sábado, 8 de enero de 2011

Crónicas de autobús, 4


De vez en cuando coger algún autobús, cualquiera de los que recorren estérilmente la ciudad, en viajes circulares a ninguna parte; sólo por recuperar una cierta melancolía, mecida por el traqueteo que me acunó estos años y que aún a veces el cuerpo recuerda, como una terca memoria hereditaria que no desfallece con el paso de las generaciones (¿hay una raza de viajeros eternos, indistinguibles del resto de nosotros salvo por ciertos gestos que a veces les escapan, miradas que buscan ventanas moteadas de lluvia tras las que ver un mundo sólo aprensible en movimiento, cuando escapa hacia el horizonte de un pasado que se desvanece suavemente en la distancia, kilómetro a kilómetro?)... Antes de la vida, los autobuses fueron receptáculos del misterio; oscuros transportes de gesto severo que llevaban a zonas de la ciudad que nunca pisaría con mis propias suelas, dando a sus pasajeros un aire como de viajero experimentado -el hastío en la mirada, la postura confiada, derrumbada contra el cristal- que conocía latitudes extrañas, vedadas a uno mismo y el alcance de sus pies, el limitado radio de lo cotidiano... Hablo de la infancia, sí, pero también de aquel tiempo aún tan reciente en que los autobuses transportaron un amor ardiente y nunca del todo correspondido: cuando, día tras día, el 9 me la traía, y el 5 me la volvía a arrebatar... Luego vino la vida y el trabajo (¿no son ambas cosas la misma?), y los autobuses fueron eslabón necesario de la cadena de una esclavitud laboral demasiado mansamente aceptada; prolongaciones de una vida sobre raíles que, al abandonarlos, transmitían a mis pies la orden muda, insidiosa de continuar el camino, más allá de donde ellos llegaban, hasta un destino inexorable, del punto A al punto B... Hoy, al fin, tomar algún autobús es como trasponer las puertas de un bar de barrio y reencontrarse con su vieja parroquia, repasando los rostros cansados que no hace tanto reflejaban el mío (¿que lo siguen reflejando?); rostros reemplazables de autobús en autobús, de línea en línea, que resumen un único rostro sin nombre: el de la callada víctima de la ciudad...


3 comentarios:

  1. Parece que vas enderezando el rumbo, o retomando el antiguo sendero de este blog (porque deduzco que con esta nota no tiras de archivo).
    Me ha gustado especialmente el final, esa invocación que resume de forma palmaria la condición del personaje, la de 'víctima de la ciudad'.

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  2. Regresando a los orígenes del blog: literatura y filosofía de la mirada de un paseante de esa ciudad sin nombre que es todas las ciudades.

    No obstante, al contrario que el compañero Agus, a mi me da la impresión de que has tirado de archivo... O eso, o has superado el dilema amoroso en el que te veías envuelto. Ya me contarás con un buen café de por medio. (Me tienes intrigado).

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  3. Os respondo a los dos: no, no es una nota de archivo, es completamente nueva. Eso de "regresar a los orígenes del blog" tiene un sabor agridulce, como un deje de derrota asumida... Además, ya me conocéis, me gusta llevarle la contraria a "mis lectores" (si tales entidades existen).

    Javi, los dilemas amorosos no se superan, sólo se ponen en standby hasta mejor ocasión... Ya te contaré, con una infusión (burguesa) de por medio ;-)

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