martes, 18 de enero de 2011

Despertar

Pienso hoy en el escritor de mediana edad y mediano talento que, mediada su carrera en la literatura y en la vida, detiene al fin su mano y alza la mirada del papel; con los ojos llenos aún de bruma y polvo de ficciones, sacudiéndose los restos de su sueño literario, mira al mundo alrededor, el mismo que durante años ha intentado embellecer con las mejores de sus palabras, arduamente labradas, talladas con cariño de artesano... ¿No descubrirá entonces que todo sigue como siempre, como antes de la escritura, como si el mundo no hubiera recibido ni una sola gota de la lluvia de palabras que sobre él ha vertido amorosamente? Es más, él tampoco parece haber sido alcanzado por esa misma lluvia, tantas palabras espolvoreadas sobre sí mismo que no parecen haber lavado ni una sola de las incertidumbres, ni una de las imperfecciones que tenían por objeto último (¿único?) eliminar. Quizá entonces el escritor se pregunte de qué ha servido todo su esfuerzo, qué oscuros planes para perpetuarse en su fealdad ha urdido y ejecutado el mundo mientras él miraba a otro lado, a ese mundo-otro que le nacía de la imaginación para poblar la hoja en blanco (para que él, su yo-otro, tuviera un mundo que habitar)... Por fin, encogiéndose de hombros, sin mayor dilema ni remordimiento, el escritor volverá a esgrimir la pluma sobre el papel, y pronto se lo podrá ver ensimismado rasgando unas palabras...

No sabe hacer otra cosa.


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