Es como un sueño, pero sigo despierto y aún no hemos despegado: unos asientos por delante del mío me llama la atención, con la fuerza de gravedad de los detalles sólo aparentemente irrelevantes -mcguffin, en culto- una mano femenina de uñas exquisitamente pintadas que se elevan incitantes hacia el regulador del aire acondicionado; un poco más allá, una calva incipiente, muy parecida a la que luce el amigo que se sienta a mi lado, despunta sus brillos de ansiedad entre el resto de cabezas cenicientas que forman el pasaje… Entonces, en otra parte del avión, descubro con sorpresa una mano femenina idéntica a la interior (misma laca de uñas, mismas pulseras estrangulando casi la muñeca) y de repente todo encaja en mi curioso, febril pensar: todos tenemos un doble (o varios) que, lejos de estar destinados a vivir todas aquellas glorias que a nosotros se nos niegan, sirven apenas para rellenar los huecos que el demiurgo que escribe esta historia, escasamente imaginativo, va dejando a brochazos desganados sobre el escenario de nuestras vidas… Un mundo hecho a base de estampados que repite una y otra vez los más aburridos patrones y en el que, quizá, yo mismo pueda encontrarme si miro con más detenimiento a mis compañeros de avión, antes de que éste, de puro irreal, más que volar acabe por desvanecerse en el aire…
Una colección de minúsculos extrañamientos, epifanías de bolsillo, miradas al paso con las que el pensamiento avanza, quizá a ninguna parte, encerrado en el laberinto interior de una polisemia: curioso pensar, este pensar curioso...
miércoles, 4 de julio de 2012
The Twilight Zone (Viajar, 23)
Es como un sueño, pero sigo despierto y aún no hemos despegado: unos asientos por delante del mío me llama la atención, con la fuerza de gravedad de los detalles sólo aparentemente irrelevantes -mcguffin, en culto- una mano femenina de uñas exquisitamente pintadas que se elevan incitantes hacia el regulador del aire acondicionado; un poco más allá, una calva incipiente, muy parecida a la que luce el amigo que se sienta a mi lado, despunta sus brillos de ansiedad entre el resto de cabezas cenicientas que forman el pasaje… Entonces, en otra parte del avión, descubro con sorpresa una mano femenina idéntica a la interior (misma laca de uñas, mismas pulseras estrangulando casi la muñeca) y de repente todo encaja en mi curioso, febril pensar: todos tenemos un doble (o varios) que, lejos de estar destinados a vivir todas aquellas glorias que a nosotros se nos niegan, sirven apenas para rellenar los huecos que el demiurgo que escribe esta historia, escasamente imaginativo, va dejando a brochazos desganados sobre el escenario de nuestras vidas… Un mundo hecho a base de estampados que repite una y otra vez los más aburridos patrones y en el que, quizá, yo mismo pueda encontrarme si miro con más detenimiento a mis compañeros de avión, antes de que éste, de puro irreal, más que volar acabe por desvanecerse en el aire…
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