miércoles, 4 de julio de 2012

The Twilight Zone (Viajar, 23)






Es como un sueño, pero sigo despierto y aún no hemos despegado: unos asientos por delante del mío me llama la atención, con la fuerza de gravedad de los detalles sólo aparentemente irrelevantes -mcguffin, en culto- una mano femenina de uñas exquisitamente pintadas que se elevan incitantes hacia el regulador del aire acondicionado; un poco más allá, una calva incipiente, muy parecida a la que luce el amigo que se sienta a mi lado, despunta sus brillos de ansiedad entre el resto de cabezas cenicientas que forman el pasaje… Entonces, en otra parte del avión, descubro con sorpresa una mano femenina idéntica a la interior (misma laca de uñas, mismas pulseras estrangulando casi la muñeca) y de repente todo encaja en mi curioso, febril pensar: todos tenemos un doble (o varios) que, lejos de estar destinados a vivir todas aquellas glorias que a nosotros se nos niegan, sirven apenas para rellenar los huecos que el demiurgo que escribe esta historia, escasamente imaginativo, va dejando a brochazos desganados sobre el escenario de nuestras vidas… Un mundo hecho a base de estampados que repite una y otra vez los más aburridos patrones y en el que, quizá, yo mismo pueda encontrarme si miro con más detenimiento a mis compañeros de avión, antes de que éste, de puro irreal, más que volar acabe por desvanecerse en el aire…



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