miércoles, 30 de marzo de 2011

El habitante del mañana, 6


A las doce de la noche, la ciudad debe cambiar.

Suenan las campanadas, lentas, maliciosas. Retumban sobre calles prácticamente vacías, donde los escasos transeúntes apresuran el paso hacia sus hogares, con gestos que mezclan la recriminación por el descuido con un punto de diversión, casi de juego. Algunos coches han quedado retenidos en un atasco; sus conductores ya saben que deberán detener los motores y armarse de paciencia, oscurecer todas las lunas (más para no ver lo de fuera que para no ser vistos desde fuera) y disponerse a pasar una hora interminable incómodamente pertrechados en sus vehículos. Algunos aprovecharán para dormir una siesta improvisada, hasta que el puntual sonido de las bocinas, una hora después, los despierte con su clamar desabrido. Como compensación, serán los primeros ciudadanos en ver y desplazarse por la ciudad nueva (lo que originará no pocas dificultades a la hora de encontrar el camino de vuelta a sus casas). Como castigo, deberán pagar una pequeña multa municipal, ya cargada a sus matrículas, perfectamente identificadas por la tupida red de cámaras que acribillan de miradas indiscretas la ciudad oscura...

El habitante del mañana, 5


El mundo del mañana está hecho de dulces regresos a casa tras la jornada de trabajo, de libros hojeados y devueltos a la estantería con un "todavía no" en los labios, de amores más grandes que la vida imaginados con cada bella desconocida al paso, para luego seguir caminando sin mirar atrás. Es el reino de la potencialidad absoluta, de todo lo que podría ser y (aún) no es, aplazado con indolencia para un día de mañana que, sinceramente, nadie espera que llegue. Los habitantes del futuro combaten así el paso del tiempo, deteniéndolo en última instancia; si ellos no hacen nada, piensan, el tiempo no podrá transcurrir, pues no le darán excusas para justificar su implacable acción de desgaste; no habrá amores que echar a perder, ni recuerdos de personas y cosas dejadas atrás, ni libros que, una vez escritos, traicionen inevitablemente la inalcanzable, inexpresable idea original...

viernes, 25 de marzo de 2011

"Me" (Paula Cole)

I am not the person who is singing
I am the silent one inside
I am not the one who laughs at people's jokes
I just pacify their egos
I am not my house, my car, my songs
They are only stops along my way
I am like the winter
I'm a dark cold female
With a golden ring of wisdom in my cave

CHORUS:

And it is me who is my enemy
Me who beats me up
Me who makes the monsters
Me who strips my confidence

I am carrying my voice
I am carrying my heart
I am carrying my rhythm
I am carrying my prayers
But you can't kill my spirit
It's soaring and it's strong
Like a mountain
I'll go on and on
But when my wings are folded
The brightly colored moth
Blends into the dirt into the ground

Chorus

And it's me who's too weak
And it's me who's too shy
To ask for the thing I love
And it's me who's too weak
And it's me who's too shy
To ask for the thing I love
That I love (6 times)


I am walking on the bridge
I am over the water
And I'm scared as hell
But I know there's something better
Yes I know there's something better
Yes I know, I know, yes I know

That I love (5 times overlapping chorus)

But it's me
And it's me
But it's me (4 times)

