martes, 25 de enero de 2011

Poética de un tiempo sin historias


Una literatura de los objetos, los lugares, los personajes o su promesa; pero no de las historias, sino, como mucho, de los escenarios (los espacios que contienen la posibilidad de una historia) o las situaciones (la mezcla entre escenario y personajes, aún en estado de germen). La historia, más allá de su atisbo, una vez desarrollada, sólo estropea la potencialidad, la libertad absoluta del objeto para sugerir mil caminos; es esa sensación de libertad y posibilidad infinita lo que yo busco, ese momento casi místico en que la realidad ofrece la vía de escape perfecta, de la tiranía de la circunstancia y lo concreto (¿el presente?) hacia la inmortalidad de lo eternamente indefinido, ámbito de todas las historias posibles.

"Quisiera para mí la existencia del fantasma..."


¿Una vida borrosa, de aeropuertos y supermercados, siempre en tránsito, sin fijar una identidad más sólida que el soplo del viento en las nubes, viviendo en los demás y su eterno fluir?

sábado, 22 de enero de 2011

Hermana duda


Dudar, esa capacidad milagrosa, ya perdida; apelar a la hermana duda, a la que se encomendaron tantas cosas preciosas en tiempos mejores; dudar junto a alguien, un regalo compartido que alumbró tantas madrugadas... Dudar, hoy, se ha convertido en un lujo, para el que siempre falta tiempo: ya ni siquiera dudo, no me hace falta... Dudar, así, para qué, si ya está todo decidido (aunque uno no recuerde haber tomado una sola decisión), si de la duda no va a surgir nada nuevo, nada que mueva a cambiar nada; chispas apenas, acaso, que no llegan a prender fuego... Dudar, en fin, una quimera -pequeñas, irrelevantes vacilaciones aparte- cuando una certeza absoluta -una certeza absolutista- domina el paisaje del presente: la certeza del fracaso.

Yo, robot

Curioso pensar, terrible asumir el pensamiento del robot: funciono, sí; qué gran conquista, pero ¿a qué precio?... Quién pudiera no funcionar -responder enseguida-, bellamente disfuncionar, no estar hecho, acabado, completo, saciado, inapetente... Una sociedad de autómatas, cada uno con su programación bien aprendida, grabada a hierro y fuego en su memoria ROM; adultos que, en la calle, miran con rencor y compasión a los jóvenes que se cruzan a su paso con grandes risotadas llenas de arrogancia, o miradas huidizas conmovedoras de timidez; cuánto tiempo les quedará, susurra y crepita la voz metálica de la programación, para engrosar -para engrasar- nuestras filas...

martes, 18 de enero de 2011

Despertar

Pienso hoy en el escritor de mediana edad y mediano talento que, mediada su carrera en la literatura y en la vida, detiene al fin su mano y alza la mirada del papel; con los ojos llenos aún de bruma y polvo de ficciones, sacudiéndose los restos de su sueño literario, mira al mundo alrededor, el mismo que durante años ha intentado embellecer con las mejores de sus palabras, arduamente labradas, talladas con cariño de artesano... ¿No descubrirá entonces que todo sigue como siempre, como antes de la escritura, como si el mundo no hubiera recibido ni una sola gota de la lluvia de palabras que sobre él ha vertido amorosamente? Es más, él tampoco parece haber sido alcanzado por esa misma lluvia, tantas palabras espolvoreadas sobre sí mismo que no parecen haber lavado ni una sola de las incertidumbres, ni una de las imperfecciones que tenían por objeto último (¿único?) eliminar. Quizá entonces el escritor se pregunte de qué ha servido todo su esfuerzo, qué oscuros planes para perpetuarse en su fealdad ha urdido y ejecutado el mundo mientras él miraba a otro lado, a ese mundo-otro que le nacía de la imaginación para poblar la hoja en blanco (para que él, su yo-otro, tuviera un mundo que habitar)... Por fin, encogiéndose de hombros, sin mayor dilema ni remordimiento, el escritor volverá a esgrimir la pluma sobre el papel, y pronto se lo podrá ver ensimismado rasgando unas palabras...

No sabe hacer otra cosa.


domingo, 16 de enero de 2011

Aquello que no fue (Deseo, 12)


Tantos tesoros quedan aún por descubrir, justificando a pesar de todo la esperanza: el que, radiante, se esconde más allá del breve escote que permite atisbar un terreno de piel exquisitamente nívea, que viste a una mujer de dulzura añeja y regusto a mujeres de la infancia (a aquellas suaves, cándidas muchachas vivas aún en el recuerdo, que uno imaginaba enamorar en los primeros despertares de la adolescencia); o el del deseo persistente, tan fácilmente renovado por una mujer tenazmente esquiva, pero cuya negativa siempre tuvo un sabor a desafío, a invitación a persistir y hallar el camino correcto hacia ella, de vez en cuando iluminado por la promesa de una mirada sutilmente aprobatoria... Tesoros del día a día, su presencia da brillo a una realidad gastada por la rutina, mostrando fugazmente el atisbo de tantos caminos al margen: el que se emprendería extasiado sobre el terreno de nieve de una piel inmaculada, sin miedo a encontrar o repetir las huellas de ninguna expedición previa; o aquel en el que uno sería capaz de sostenerle a la mujer la mirada con determinación, hasta notarle en los ojos como si algo se aflojara, venciéndose al fin, decantándose tras tanta lucha -tras tanta lucha consigo misma- hacia la sorpresa en los labios de un sí...

