Vivir una vida en las transiciones, en los momentos en que el deseo desea algo y la mente anticipa su disfrute, siempre superior, ay, a su plasmación real... Incluso lo cotidiano (sobre todo lo cotidiano) cumple esta sagrada regla: volver a casa prometiéndonos tantos pequeños placeres que luego se reducirán a dormitar frente al televisor; abrir un libro (o ni siquiera eso: adquirirlo meramente) esperando de él la reedición de aquellos deslumbramientos que nos sacudían en nuestra época de aprendices de lo literario; citarse con los amigos de siempre con la expectativa de lograr las mismas alquimias que os unieron indisolublemente hace ya tantos años...
Escribir en este cuaderno (¿publicar en este blog?) notas que pálidamente transcriben la embriaguez del pensamiento en pos de una idea esencial que las resuma a todas, que responda a todos los interrogantes y reduzca a cero el roce con lo real, desvaneciendo en adelante la necesidad misma del pensamiento...
Pura utopía.
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