http://www.youtube.com/watch?v=Kw1x4w1t2SQ

El escritor que no sabía mentir


¿Continua, eterna paradoja del gremio o lamentable ejemplo de ética deontológica vuelta contra uno mismo? El hecho es que el escritor, creador de ficciones, mentiroso por vocación, devoción, profesión y hasta por vicio, se encuentra con que luego, a la hora de narrar su propia vida, no puede separarse un ápice de la línea de lo real (es un decir, todos hemos suscrito grandes excesos narrativos, o forzado la verosimilitud de ciertas escenas a la hora de narrarlas a nuestros allegados... pero en esencia, por una suerte de prurito profesional o ética mal entendida, se intenta siempre ser fiel al fondo de lo sucedido; o, dicho con más retórica -y citando a alguna vaca sagrada de la literatura de cuyo nombre no consigo acordarme- "por los caminos de la mentira llegaremos a la verdad")... No me refiero tanto, de todas formas, a la rememoración puesta en palabras de la experiencia ya vivida; sino, más bien, a la proyección de caminos posibles de cara al futuro, o la asunción en adelante de una más de tantas máscaras y tan coloridos ropajes como, en tiempos de mayor desprejuicio narrativo, alegremente se vistieron... Es en ese sentido en el que se da la paradoja: el escritor, capaz de distinguir las ficciones que sostienen y dan identidad a los demás, no es ya capaz de contarse a sí mismo una ficción que le ayude a moverse hacia algo... Por mucho que, si una vez más lo consiguiera, eso le ayudara a despegar(se) del monótono recuento diario de las mismas -y tan reales- mezquindades cotidianas, que hace tiempo lo tienen paralizado, agarrotado, recluido en un espacio cero de la escritura, reducido lamentablemente a sí mismo. La clave de todo esto, me temo, es aquello que aún me niego a aceptar: que el vínculo entre realidad y literatura, tan fecundo en otros tiempos, se ha roto definitivamente... Porque la realidad, ya (tras tantos intentos por salvarla en la mirada, por buscarle las vueltas para no renunciar a ella), no merece ser contada.

Miremos a otro lado, pues... Y, si ya no sabemos contarnos mentiras sobre nosotros mismos, inventémonos personajes que, siquiera en forma vicaria, nos permitan aún vivir esas historias más grandes que la vida a las que, un día, nos creímos acreedores...

jueves, 24 de marzo de 2011

Fall from grace


"No miedo a la soledad; miedo a la pérdida de una soledad que yo había habitado con una sensación de poder, con una clase de ventura que los días no podrían ya nunca darme ni compensar" (Juan Carlos Onetti, "El album")


Si una frase, una sola frase tuviera que decirlo todo sobre uno, ¿cuál elegiríais?...

miércoles, 23 de marzo de 2011

Mirar a otro lado


Quizá haya llegado el momento de admitir que no merecemos más ser el objeto de nuestros propios escritos, protagonistas de nuestro propio escrutinio literario; lo fuimos entonces, cuando disfrutábamos inconscientemente (pero no sin escritura, más bien al contrario: sobrecargados, inflados de escritura) de la gracia de los comienzos, y toda experiencia, cualquier minucia psicológica tenía que ser puesta en palabras, pues debía ayudar a construir al yo futuro. Desde entonces ha sucedido una sola cosa: nos hemos hecho (o dejado hacer, que es lo mismo). Y, mientras la desmemoria no nos permita olvidar todo lo aprendido en estos años, habrá que fijar la atención (la atención literaria) en aquellos que están aún por hacerse, cuya imagen imprecisa oscila entre todas las posibilidades del ser. Ésas serán las personas, los personajes, a quienes se pueda aún aplicar la presunción de inocencia, que los exima del peor crimen de todos: el de crecer, hacerse, deshacerse.

...O bien, se puede intentar verse de nuevo a uno mismo como un personaje, a base de borrar selectivamente todo lo que sucedió en los últimos años y le despojó de tal condición (convirtiéndole, supongo, en una persona); retomarse como se era años ha, antes de la vida, cuando aún todo se sentía posible, todo le podía suceder al joven lleno de promesas por el que, una vez más, se podrá sentir una cálida simpatía, siempre y cuando uno no caiga en la tentación de creerse, todavía, él.

martes, 22 de marzo de 2011

Perseguidor


Tras unos días groggy por una molesta dolencia, los primeros atisbos de mejoría disparan enseguida un pensamiento (este curioso pensar): ¡por fin puedo salir de nuevo a perseguir la verdad!

Miradas en la multitud


“Ya lo creo que quisiera gustar. Ya lo creo que me gustaría ser querido. Por eso busco las miradas en la multitud”

(en "Historia del lápiz", de Peter Handke)

El amor antes del amor


Calidez, no propiamente compasión, por el personaje que, a raíz de no haber vivido aún tantas cosas preciosas de la vida, se siente privilegiado por el hecho insólito a estas alturas de poder aún vivirlas por primera vez... O, al menos, por poder seguir soñándolas en su forma más pura, no tocadas aún por la experiencia que, todo a su alrededor, parece incomprensiblemente apagar las miradas y nublar el tacto de sus contemporáneos... El amor antes del amor, no tocado por el amor, puro e incorrupto; el amor de los enamorados del amor, renovado en cada cuerpo susceptible de ser amado que se ofrece a la mirada como recipiente vacío y perfecto de un deseo nunca satisfecho, imposible de satisfacer...