martes, 11 de enero de 2011

Arquetipo (Deseo, 11)

Curioso encontrarse, a veces, con el arquetipo; una chica joven, en pleno proceso de "florecimiento", representará entonces a todas las chicas jóvenes y florecientes que podríamos haber amado años ha, cuando el deseo de amar no estaba aún enturbiado por el peso de la experiencia (el amor antes del amor, el de los enamorados del amor, renovado en cada cuerpo susceptible de ser amado). Personajes de una vida que no compareció, moldes huecos para albergar imágenes de un deseo nunca satisfecho, su presencia refrescada a diario (el arquetipo encarnándose en cuerpo tras cuerpo, en cuerpos sucesivos) hace pensar en las mujeres angelicales de Onetti, convertidas, años después (no importa si diez o veinte, lo importante es que sean mujeres hechas, es decir, deshechas) en perdidas mujeres de los bares. Licencias aparte, caminar entre tales imágenes de lo perdido, de lo que nunca se poseyó, habla con voz fime del paso del tiempo, y, más allá, de la fractura que, en un indeterminado momento del pasado (en tantos, realmente) separó las dos orillas de la realidad y el deseo, inaugurando una existencia que desde entonces transcurre fragmentada, rota, brumosa, nunca del todo en una u otra orilla...

Ahogo de yo


A veces, buscar una bolsa de potencialidad como se buscaría una bolsa de aire en las profundidades submarinas; con la misma urgencia, el mismo apremio en los pulmones, la misma necesidad de respirar un aire distinto, vivificante, un poco embriagador, que beberse a borbotones de vida otra...

sábado, 8 de enero de 2011

Crónicas de autobús, 4


De vez en cuando coger algún autobús, cualquiera de los que recorren estérilmente la ciudad, en viajes circulares a ninguna parte; sólo por recuperar una cierta melancolía, mecida por el traqueteo que me acunó estos años y que aún a veces el cuerpo recuerda, como una terca memoria hereditaria que no desfallece con el paso de las generaciones (¿hay una raza de viajeros eternos, indistinguibles del resto de nosotros salvo por ciertos gestos que a veces les escapan, miradas que buscan ventanas moteadas de lluvia tras las que ver un mundo sólo aprensible en movimiento, cuando escapa hacia el horizonte de un pasado que se desvanece suavemente en la distancia, kilómetro a kilómetro?)... Antes de la vida, los autobuses fueron receptáculos del misterio; oscuros transportes de gesto severo que llevaban a zonas de la ciudad que nunca pisaría con mis propias suelas, dando a sus pasajeros un aire como de viajero experimentado -el hastío en la mirada, la postura confiada, derrumbada contra el cristal- que conocía latitudes extrañas, vedadas a uno mismo y el alcance de sus pies, el limitado radio de lo cotidiano... Hablo de la infancia, sí, pero también de aquel tiempo aún tan reciente en que los autobuses transportaron un amor ardiente y nunca del todo correspondido: cuando, día tras día, el 9 me la traía, y el 5 me la volvía a arrebatar... Luego vino la vida y el trabajo (¿no son ambas cosas la misma?), y los autobuses fueron eslabón necesario de la cadena de una esclavitud laboral demasiado mansamente aceptada; prolongaciones de una vida sobre raíles que, al abandonarlos, transmitían a mis pies la orden muda, insidiosa de continuar el camino, más allá de donde ellos llegaban, hasta un destino inexorable, del punto A al punto B... Hoy, al fin, tomar algún autobús es como trasponer las puertas de un bar de barrio y reencontrarse con su vieja parroquia, repasando los rostros cansados que no hace tanto reflejaban el mío (¿que lo siguen reflejando?); rostros reemplazables de autobús en autobús, de línea en línea, que resumen un único rostro sin nombre: el de la callada víctima de la ciudad...


jueves, 6 de enero de 2011

Dejen todo en mis manos

Traigo hoy de nuevo palabras ajenas, que cierto comentario en este blog me ha traído a la memoria; las que encabezan la deliciosa novela Dejen todo en mis manos, del inclasificable autor uruguayo Mario Levrero... Un interludio cómico, apetecible en un blog que suele rozar el tremendismo.


-La novela es buena -dijo el Gordo, e hizo una pausa significativa-. Pero...

Podía habérmelo imaginado, porque sé desde hace unos cuantos años que mis novelas pertenecen a esa clase; buenas, pero... Los críticos se esfuerzan por clasificar mi literatura como perteneciente a tal o cual categoría, pero los editores son más realistas, y unánimes; hay una sola categoría posible para mi literatura: buena, pero...

Levanté una mano como para detener el tránsito.

-Perfecto -dije-. Ya entendí. Ahorrate el discurso.

