viernes, 28 de octubre de 2011

Ver. 3.51


Dedico estos días a actualizar la cartografía del mapa de mi fragilidad; a añadirle nuevas carreteras con nombre de mujer (¿no lo son todas, acaso?) que llevan al mismo, desolado solar de tantas otras veces, adentrándose más allá de todo terreno asfaltado hacia la maleza primigenia donde habitan los fantasmas. Repaso asimismo viejas travesías por las que ya raramente circula algún recuerdo, y encuentro en ellas las razones inmemoriales de este eterno (di)vagar, esta deriva que acumula ya tantos kilómetros sin llegar a parte alguna. Imprudente, cometo exceso de lentitud en todos los radares del alma, y no dejo ni un solo punto negro sin recorrer, demorándome en la contemplación de las ruinas humeantes que, aún hoy, siguen ardiendo en los márgenes de toda carretera conocida...  

Quizá al final del trayecto sólo nos espere un cementerio de automóviles, donde hacinar los restos de tanto vehículo siniestrado -tanto empeño estéril- junto a los de los demás. En todo caso, sólo hay una verdad, que es la verdad eterna del camino:

Hay que seguir conduciendo.

1 comentario:

  1. Yo probaría a desprenderme de la máquina y caminar, aún más lento, aún más frágil. Tal vez así nunca llegues a destino.

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