Esta tarde (En un café, 6)

El lugar es perfecto: un café de barrio, acogedor, poco frecuentado, apostado frente a un parque tópicamente poblado de historias, que uno -si aún fuera el cazador de historias que un día fue- podría transcribir desde su mesa situada junto a una amplia cristalera, parcialmente oculto a las miradas ajenas por la discreción de una cortina corrida a medias...

El momento, sin embargo, no es el mejor; poco queda ya en uno del escritor que quiso ser, y tan excepcional puesto de vigilancia quedará desaprovechado, estéril frente a un parque que, en la mirada seca, literal, nunca más nublada de sueños, no conduce ya a ningún lugar más que a sí mismo y a las calles familiares, mil veces holladas que lo circundan... Sin que sus caminos desemboquen imaginariamente, como hacían antaño, en los mil posibles escenarios de una brillante vida futura para la que, apostado en algún otro café sobre este mismo parque, uno se preparaba a base de afilar las más bellas de sus palabras...

Luego, de pronto, un inesperado momento de calidez, cuando la timidez que uno arrastra como una losa, acentuada por la molesta enfermedad que estos días le incapacita uno de los oídos, se le convierte sorpresivamente -o eso quisiera pensar- en arma de seducción masiva, recabando con ella la sonrisa cómplice de la camarera (siempre, ay, las camareras) a la que, con voz vacilante y algo tomada, le pide prestado un bolígrafo con el que seguir escribiendo estas líneas...

¿Se puede rehabilitar la presunción de inocencia, darle a la realidad, a la ciudad propia y a uno mismo, el beneficio de la duda? ¿Se puede deshacer lo (des)hecho, precariezar el presente, minarlo, restarle fuerza para volver a verlo, aun a estas alturas, como una estación intermedia hacia algo mejor?

Presunción de inocencia


Como aprendí leyendo a Handke, como bien sabía cierto siniestro contable sobre el que un día escribí, la salvación está en los otros; a condición, claro está, de que se les pueda conceder -en el espacio estricto de la mirada, único al que deben acceder- la presunción de inocencia (y cómo hacerlo, ay, cuando uno mismo, hecho y deshecho, sabido de memoria, mil veces traidor a su propia causa, ya no es merecedor siquiera del beneficio de la duda...)

jueves, 10 de marzo de 2011

Museo de la soledad (ficción)

Algunos días sentir la necesidad de invocar la imagen del amor; entonces...


Perderse en el museo de la propia imaginación...





...Contemplar tantos retratos de mujer expuestos en las paredes de la memoria...


















...Seleccionar uno...






...Extasiarse en la contemplación (¿la evocación?) del más minúsculo, exquisito rasgo anatómico...




...Imaginar a la mujer enredada en su propio deseo, y temerla...





















...Evocarla luego en sus despertares, aparentemente indefensa, desarmada ante la belleza del mundo...



...Compartir sus melancolías...



...Llorar sus lágrimas...



...Sentir el desprecio en su mirada...



...Y recordar de golpe qué fue lo que la empujó fuera de tu alcance...






















...Así que abandonar el museo...

















...Y asegurarse de dejar esta vez las puertas bien cerradas.

domingo, 6 de marzo de 2011

Superhéroes de escritorio


Regreso estos días a mi afición adolescente por los cómics de superhéroes; asisto en concreto a la recuperación editorial de un viejo personaje que siempre fue de segunda o tercera fila, que nunca acaparó la atención de los lectores como sí hacían los clásicos Spiderman, X-Men, Los Vengadores, y un largo etcétera de personajes embarcados en una eterna, desprejuiciada y algo pop fiesta de pijamas contra el crimen... Me atrae de este Caballero Luna, precisamente, su marginalidad en el brillante universo Marvel, su manera de esquivar los focos tan luminosos que permanentemente bañan a otros personajes, como si la nocturnidad que inspira su atuendo e iconografía, adecuadamente, tiñera de sombras su discreta carrera como justiciero... sin embargo, no tan maltrecha en términos comerciales como cabría pensar por lo relativamente desconocido que es para el gran público: el viejo Marc Spector (uno de sus alter egos) goza desde hace tiempo de colección propia.

