¿Qué mejor amante podría tener -pensaba la mujer deseada- que aquel que sólo se atreve a acariciarme con palabras? Palabras furtivas, que ni siquiera esgrimirá algún día ante mí, frente a frente; que lanzará en cambio al viento de los azares, deseando y temiendo que alguna llegue a mis ojos, para decirme lo que él no se decide a decir; que irá atesorando en la soledad de habitaciones ignotas a las que, ay, nunca osará convocar a la imagen real que las inspira... Mi vida, así -concluirá la mujer-, no será violentada por una pasión turbulenta, y podré seguir tranquila mi infeliz camino junto a otro, sabiéndome amada en secreto... por este impecable, imposible, cortés amante mío.
Vaya frase de apertura... amigo Julio, estás desatado. A este paso, acabará derritiéndose (o no).
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