martes, 11 de enero de 2011

Arquetipo (Deseo, 11)

Curioso encontrarse, a veces, con el arquetipo; una chica joven, en pleno proceso de "florecimiento", representará entonces a todas las chicas jóvenes y florecientes que podríamos haber amado años ha, cuando el deseo de amar no estaba aún enturbiado por el peso de la experiencia (el amor antes del amor, el de los enamorados del amor, renovado en cada cuerpo susceptible de ser amado). Personajes de una vida que no compareció, moldes huecos para albergar imágenes de un deseo nunca satisfecho, su presencia refrescada a diario (el arquetipo encarnándose en cuerpo tras cuerpo, en cuerpos sucesivos) hace pensar en las mujeres angelicales de Onetti, convertidas, años después (no importa si diez o veinte, lo importante es que sean mujeres hechas, es decir, deshechas) en perdidas mujeres de los bares. Licencias aparte, caminar entre tales imágenes de lo perdido, de lo que nunca se poseyó, habla con voz fime del paso del tiempo, y, más allá, de la fractura que, en un indeterminado momento del pasado (en tantos, realmente) separó las dos orillas de la realidad y el deseo, inaugurando una existencia que desde entonces transcurre fragmentada, rota, brumosa, nunca del todo en una u otra orilla...

3 comentarios:

  1. Reflejas muy bien una percepción que yo he tenido también muchas veces. No obstante, creo que la única salida que queda es aceptar...

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  2. Sí, en este caso no hay más que aceptar, porque no existen máquinas del tiempo que nos permitan viajar a aquellos momentos críticos en los que el deseo, una y otra vez frustrado, se nos fue desgajando de la realidad... Sin embargo, fíjate, la mirada da la sensación a veces de no haber hecho todo ese camino, y se permite seguir deseando, quizá retrospectivamente, lo que en su momento, cuando hubiera sido natural poseerlo, se le negó...

    Termino con palabras del poeta: "Que no está perdido aquello que no fue"...

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  3. Por cierto, nadie ha caído en la pequeña broma privada: la imagen que acompaña a este texto es la de un monumento en Soria a, ejem, mi tocayo (o el de mi otro, menos afortunado yo), acompañado por su eterna Leonor... que, por cierto, era bastante más joven que él, lo que termina de redondear la entrada.

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