lunes, 3 de enero de 2011

Hombre-sillón


Curioso pensar en la existencia de personas que no llegan a abandonar nunca su cuarto de juegos, nunca lo clausuran del todo para lanzarse a la vida, ese espacio resbaladizo híbrido de pactos y renuncias. Sólo, acaso, asoman a veces la cabeza, atraídos por algo de fuera que les hace nacer un impulso o un anhelo, un deseo (un deseo de noche) de poseerlo para decorar el cuarto de sus juegos, o, menos frecuentemente, la añorada posibilidad de encontrar otro espacio, esta vez común, en el que vivir sea algo más que aplazarse. Curioso pensar en existencias así vividas de principio a fin, sin remordimiento ni amargura, disfrutando la paradójica inmortalidad de quien nunca llega a la vida; sería ésta una raza de hombres acolchados, parapetados en profundos sillones de orejas, vestidos de albornoz y babuchas; catedráticos o escritores o funcionarios (o todo ello a la vez) comprando cada fin de semana delicatessen destinados sólo a ellos, que degustarán en una soledad ensimismada; adictos a los recuerdos y ensoñaciones, que perfeccionarán minuciosamente como personajes de Onetti, que los vestirán como una segunda piel etérea y, al cabo, tan real...

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