enero de 2012

País de nadie


Imaginen un país del que todos sus habitantes fueran extranjeros; un país sin nacionales, sin nativos ni lugareños, habitado únicamente por personas venidas de otras partes lejanas, múltiples, diversas, irrelevantes... ¿Un país erigido en monumento a la multiculturalidad? Nada de eso, pues todo atisbo de identidad cultural, al llegar, desaparecería como si nunca hubiera existido, quedando requisado en aduana por los agentes más meticulosos e implacables que se pudiera imaginar: auténticos amputadores de pasado, que gustosamente eliminarían del equipaje de la memoria todo atisbo de recuerdos personales que pudieran entorpecer la necesaria -imposible- adaptación del viajero -quien desconocería haber emprendido un viaje sólo de ida- en su nuevo y definitivo destino...

¿Qué quedaría de uno al salir del aeropuerto, la estación de ferrocarril, el puerto marítimo, y asomarse a las calles que pronto serían -que nunca serían- suyas? Sólo futuro; un futuro indistinto, nebuloso, de habitante anónimo entre la anónima multitud, incapaz de reconocerse en nada ni nadie (o reconociéndose fatalmente en el vacío vidrioso de todas las miradas a su alrededor), de vincularse a nada de cuanto desfilara ante sus ojos, de hacer otra cosa que caminar un suelo que siempre le parecería frío y hostil, del que nunca brotarían amorosos zarcillos para atarlo y decirle quién es, qué debe pensar o sentir, qué puede aspirar a conseguir... Caminando entre imágenes de la felicidad de otros (¡pero esos otros no habrían existido nunca!), edificios erigidos para albergarlos (pero que ahora sólo lo albergarían a uno, y a la multitud igualmente confusa de la que sólo con dificultad se desgajaría), árboles plantados para hacerles el aire más respirable (de cuyos beneficios uno sólo disfrutaría culposamente, usurpador de la arcilla moldeada por un dios distante e indiferente para albergar a unos indefinidos otros...)

Mi país...


Elogio (tardío) de la lectura


Se lee, también, hacia los demás; leer un libro (paradigma de la actividad solitaria, onanista) puede ser un no tan paradójico acto de comunicación, y no sólo, como se suele considerar, con el autor de la obra (como a los autores pomposamente les -¿nos?- gusta decir), sino también con esa multitud, anónima o no, a la que uno pertenece (a la que pertenece más, o de manera más creativa o rica o profunda o generosa, gracias al acto de la lectura)... No se trata sólo de compartir los resultados (contagiarnos unos a otros la deleitable infección de esta o aquella lectura afortunada), sino de construir invisiblemente un mundo más habitable (me resisto a decir "mejor"), enriquecido por las pequeñas iluminaciones que la lectura deje en cada uno, repoblado de posibilidades por la semilla que las ficciones dejan siempre en la mirada, y que florece al paso haciendo crecer aquí y allá tantas cosas extraordinarias... Leer ensancha el ánimo, hace brotar insospechadas reservas de generosidad, anima a participar en el mundo; al cabo de la lectura somos (ahora sí) mejores que nosotros mismos, y sólo hace falta para ello abrir un libro...

miércoles, 18 de enero de 2012

Como si...

"Todo lo que tengo es este momento"; y al instante la meta, ese falso, eterno mito al final de todos los empeños, desvaneciéndose como si no hubiera existido nunca, y el paso enlenteciéndose como si nunca se hubiera dirigido a lugar alguno, como si la vida fuera apenas un lento, ocioso vagabundear a ninguna parte... Como si.

martes, 3 de enero de 2012

Contrapunto


Qué injusto que la vida no sea nunca tan bella ni reluzca tanto como cuando, tras sufrir una pérdida dolorosa o ejercer una heroica renuncia, "sólo nos queda todo lo demás: el resto del mundo".

Secuestro (Deseo, 17)

Tras soñar con la mujer (que, con implacable lógica onírica, cambiaba de rostro tomando alternativamente el de una u otra de las mujeres que habían ocupado su pensamiento más reciente), sintió que ya no necesitaba a la mujer real (a ninguna de ellas); al fin, tras tanto pataleo, tanto empeño estéril, había conseguido llevárselas a todas -en su propia y onírica versión del rapto del serrallo- al reino del que él, o su subconsciente, era amo absoluto...