Contemplo a día de hoy tu madurez serena, por la que no recibes sino alabanzas; dicen que estás en tu mejor momento, fuerte y creativa, superviviente de ti misma, de una juventud tumultuosa demasiado tiempo prolongada, puro sueño de rock y noches insomnes que no dejaron, sin embargo, poso alguno en tu belleza. El tiempo nos ha amigado, y ahora podemos hablar sin miedo a las barreras de entonces, la mía de chico bueno, tímido y poco experimentado, que te miraba -siempre de lejos- con adoración teñida de pánico; la tuya de cruel y caprichosa diosa del deseo ajeno, que manejabas con látigo firme y sabiduría inmemorial de hembra de bandera, en noches interminables en las que, sólo cuando decidías retirarte agotada, el sol se atrevía a salir de nuevo... Sin embargo, ay, amiga, debo decirte algo: cuando se es tan bella como tú, crecer y hacerse adulta (y casarse, y tener hijos, y tantas otras claudicaciones) puede ser el peor de los pecados... Y debo confesar que cada vez que te miro, aún hoy, no puedo sino ver, tras la serenidad que ha suavizado con el tiempo tus rasgos perfectos, a aquella otra tú, aquella que fuiste entonces; y sé -y me odio por ello- que nunca te amaré tanto como amé a aquella diosa inalcanzable que reinó implacable sobre mis fantasías... Pero lo peor no es eso; mi condena es saber que también tú, por muchos logros que alcances, por mucha sabiduría que acumules, no podrás librarte jamás de una oscura sensación de pérdida bulléndote en las entrañas, la pérdida de algo precioso e irrecuperable que te hubieran arrancado de dentro, una parte de ti que ardió, hace ya tantos años, como una estrella fugaz -inconsciente de su fugacidad- en las únicas noches verdaderas que nos es dado conocer en vida... Pues esa y no otra, amiga, es la maldición de las mujeres cruel, sobrenaturalmente bellas. Como tú.
(N.del T.: La foto que acompaña el texto pertenece a Christina Rosenvinge, a quien evidente -y lamentablemente- no conozco, pero cuya belleza sobrenatural, que la edad y el paso del tiempo respetan casi con reverencia, ha inspirado este pequeño "what if"...)
Una colección de minúsculos extrañamientos, epifanías de bolsillo, miradas al paso con las que el pensamiento avanza, quizá a ninguna parte, encerrado en el laberinto interior de una polisemia: curioso pensar, este pensar curioso...
domingo, 27 de febrero de 2011
sábado, 26 de febrero de 2011
El habitante del mañana, 3
En el futuro, como siempre supimos que pasaría, llueve constantemente; no debido a alguna previsible catátrofe medioambiental, sino, más bien, a una afinidad de tono, la pertinencia de la lluvia como eterno telón de fondo a este tiempo sin tiempo, donde nada transcurre, donde nos alineamos silenciosos frente a las ventanas para ver, apenas, cómo llueve constantemente...
jueves, 24 de febrero de 2011
Conquista (En un café, 5)
La larga tradición de cafés que me han albergado, presenciando mis múltiples transformaciones (que han acabado convirtiéndome, tras dar una vuelta completa al universo de posibilidades de mi yo, en mí mismo); sus parroquianos, mudos compañeros en el camino por los que siempre me fue fácil sentir una cálida hermandad… Rasgos universales de un diálogo de años que se mantiene, aún a día de hoy, con pocas variaciones: el café como lugar donde abandonarse a uno mismo en la puerta (aparcando los conflictos imposibles de resolver) e interpretar al otro al que se tiende, inventándole los gestos, las miradas, los pasados llenos de sombras… Los cafés de tantos lugares, en resumen, como escalas en el camino hacia la otredad, embajadas en las que ir planeando la conquista de la ciudad ajena (de una vida ajena que se pueda acabar confundiendo con la propia); puntos de un inmenso tablero de juego en los que ir depositando piezas como torres o puestos de avanzada de una conquista imposible (la de un yo mejorado, apto para la felicidad, merecedor de una vida bella y significativa) pero a la que siempre hay que tender, como se tiende a las utopías...
Surviving
Calidez, no propiamente compasión, hacia el personaje infortunado y su entorno, la pequeña geografía de sus placeres, las atalayas de su resistencia, los lugares donde pese a todo encuentra acomodo. Una luz nace alrededor de todo ello, y parece posible vivir en torno a esa luz, moviéndose en el círculo modesto de su alcance, mirando el mundo desde la seguridad de su perímetro (estando fuera y dentro del mundo a la vez). La clave, quizá, mantener al mundo a una distancia manejable; ¿la distancia de la página impresa?...
miércoles, 23 de febrero de 2011
Collage
“Hay un tipo de literatura del hombre que se queda en su ciudad” (Fernando Luis Chivite, “Insomnio”).
