Una colección de minúsculos extrañamientos, epifanías de bolsillo, miradas al paso con las que el pensamiento avanza, quizá a ninguna parte, encerrado en el laberinto interior de una polisemia: curioso pensar, este pensar curioso...
jueves, 24 de febrero de 2011
Conquista (En un café, 5)
La larga tradición de cafés que me han albergado, presenciando mis múltiples transformaciones (que han acabado convirtiéndome, tras dar una vuelta completa al universo de posibilidades de mi yo, en mí mismo); sus parroquianos, mudos compañeros en el camino por los que siempre me fue fácil sentir una cálida hermandad… Rasgos universales de un diálogo de años que se mantiene, aún a día de hoy, con pocas variaciones: el café como lugar donde abandonarse a uno mismo en la puerta (aparcando los conflictos imposibles de resolver) e interpretar al otro al que se tiende, inventándole los gestos, las miradas, los pasados llenos de sombras… Los cafés de tantos lugares, en resumen, como escalas en el camino hacia la otredad, embajadas en las que ir planeando la conquista de la ciudad ajena (de una vida ajena que se pueda acabar confundiendo con la propia); puntos de un inmenso tablero de juego en los que ir depositando piezas como torres o puestos de avanzada de una conquista imposible (la de un yo mejorado, apto para la felicidad, merecedor de una vida bella y significativa) pero a la que siempre hay que tender, como se tiende a las utopías...
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Pero en el acto de entrar en un café y mudarse a la piel de escritor a tiempo parcial no hay auténtica necesidad de conquistarse-mejorarse a uno mismo, sino que se busca el desvanecimiento del yo o al menos su suspensión en los otros, en la narración.
ResponderEliminarLuego el café se acaba, el cuaderno se cierra, y el escritor vuelve a su vida triste a tiempo completo, hasta nueva ocasión.
Correcto. De todas formas, en ese yo en disolución (en los otros, en las narraciones), yo ya veo una mejora/conquista, no sólo un olvido del peso de la existencia propia, la rémora de tener que cargar con uno mismo dondequiera que se va. Es cuando el escritor es, más propiamente, escritor. Se me ocurre que con el tiempo voy siendo como los malos estudiantes, que sólo consiguen estudiar en la biblioteca (nunca en sus casas); yo ya sólo escribo (soy escritor) en los cafés... Muy bohemio (y poco práctico a estas alturas).
ResponderEliminarjeje... buen símil.
ResponderEliminarFinalmente, una cuestión de actores, de escenarios...
ResponderEliminarLeo, ¿acaso no es eso la vida?...
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarPuedo llegar a entender la necesidad del escenario de un café para escribir como una mera costumbre de tiempos pasados, pero creo que es más pertinacia que otra cosa.
ResponderEliminarCreo que uno puede llegar a encontrar ese rincón de "soledad" en su propio hogar. Yo, después de casi seis años viviendo en mi casa, por fin, lo he encontrado (y, que conste, he probado hasta en el "lavadero") después de haber pasado por él en más de una ocasión.
¿Qué me dices de una habitación con esa ventana donde se puede ver cómo llueve en Montevideo... con una banda sonora elegida por ti y no por un ordenador de modo aleatorio...? Consejo: inténtalo.
Para escribir hace falta, a día de hoy, una cierta transformación, sentirse un poco "otro", y esto, evidentemente, es muy difícil dentro de los muros de tu casa. Quizá podría habilitar, de todas formas, un pequeño espacio apto para las transformaciones. Sé que muchos escritores lo hacen a base de crearse pequeños ritos y costumbres, que sirvan para invocar en cierto modo la creatividad, ese espacio de la posibilidad donde jugar a ser otro. Esas manías (colocar los objetos sobre la mesa en un determinado orden, etc.) son como "disparadores", tienen un sentido ritual. Quizá pueda intentarlo.
ResponderEliminar(Por cierto, me gustaba más el comentario que has borrado ;-)
Por el otro comentario... mejor no preguntes.
ResponderEliminarYa, pero también tiene su ritual el entrar en el café, buscar la mesa de siempre, hacer el pedido, sacar el cuaderno y bolígrafo, agradecer el servicio, colocar sobre la mesa el café a cierto lado... todo son rituales, ya sea en casa o en un banco de un parque. Incluso, hemos escrito hasta en el puesto de trabajo, ¿o no?
En cuanto a la transformación ¿quién y a quién se lo dice? No olvidemos que somos cuatro...