Lo encuentro estos días regresando a una Nueva York para él minada de peligros tras el vuelco de poderes y el status -virtual- de ley marcial a que ha dado lugar la Guerra Civil entre superhéroes y la posterior proclamación del Acta de Registro para Superhumanos: una situación con la que la editorial Marvel pretendió reflejar en sus comics aquella otra surgida en el mundo real tras el 11-S, en la que un gobierno sin escrúpulos y corrupto hasta la médula utilizaba la catástrofe para promulgar todo tipo de leyes limitadoras de las libertades civiles, espoleando el miedo ciudadano a una amenaza que se había demostrado no tan incierta... sólo que, en este caso, son los propios superhéroes los que constituyen esa amenaza, y a los que hay que vigilar, controlar, legalizar y tener bien atados. Es una época teñida de desesperanza, con el mal institucionalizado en el poder, y cada héroe cuestionándose sus razones para seguir actuando en un escenario así. En ese sentido, el Caballero Luna, superviviente de mil debacles (a menudo interiores) regresa a la ciudad que ha jurado proteger convencido de querer ser el héroe que nunca fue, en lugar del asesino sin escrúpulos en que acabó convirtiéndose; escondiéndose en las sombras, perseguido por el gobierno y toda su ralea de superhéroes a sueldo, tratará de rehabilitar su maltrecha carrera de justiciero nocturno, y de ganar con ello una redención ante sí mismo y ante una opinión pública que no sabe qué Caballero Luna es el que regresa: el héroe o el villano.

¿Dónde está la literatura en todo esto?, se preguntarán mis lectores habituales (que haberlos, haylos), a quienes supongo algo perplejos por el cariz de esta entrada. Bien, debo decir que veo algo conmovedor, casi patético, en este Caballero Luna, personaje vapuleado en mil ocasiones, plagado de problemas psicológicos que le han llevado más de una vez al colapso mental, y con una vida destruida sistemáticamente a la que sin embargo, terco, se empeña en volver. Tendría todos los motivos del mundo para colgar el traje de superhéroe y dedicarse a intentar sobrevivir meramente, en medio de un clima tan hostil, en lugar de llamar la atención de tantos poderes destructores e implacables sobre su frágil figura de héroe de tercera, sólo por... ¿por qué? Por volver a la lucha contra el crimen, que es, a estas alturas, lo único que sabe hacer.

Y es aquí donde el personaje me alcanza como una metáfora poderosísima de toda aquella actividad realmente vocacional que se ejerce contra viento y marea, maltrechos después de tantas y tan dolorosas derrotas, con tan escasa reserva de fe como la que es posible mantener, a día de hoy, siendo realista. Y, sí, cómo no, me estoy refiriendo a la escritura. Como escritores eternamente postulantes, tras tantos años dándole a la pluma (o a la tecla) sin apenas resultados visibles, sin afectar o erosionar siquiera mínimamente la realidad aplastante a nuestro alrededor, sin adquirir ningún status distintivo por tanto esfuerzo (¿tanto esfuerzo?) realizado en soledad, ya sea por las razones correctas o las otras... Como todo eso y tantas otras cosas para las que no encuentro palabras, me siento (y sé que algunos de mis lectores me entenderán muy bien) hermanado con este héroe de saldo, apenas un traje vagamente intimidador sobre el esqueleto de un hombre truncado, roto, mil veces traicionado, que sin embargo, pese a todo... se pone el traje una y otra vez y sale a hacer justicia. Porque considera que es lo correcto. Porque eso da sentido a su vida. Y sobre todo, como dije más arriba: porque no sabe hacer otra cosa.

Vayan estas líneas como reconocimiento a todos los Caballeros Luna, todos los superhéroes de escritorio que, pese a todo, tratan de seguir haciendo lo correcto.

"Insomnio" (Fernando Luis Chivite)

Otro vistazo desesperanzado, pero paradójicamente luminoso, al fin de la juventud y el ingreso definitivo en la edad adulta (o lo que es lo mismo, la asunción de nuestra caducidad y de la inevitable sangría de pérdidas que conlleva el paso del tiempo). Con un tono nocturno, insomne, pero como digo, a la postre, luminoso. La sensación final es de que, pese a todo, no existe tragedia; sólo vida, reticente a plegarse a nuestros deseos, a nuestra perenne e irrenunciable necesidad de darle forma y buscarle sentido...

