martes, 22 de marzo de 2011

Esta tarde (En un café, 6)

El lugar es perfecto: un café de barrio, acogedor, poco frecuentado, apostado frente a un parque tópicamente poblado de historias, que uno -si aún fuera el cazador de historias que un día fue- podría transcribir desde su mesa situada junto a una amplia cristalera, parcialmente oculto a las miradas ajenas por la discreción de una cortina corrida a medias...

El momento, sin embargo, no es el mejor; poco queda ya en uno del escritor que quiso ser, y tan excepcional puesto de vigilancia quedará desaprovechado, estéril frente a un parque que, en la mirada seca, literal, nunca más nublada de sueños, no conduce ya a ningún lugar más que a sí mismo y a las calles familiares, mil veces holladas que lo circundan... Sin que sus caminos desemboquen imaginariamente, como hacían antaño, en los mil posibles escenarios de una brillante vida futura para la que, apostado en algún otro café sobre este mismo parque, uno se preparaba a base de afilar las más bellas de sus palabras...

Luego, de pronto, un inesperado momento de calidez, cuando la timidez que uno arrastra como una losa, acentuada por la molesta enfermedad que estos días le incapacita uno de los oídos, se le convierte sorpresivamente -o eso quisiera pensar- en arma de seducción masiva, recabando con ella la sonrisa cómplice de la camarera (siempre, ay, las camareras) a la que, con voz vacilante y algo tomada, le pide prestado un bolígrafo con el que seguir escribiendo estas líneas...

¿Se puede rehabilitar la presunción de inocencia, darle a la realidad, a la ciudad propia y a uno mismo, el beneficio de la duda? ¿Se puede deshacer lo (des)hecho, precariezar el presente, minarlo, restarle fuerza para volver a verlo, aun a estas alturas, como una estación intermedia hacia algo mejor?

4 comentarios:

  1. Claro que se puede !!!
    Pero qué bien escribes, condenao....

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  2. No sólo se puede, sino que se debe... el escritor veterano y resabiado no tiene más remedio que reinventarse a sí mismo, recuperar cuando menos un pedazo de su ingenuidad antigua (llámese camarera, llámese como se quiera) y acudir al rescate de la realidad.

    Creo que conozco esa cafetería y ese parque...

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  3. Vaya, gracias a ambos por los ánimos... Y sí, Agustín, conoces esta cafetería, tuvimos en ella una agradable conversación sobre héroes avejentados salvando el mundo cada día porque no saben hacer otra cosa ;-)

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