Eso, desde luego, no era posible. El Gordo debía forzosamente vomitar su discurso culpable, y yo lo debía soportar, pues forma parte del ser nacional. Hay algo terriblemente culpable en el hecho mismo de ser uruguayo, y por lo tanto nos resulta imposible decir no clara, franca y definitivamente. Es preciso agregar un enorme palabrerío para justificar ese no, siempre y cuando lleguemos a pronunciarlo; más a menudo nos enredamos en transacciones complicadas, viciadas de irrealidad, que suelen conducir a desastres monumentales.

Escuché, pues, con resignación, sobre las actuales dificultades de la industria editorial en nuestro país, como si fuera un tema novedoso, como si el Gordo lo hubiera descubierto tras profundas meditaciones y encuestas. Como si en nuestro país existiera una industria editorial. Como si nuestro país fuera un país.

(.....)


Lo que sigue es una especie de novela negra a-la-uruguaya, centrada en el mundillo literario, con un protagonista irresistible, un escritor torpe, desmañado e hipocondriaco, dueño de una voz que revela en sordina todo la socarronería que se concentra en esa orilla del Río de la Plata. Si os animáis, hay dos ediciones recientes, una en Caballo de Troya y otra en Mondadori...

martes, 4 de enero de 2011

Ritual (En un café, 4)


Empezar todo por un gesto convencional, arbitrario, que desencadene el resto; puede servir cualquier cosa (disponer los elementos usuales sobre la mesa en un determinado orden, por ejemplo) mientras se le pueda atribuir el necesario contenido simbólico. Luego dar un doble paso, adelante para decirle al mundo “yo te narro”, atrás para oscurecerse y desaparecerse de uno mismo, ofreciéndose como receptáculo de lo otro. Siempre hubo algo que ayudó, una posición que me desestabilizaba, obligándome a crear mis propios asideros: la relativa indefensión de hallarme a solas en un café, con la tarde por delante y un cuaderno abierto sobre la mesa. Expuesto a las miradas ajenas, era urgente crearme un yo, que hacía crecer en torno a la palabra y a una mirada anclada a ese punto del mundo pero a la vez descentrada, excéntrica, creadora de instancias narrativas que habitar con ventaja.

Hojarasca


“La hojarasca de mesa de café” (Onetti). Descubrirse íntimamente impostor, más afecto a los aledaños de la literatura que a la literatura misma, desprovisto de la determinación necesaria para penetrarla hondamente, para vivir por y para ella. Un personaje de novela coral, quizá, un sabio y cínico comediante que permaneció en esta orilla de las ilusiones para recibir con una sonrisa a los demás cuando el oleaje los arrastrara de vuelta, como él siempre supo que pasaría, incluso en aquellas ya lejanas conversaciones incendiadas de ideas que duraban toda la madrugada… El modelo, una vez más, el Onetti de "Bienvenido, Bob": No sé si tiene usted treinta o cuarenta años, no importa. Pero usted es un hombre hecho, es decir deshecho, como todos los hombres a su edad cuando no son extraordinarios"...

lunes, 3 de enero de 2011

Jugar a perder


A veces es necesario perder algo, o a alguien; provocarse una pérdida, para despertar a una realidad de objetos nuevos, redescubiertos, de perfiles nuevamente visibles, despejada la bruma de la costumbre. Jugar a perder; un simulacro que revitaliza, que insufla vida a lo que resta, que obliga al movimiento hacia lo otro; un juego amoral, quizá inmoral, tanto como necesario. En la huida, en la pérdida, es posible recuperar una visión del mundo; es el cuarto de juegos, que viene a rescatarlo a uno del mundo de los otros dándole una sensación de orden, de autonomía y sentido (es tan difícil construir el sentido junto a los demás, tan difícil coincidir en este o aquel sentido, que la única forma de alcanzarlo y retenerlo al lado de uno parece ser retomar la narración en solitario).

Hombre-sillón


Curioso pensar en la existencia de personas que no llegan a abandonar nunca su cuarto de juegos, nunca lo clausuran del todo para lanzarse a la vida, ese espacio resbaladizo híbrido de pactos y renuncias. Sólo, acaso, asoman a veces la cabeza, atraídos por algo de fuera que les hace nacer un impulso o un anhelo, un deseo (un deseo de noche) de poseerlo para decorar el cuarto de sus juegos, o, menos frecuentemente, la añorada posibilidad de encontrar otro espacio, esta vez común, en el que vivir sea algo más que aplazarse. Curioso pensar en existencias así vividas de principio a fin, sin remordimiento ni amargura, disfrutando la paradójica inmortalidad de quien nunca llega a la vida; sería ésta una raza de hombres acolchados, parapetados en profundos sillones de orejas, vestidos de albornoz y babuchas; catedráticos o escritores o funcionarios (o todo ello a la vez) comprando cada fin de semana delicatessen destinados sólo a ellos, que degustarán en una soledad ensimismada; adictos a los recuerdos y ensoñaciones, que perfeccionarán minuciosamente como personajes de Onetti, que los vestirán como una segunda piel etérea y, al cabo, tan real...