viernes, 25 de marzo de 2011

El escritor que no sabía mentir


¿Continua, eterna paradoja del gremio o lamentable ejemplo de ética deontológica vuelta contra uno mismo? El hecho es que el escritor, creador de ficciones, mentiroso por vocación, devoción, profesión y hasta por vicio, se encuentra con que luego, a la hora de narrar su propia vida, no puede separarse un ápice de la línea de lo real (es un decir, todos hemos suscrito grandes excesos narrativos, o forzado la verosimilitud de ciertas escenas a la hora de narrarlas a nuestros allegados... pero en esencia, por una suerte de prurito profesional o ética mal entendida, se intenta siempre ser fiel al fondo de lo sucedido; o, dicho con más retórica -y citando a alguna vaca sagrada de la literatura de cuyo nombre no consigo acordarme- "por los caminos de la mentira llegaremos a la verdad")... No me refiero tanto, de todas formas, a la rememoración puesta en palabras de la experiencia ya vivida; sino, más bien, a la proyección de caminos posibles de cara al futuro, o la asunción en adelante de una más de tantas máscaras y tan coloridos ropajes como, en tiempos de mayor desprejuicio narrativo, alegremente se vistieron... Es en ese sentido en el que se da la paradoja: el escritor, capaz de distinguir las ficciones que sostienen y dan identidad a los demás, no es ya capaz de contarse a sí mismo una ficción que le ayude a moverse hacia algo... Por mucho que, si una vez más lo consiguiera, eso le ayudara a despegar(se) del monótono recuento diario de las mismas -y tan reales- mezquindades cotidianas, que hace tiempo lo tienen paralizado, agarrotado, recluido en un espacio cero de la escritura, reducido lamentablemente a sí mismo. La clave de todo esto, me temo, es aquello que aún me niego a aceptar: que el vínculo entre realidad y literatura, tan fecundo en otros tiempos, se ha roto definitivamente... Porque la realidad, ya (tras tantos intentos por salvarla en la mirada, por buscarle las vueltas para no renunciar a ella), no merece ser contada.

Miremos a otro lado, pues... Y, si ya no sabemos contarnos mentiras sobre nosotros mismos, inventémonos personajes que, siquiera en forma vicaria, nos permitan aún vivir esas historias más grandes que la vida a las que, un día, nos creímos acreedores...

3 comentarios:

  1. ...Y se me ocurre que ésta es una más de las razones por las que no hemos podido convertirnos en escritores "de facto", reconocidos como tales: nuestra honradez esencial, nuestra falta de flexibilidad a la hora de contarnos historias sobre nosotros mismos... Como aquella en la que, un día, al fin, seríamos escritores.

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  2. Este post es absolutamente absoluto. Lo de las mezquindades cotidianes me ha encantado, no puedo estar más de acuerdo.
    Pero creo que, si mentir a veces es un arte, deberíamos perfeccionar la técnica.

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  3. Jo, me alegro mucho de volver a verte por aquí... Siempre he creido que algunas personas necesitan mentirse más que otras, y sin embargo suelen tener más dificultades para hacerlo, porque se sienten más limitadas por la realidad. Así que sí, habrá que hacer un arte de ello, aprender a mentirse para allanarse un poco la vida. Al fin y al cabo, todo el mundo lo hace.
    Un abrazo.

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