viernes, 6 de abril de 2012

Anatomía del café (En un café, 11)


El desangelamiento de los cafés de barrio, que se erigen en mis viajes necesarios descansos en la tarea de "aprenderme" la ciudad ajena (de, si se me permite el palabro, "desajenizarla"). Su carácter impersonal los convierte, aquí y allá (en ese "allá" que va respondiendo a tantos nombres de ciudad, atesorados como los nombres de las mujeres que un día amamos) en portales por los que imaginariamente transitar de una ciudad a otra, o mejor, acceder a través de ellos a la Ciudad Única, esa instancia de la experiencia urbana (de nuestro habitar, es decir, de nuestro ser) que resume a todas las ciudades que conoceremos. Esos portales, túneles o pasadizos facilitan la fluidez de una vida anónima, que en ellos se resguarda de la necesidad de definirse, de llegar a ser más que bruma (bruma que podría, un día propicio, tomar al fin la forma deseada). Los cafés, así, como salas de espera de la realidad, que alivian transitoriamente la pesada obligación de ser, que aplazan la toma de decisiones a la espera de que en el horizonte aparezca... ¿qué?

3 comentarios:

  1. Sigues construyendo tu particular mundo poético, con su propio lenguaje y sus propias imágenes. Me alegro mucho. ¿Alguien dijo que habías bajado la guardia?

    Me quedo, sobre todo, con la buena idea de los cafés como portales de tránsito hacia la Ciudad Única. Ese Libro Negro de la Ciudad...

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  2. Yo me quedo con los cafés, como salas de espera de la realidad. Espera eterna.

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  3. Pues yo me quedo con los pasadizos que facilitan la fluidez de una vida anónima, que en esos momentos prefiere ser más bien epicúreo observador a cualquier otra cosa.

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