Ya en el avión (en el segundo o tercer avión de ese largo, interminable día lleno de traslados, en el que ya no sabía muy bien ni en qué país se encontraba), fue atendido por una azafata que le despertó la nostalgia y el anhelo: de rasgos germánicos, algo avejentada, de belleza dura e implacable en un rostro afilado, le recordó enormemente a la mujer que había elegido demonio tutelar del viaje, de la que, decidió, representaba una imagen futura... Así, le supuso una vida más allá de su función desganada, del inmutable océano de hastío del cielo surcado mil veces en todas las direcciones; la imaginó soltándose el pelo que malrecogía en una funcional coleta, dejando derretirse la mirada azul hielo con que congelaba al pasaje, y al fin, en las alcobas de su intimidad, derramando un torrente de pasión que la igualaría -siempre en la fantasía llena de anhelo, en el anhelo lleno de desconocimiento- con su lejana hermana menor española... A la que, de pronto, en un arranque de ingenuo heroismo, sintió la necesidad de salvar; salvarla de un futuro de coletas constriñendo la rebeldía de un hermoso cabello rubio-rojizo, de miradas azules congelándose año tras año en un gesto de hastío infinito, de palabras sin sentido repitiéndose hasta la náusea como vuelos hacia ninguna parte... Y recuperar, así, a la joven que lo había enamorado, diez años después, desde una foto tomada diez años atrás...
El mismo ejercicio de imaginación podría hacer la azafata mientras un día más -un vuelo más- contempla las filas de asientos donde este curioso pensador buscaba entre las nubes otra vida, otros seres con los que apasionarse y que lo apasionen.
ResponderEliminarÉse es el secreto anhelo del curioso pensador, esa especie de seres (¿en vías de extinción?) que buscan siempre lo otro, la mirada cómplice, la historia atisbada al paso que nunca existirá más que en el fugacísimo instante en que se cruzan dos miradas...
ResponderEliminarEse es amigo, ese es el secreto.
ResponderEliminaray... si alguna vez efectivamente se derritieran...
ResponderEliminarMe chifla este Indiana Jones al rescate de la mujer marchita o en riesgo de sucumbir a una entropía aniquiladora.
ResponderEliminarEse anhelo por de-constreñir, por descongelar miradas y gestos cotidianos, se convierte en la hazaña de un gran explorador "superhéroe".
Felicidades Julio.
Se hace lo que se puede, Gela... No siempre tiene uno el látigo preparado para tanta damisela pidiendo a gritos (o a base de miradas azul hielo) ser salvada... ;-P
ResponderEliminarP.D.: Lo advertí: "un arranque de ingenuo heroismo"...