No hay salvación posible. Esto empieza así. No hay salvación. Hablar de esperanza es una estafa. Y la memoria tampoco supone en realidad ningún consuelo, puesto que, como todo el mundo sabe, es un mecanismo veleidoso y, en consecuencia, muy poco fiable.

En otras palabras, perdimos la eternidad. Perdimos la felicidad del eterno retorno. El futuro no nos pertenece y en cualquier caso, es aterrador. El pasado, por supuesto, pasó. Se esfumó. Y los recuerdos, como digo, acaban inevitablemente transformándose en algo ilusorio. Y hasta perverso. Una mercancía demasiado manoseada, cuando no algo peor.

Pero estamos aquí. Seguimos aquí, ésa es la verdad. Y no quisiera dar la impresión de que pretendo adoptar un tono demasiado abrumador. Al fin y al cabo, ha vuelto a amanecer. El sol brilla otra vez en el cielo azul y una suave brisa agita la alameda.
(.......)

sábado, 5 de marzo de 2011

Final del amor


Curioso pensar, en ciertos momentos: “ahora es cuando los focos dejan de alumbrar una historia, pero la historia sigue, y a mí me toca seguir viviéndola”. Cuando el conflicto ya se ha escenificado, agotando su fuerza dramática (ese momento en que el conflicto es una fuerza y un motor creativo, productor de epifanías) sólo queda el laberinto interior, el desganado recorrerse por caminos viciados, estériles, donde nada se clarifica y todo se embrolla eternamente…

"El ladrón de chicles" (Douglas Coupland)

El malestar en la Generación X...

Hace unos años, caí en la cuenta de que todo el mundo a partir de una cierta edad sueña más o menos constantemente con una vía de escape a su vida. Ya no quieren ser los mismos. Quieren largarse. Esta lista incluye a Thurston Howell III, Ann-Margret, el elenco de Rent, Václav Havel, los astronautas del Space Shuttle y Snuffleupagus. Es algo universal.

¿Quieres largarte? ¿A menudo piensas que ojalá pudieras ser alguien, quienquiera que sea, diferente de quien eres? -¿esa persona que tiene trabajo y mantiene a la familia? ¿Esa persona que vive en una casa relativamente digna y que aún se esfuerza por mantener sus amistades?-. En otras palabras, esa persona que eres tú y que se va a quedar más o menos como está hasta que estire la pata.

No hay nada de malo en aceptar que yo soy yo o que tú eres tú. Y al final, la vida se hace bastante llevadera, ¿no es así? Bueno, ya me las arreglaré. Eso decimos todos. No te preocupes por mí. A lo mejor me emborracho o me pongo a hacer compras en eBay a las once de la noche y quizá me compre todo tipo de tonterías por las que ni siquiera me acordaré que he pujado a la mañana siguiente, como una bolsa de cinco kilos de monedas del mundo o una cinta pirata de Joni Mitchell actuando en el Calgary Saddledome en 1981.

He usado la expresión "de una cierta edad". Con ello me refiero a la edad que la gente tiene en mente. Suele ser treinta o treinta y cuatro años. Nadie tiene una edad mental de cuarenta. Por lo que respecta a la edad interior, los pelos de la barbilla y las marcas de la vejez no quieren decir nada.

(......)

¿Parezco un quejica?

Vale, quizá un poco.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Sombras en la multitud


Hay un problema intrínseco a la especie a la hora de integrar (imaginariamente) la imagen propia en la imagen del mundo percibido; cuesta imaginarse a uno mismo desde fuera en el mundo de todos los días, como si esa amalgama de cosas que es la conciencia no terminara de corresponderse con la imagen de nuestro cuerpo, o como si éste representara (“transportara”) algún tipo de instancia subjetiva que no puede encontrar acomodo en la realidad cotidiana. La mente puede rebajarse a habitar el mundo real, protegiéndose de esa asunción de mil maneras, con mil subterfugios; pero la imagen propia conserva de alguna manera todas las esperanzas que aún se tenga en uno mismo y su futuro, por eso no se puede aceptar que forme parte del empedrado urbano tan denostado, se prefiere guardarla para mejores empresas y sustituirla en el día a día por una sombra borrosa de rasgos indefinidos que atraviesa velozmente y sin dejar huella la ciudad…

El habitante del mañana, 4


El futuro es un país en el que todos somos extranjeros...