"...Que le hagan ver su ciudad, ésa que está tras la ventana, de una forma distinta: como a un lugar único donde a él puede ocurrirle todavía cualquier cosa, no necesariamente mala, no necesariamente triste, no necesariamente mañana. Un lugar que no descarte sin más los milagros (...): una ciudad nueva, llena de vidas a estrenar" (Vicente Luis Mora, "Circular").
"Desde hace tres días, sin embargo, se han precipitado los acontecimientos y he venido a parar a este retículo cero de la Tierra, lugar exento de equivocaciones cuyo retrato me incumbe como una deuda de honor, como una última responsabilidad" (Belén Gopegui, "La escala de los mapas").
"Imagino el andén y el vestíbulo de una tórrida estación, espacios donde el pasajero existe entre paréntesis, suspenso entre el camino recorrido y, a mediodía, el reverbero de otra ciudad" (Belén Gopegui, "Tocarnos la cara")
"Es distinto ser apátrida en casa que en el extranjero, donde uno puede encontrar su hogar en la ausencia de una patria" (Imre Kertész, "Yo, otro").
"La mayoría de las personas se empeñan en un lugar, huertas, molinos o palacios. Quieren fugarse allí, muy bien, pero luego, esos sitios, ¿cómo los defienden? ¿Y qué felicidad puede procurarles un refugio que deben defender?" (Belén Gopegui, "La escala de los mapas").
"El hombre acorralado puede irse pero se queda, atado a la ciudad por una deuda misteriosa que el viento conoce" (Eduardo Galeano, "La canción de nosotros")
"...Que le hagan ver su ciudad, ésa que está tras la ventana, de una forma distinta: como a un lugar único donde a él puede ocurrirle todavía cualquier cosa, no necesariamente mala, no necesariamente triste, no necesariamente mañana. Un lugar que no descarte sin más los milagros (...): una ciudad nueva, llena de vidas a estrenar" (Vicente Luis Mora, "Circular").
"Desde hace tres días, sin embargo, se han precipitado los acontecimientos y he venido a parar a este retículo cero de la Tierra, lugar exento de equivocaciones cuyo retrato me incumbe como una deuda de honor, como una última responsabilidad" (Belén Gopegui, "La escala de los mapas").
"Imagino el andén y el vestíbulo de una tórrida estación, espacios donde el pasajero existe entre paréntesis, suspenso entre el camino recorrido y, a mediodía, el reverbero de otra ciudad" (Belén Gopegui, "Tocarnos la cara")
"Es distinto ser apátrida en casa que en el extranjero, donde uno puede encontrar su hogar en la ausencia de una patria" (Imre Kertész, "Yo, otro").
"La mayoría de las personas se empeñan en un lugar, huertas, molinos o palacios. Quieren fugarse allí, muy bien, pero luego, esos sitios, ¿cómo los defienden? ¿Y qué felicidad puede procurarles un refugio que deben defender?" (Belén Gopegui, "La escala de los mapas").
"El hombre acorralado puede irse pero se queda, atado a la ciudad por una deuda misteriosa que el viento conoce" (Eduardo Galeano, "La canción de nosotros")
Diálogo a una sola voz
Qué cantidad de gestos gastados para con uno mismo, gestos heroicos, gestos de renuncia, aspavientos que nadie más percibirá, pese a ir secretamente destinados, en realidad, a los otros (frecuentemente, a ella). Una comunicación imposible, pues no existe otro receptor que el mismo que emite esos mudos mensajes desesperados; luego, casi siempre, en apenas un parpadeo, la realidad -un gesto cálido, una sonrisa llena de promesas, el azar de unas palabras afortunadas que, sin saberlo, responden a una pregunta nunca formulada- desarbolará enseguida tanto ridículo heroísmo, y será posible volver a la serena narración de todos los días, en espera... ¿de qué?
