domingo, 6 de noviembre de 2011

Errancias (Viajar, 12)

Suite vénitienne, Sophie Calle, 1980
Siempre que algún curioso pe(n)sar -o, quizá, algún curioso pen(s)ar- amenaza anegarme, o siempre que, simplemente, necesito aliviar el peso de la existencia, la dura cárcel del yo, recurro a una misma imagen: la de mi itinerancia, mochila al hombro, por las ciudades que me han visto pasar... Especialmente aquellas, con nombres pequeños y cercanos -bien lejos de las glamourosas urbes internacionales coleccionadas con esmero en los últimos años- que albergaron mis breves intentos de trasladar mis raíces, o mi desarraigo, a algún lugar distinto al de mi nacimiento (y, de fondo, siempre, el pavor a que algún día mi necrológica muestre, entre dos fechas espero que alejadas, el mismo nombre de ciudad a uno y otro lado; la presunción, quizá errónea, de que ello querrá decir que nada sucedió entre una y otra fecha, nada relevante si ni siquiera se consiguió, al cabo, habitar otra ciudad el tiempo suficiente como para ¿elegirla? destino del reposo final).

Esas errancias muestran la imagen de mí que prefiero: vacío de todo rastro de pasado (si bien en muchas de ellas el combustible de mi despegue, el impulso que me echaba a andar era un rostro de mujer con el que debía, necesitaba poner una distancia suficiente), ahíto de futuro, siempre en busca del lugar donde me esperara la vida correcta, el correcto yo que algún día sería, que algún día merecería ser. Entonces, en paseos por las calles nuevas que debían servir de escenario a esa vida correcta (calles tan anónimas como aquellas que se habían dejado atrás, pero desprovistas de la sutil y omnipresente huella del dolor), o en cafés donde la nueva ciudadanía se afianzaba con palabras apasionadas garrapateadas sobre un cuaderno, florecía aquello que siempre sentí más propio: la búsqueda de una libertad personal insobornable, la vida promisoria que empezaba por una mirada despejada de sombras y que se extendía luego a los edificios que me veían desfilar, al mismo asfalto sobre el que flotaban más que caminaban mis pasos nuevos...

Estos días en que las ciudades meramente se visitan, destinos de unos pocos días en que tomar aire antes de regresar a lo de siempre, extraño tanto esos viajes con vocación de permanencia, de trascender su condición de viajes para aspirar a convertirse en la vida misma. Por el camino he coleccionado algunos rostros nuevos de mujer (de los que, ay, ya no puedo huir tan fácilmente), cosechado algunos achaques y algunas canas, aprendido más de uno y más de mil límites dolorosos... Así que las únicas huidas que me quedan son estrictamente mentales, y la imagen a la que tercamente me aferro en mis curiosos pe(n)sares, o pen(s)ares, apenas una vaga sombra del pasado...

Pero, quién sabe: siempre proclamé que guardaba una huida en el bolsillo... Y la mochila -que nunca fue mochila sino maleta, o bolso, o zamarra- sigue guardada en mi armario...

3 comentarios:

  1. Sé que soy recurrente, pero es que creo que si hilvanas todos estos fragmentos te saldrían las ciento cincuenta o doscientas páginas que todos -incluído tú- esperamos. Te aseguro que he leído multitud de cosas que no soportarían la comparación. Vamos Julio, esta es la línea: ciudad, miradas, tristeza y viajes. En ese terreno ofreces lo mejor.

    ResponderEliminar
  2. Ya lo pensé en su momento, creo que también espoleado por tus comentarios. Y aunque yo también veo ahí un libro, creo que sería difícilmente publicable sin "haberme hecho un nombre" previamente, mediante algún libro más "convencional". De todas formas lo tengo a la vista, al fin y al cabo sólo tendría que hacer una selección y, si acaso, un poco de reescritura. De todas formas, este blog es una obra "en marcha", y, como está tan apegado a mi día a día, siempre hay material para hacerlo crecer.

    Gracias por tu recurrencia ;-)

    ResponderEliminar
  3. Ah, pero es que el amigo Soares siempre tiene razón. Noto además en este resucitar del blog una mayor fineza que en la anterior etapa, como si en verdad hubieras tomado la distancia necesaria para explicarte (y explicarnos) la vida de la manera más precisa y más elegante.

    ResponderEliminar