sábado, 9 de abril de 2011

Deseo, 14

Mirándola de lejos -sin que ella se sepa observada-, viéndola apartarse el pelo del flequillo con la mano, en ese gesto eterno y eternamente irresistible dentro del bestiario de seducciones de la mujer, pienso en lo esencial y básico y primigenio del deseo (desprovisto, además, del epíteto que lo reduce al ámbito sexual): el puro deseo de poseer para uno -y sólo para uno- esa belleza y esa gracia inconscientes y a la vez oscuramente sabias, acariciar ese cabello al que el sol arranca cegadores destellos rojizos, sumergirse en esos ojos que prometen liquidas y azuladas profundidades... Ese deseo desbarata al instante cualquier construcción intelectual en la que se lo quiera encerrar; también, ay, este pequeño, apresurado curioso-pensar garrapateado sobre un papel con urgencia...

3 comentarios:

  1. Las pelirojas no son de fiar... (al menos las naturales).

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  2. Javi, el palabro existe (y estoy de acuerdo, es genial).

    Laura, en ese sentido no hay problema... You know what I mean ;-)

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