sábado, 19 de febrero de 2011
De blogs y amores olvidados
Un día me pregunté qué sucedía con los blogs abandonados (tras darme cuenta, por propia experiencia, de que la escritura de blogs suele tener una fecha de caducidad, aquella que el esfuerzo y la ilusión del autor, y la generosidad de los lectores, establezca en cada caso). Tuve en ese momento una de esas visiones "empequeñecedoras", siguiendo el tópico que establece que ante la contemplación del universo nos sentimos insignificantes; imaginé, así, todo un cosmos de blogs fenecidos que, a la manera del cinturón de basura espacial que abraza cada vez más estrechamente nuestro planeta, se mantuviera de alguna forma vivo en la periferia marginada del ciberespacio, en aquellos rincones oscuros, alejados de los banners coloridos y programas en Java autoejecutándose interminablemente, en los que ya nadie pone sus ojos, que ya nadie frecuenta en sus vagabundeos virtuales... Me fascinó la idea de que todos esos blogs, esos fragmentos de identidad lanzados al ciberespacio, estuvieran vivos en cierto modo, siquiera como recuerdo de lo que personas reales sintieron y quisieron compartir con el mundo en este o aquel momento; extendiendo la idea hacia el futuro, imaginé entonces que llegado un momento, dentro de pocas décadas, esos atisbos de subjetividades ya extintas, mementos de personas que hubieran abandonado ya la existencia física, llegaran a colapsar el no-tan-infinito ámbito del Ciberespacio, requiriendo de la creación de un cuerpo especializado de basureros virtuales que eliminaran selectivamente (en función de su interés, defínase éste como se defina) algunos (algunos cientos de miles) de esos restos de vidas pasadas... eligiendo así, en última instancia, quién permanecería vivo (siquiera en esa vida virtual e imperfecta) y quién, a todos los efectos, moriría.
Después vino la elección del escenario, y, siguiendo la lección del gran maestro del cyberpunk, William Gibson, elegí una de esas ciudades alejadas de los focos, a las que el futuro, si llega, lo hace ya gastado y polvoriento, como una cosa pasada de moda: mi adorada Montevideo, la ciudad de todas las tristezas (convertida además, por -brillante- sugerencia de un amigo, en capital de un país que ya ni siquiera existiría, un Uruguay anexionado por Argentina, desposeído de sí mismo, de su pequeña dignidad de país pequeño... ideal para el tono de este proyecto). Así pues, decidí ubicar en Montevideo a uno de esos basureros, uno que, como el Montag de Fahrenheit 451, adquiere conciencia de lo inhumano de su trabajo, la dimensión moral de acabar con todos esos fragmentos de vida que ya apenas tienen eco más allá de la ínfima cantidad de espacio virtual que ocupan, pero que son el último atisbo existente de personas que vivieron y sintieron. Con los fragmentos que salva, guardados celosamente en su propio espacio de disco duro, este basurero va componiendo a modo de monstruo de Frankenstein el semblante de la persona que él mismo se empeña en olvidar, en matar en su recuerdo: la mujer que lo abandonó un día, que surge por todas partes, burlona y eterna, entre los resquicios de identidades ajenas rescatadas por la conciencia y el celo profesional de este demasiado sensible funcionario.
Y todo ello, en realidad, no sería más que la historia a fragmentos que escribe un hombre de nuestro tiempo, de nuestro mundo, para conjurar su propia sensación de pérdida ante el abandono inexplicado e insoslayable que acaba de sufrir por parte de la mujer que ama... Como tantas veces antes, como ha hecho toda su vida, combatirá la enorme sensación de vacío mediante la escritura, alumbrando todo un universo futuro consagrado al olvido pero que, a la postre, no hará sino recordarle aquello que querría eliminar del disco duro de su alma. Y descubrirá, así, que las heridas reales, las de carne y hueso, no se pueden borrar simplemente pulsando un botón, o rompiendo en mil pedazos una hoja de papel...
Lástima que nunca escriba esta novela...
miércoles, 16 de febrero de 2011
Un blog sin lectores
Tránsito nocturno
Coches transitando en la noche, a horas impropias, de vuelta de (¿o ida hacia?) ignotas transacciones emocionales, sin el salvoconducto de la rutina, la legitimidad de los traslados usuales al trabajo, a casa, al trabajo... El observador, desde su ventana, imaginará vidas ajenas encapsuladas en el metal cromado, y sentirá que cada vehículo transporta una vida extraordinaria, una historia digna de ser contada; la suma de todas ellas, al cabo de un rato de observación, le hablará al oído de la temblorosa existencia nocturna de la ciudad, de la que en tiempos el propio observador formó una minúscula y tímida parte, pero que esta noche, tras la ventana (tras una vida vivida tras una ventana tras otra), le parece al cabo tener el aroma embriagador de lo ajeno siempre fuera de alcance...
martes, 15 de febrero de 2011
Por qué el Uruguay
(Para todas aquellas personas que me lo han preguntado alguna vez...)
Un día descubrir que tantas cosas innominadas que le dan a uno su esencia más íntima, tantos hilos deshilachados que le trenzan por dentro, con nudos ásperos, una trama enmarañada y nunca resuelta; tantas dudas, vacilaciones, tristezas repentinas e inexplicables, traiciones y zancadillas que uno se puso a sí mismo con indudable deleite (pero también tantos dulces consuelos, miradas a través de ventanas empañadas de lluvia, soledades balsámicas desde las que otear una vida siempre, por fortuna, tan alejada en el horizonte)... Descubrir en fin que todo ello, casi milagrosamente, se puede reunir bajo unas pocas letras, un sustantivo con aroma a lenguas lejanas que en adelante se podrá invocar como un mantra tranquilizador, el atajo en forma de país de tres millones de habitantes hacia el entendimiento de tantas cosas sobre uno mismo: Uruguay...
Montevideo Blues
Ir acumulando ofensas e ignominias, reales o imaginarias, tanto da; ir llenando ese espacio interior destinado al rencor y la tristeza, al rechazo orgulloso de lo real en su conjunto, hasta que desborde de nuevo y uno pierda la adhesión por el correcto y civilizado yo, siempre ansioso por agradar a todos, que había estado interpretando con un convencimiento propio de mejores causas. Entonces se invertirá de nuevo el ciclo de los estados de ánimo, que como las estaciones del año cambian con los vientos en un eterno fluctuar que, ay, no parece llevar a ninguna parte más que a su propia y gastada repetición... Y, pronto, como tantas veces antes desde su descubrimiento (¿desde su fundación?) Montevideo se recortará de nuevo en el paisaje del alma, dando eco a una necesidad de heterodoxia y de rebeldía (callada rebeldía, tan uruguaya), y ofreciéndose naturalmente a acoger las nuevas heridas, a calmar los nuevos dolores, a hospedar, quizá, los pasos que algún día se den en busca de un clima más benigno...
domingo, 13 de febrero de 2011
Mujer bajo la lluvia
...La mujer debía llegar bajo la lluvia, su imagen recortarse del fondo gris e indistinto de una calle cualquiera como una aparición milagrosa, que uno podría luego evocar imprecisamente, en la soledad de habitaciones enrarecidas, como una forma sin rasgos capaz de albergar, al cabo, el rostro de cualquier mujer...
jueves, 10 de febrero de 2011
Escríbeme... (Deseo, 13)
miércoles, 9 de febrero de 2011
El arte de la huida
¿La literatura, hoja de ruta para la realidad? Curioso pensar, curioso darme cuenta de que, con el tiempo, me voy acercando -¿peligrosamente?- a asumir los perfiles de uno de mis personajes no escritos: aquel que, hastiado de su vida previa, decide huir y convertir su huida en arte, nacido para permitirme a mí disfrutar -por personaje interpuesto- de una evasión civilizada y cortés, sin consecuencias más allá del ámbito estricto de la hoja en blanco. Curioso sentirme ahora, en cambio, preparado para vestir al fin su piel de tinta, en una literatura verité en la que al acto real le sucedería (o le precedería) inmediatamente su correlato literario; seguiría, así, los pasos del personaje, remedaría sus gestos y recitaría sus palabras, olvidaría sus olvidos y pondría a prueba sus subterfugios... intentando descubrir, sobre la vida y sobre el papel, si, al cabo de todo ello, espera el incierto paraíso que un día soñé. Unas pocas páginas me separan apenas de ese brumoso desconocido (al que ya le voy inventando gestos y miradas); las que median entre la decisión de la huida y el día en que se irrumpe en la ciudad nueva, huérfano de pasado y con un cuaderno en blanco por todo futuro...
(De momento, por si acaso, ir borrando mis huellas...)
lunes, 7 de febrero de 2011
Hijos míos
Un personaje huye a cualquier otra parte, buscando el mito de Elsewhere: el lugar que está en todos los lugares salvo en aquel del que uno, un día, huirá para vivir al fin la vida correcta que siempre creyó merecer. Otro personaje huye dentro de su propia ciudad, sin violentar su existencia cotidiana más que mediante pequeños actos de terrorismo íntimo, sabedor de que la huida perfecta es la que permanece invisible salvo para uno mismo. Varias almas descarriadas se exilian en la Ciudad Oscura, que resume todas las ciudades oscuras, indistinguibles en las que desvanecerse en el consuelo de un vivir brumoso y uniforme. Hay quien busca la patria de su tristeza en una ciudad lejana, donde, sacudido sin piedad por el viento que viene del Río, dejarse acunar por las palabras cínicas y descreídas (y sin embargo extraña, paradójicamente conmovedoras) del Escritor que ha dado a la ciudad su mito. Un puñado de seres en estado de naufragio permanente, en fin, huyen hacia el pasado común en el que creyeron brillar jóvenes y hermosos, mientras hacen amargo recuento de las derrotas acumuladas con el tiempo...
Hijos míos (hijos nonatos), con los que me encuentro a menudo a la vuelta de cualquier esquina, en los escenarios tan cercanos en los que los soñé (los escenarios, al cabo, de los que me tenían que ayudar a huir); me congelan entonces, cada vez y todas las veces, con su mirada de bruma, para preguntarme todos la misma muda, terrible pregunta: ¿por qué tienes tú más derecho a existir que nosotros?...
"Yo te narro"
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