viernes, 23 de diciembre de 2011

Inmortalidad (Contra el Tiempo, 3)


Curioso recordar, ojeando libros en cualquier centro comercial (único, paradójico recinto que va quedando para estas cosas) aquella dulce época en la que sentíamos, contra toda evidencia, que leeríamos "todos los libros del mundo"; algo parecido a la firme certeza, tanto tiempo sostenida, de que nunca moriríamos, por mucho que supiéramos que algún día todos tendremos que hacerlo. Comenzar un empeño, un camino en la vida, suele producir tales embriagueces, aunque se trate a todas luces de un empeño enciclopédico, monumental; el tiempo y nuestras propias, desvanecientes fuerzas (y también, por qué no, el propio desprestigio de la mayoría de los empeños cuando se mezclan con la vida, cuando se tornan hábito) se encargará de poner las cosas en su sitio y recordarnos, de pasada, que no somos inmortales, que tenemos las horas contadas. La única inmortalidad que nos es dado conocer es la de la juventud, la única gracia la de los comienzos; el resto de la vida nos la pasamos inventando inmortalidades postizas, un amor, una novela o su eterno proyecto, instancias en las que verter nuestro desesperado anhelo de absolutos, nuestra desfalleciente sensación de permanencia...

4 comentarios:

  1. Ahora si que estás bendecido Julio. El gran J. A. se ha rendido a tu talento y eso es como el nihil obstat.

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  2. Creía que "el gran J.A." era yo... ;-P

    Tienes razón, Juan Antonio. Se me olvidaba el sexo. Por qué será...

    Ahora en serio, muchas gracias a ambos. Realmente anima (y responsabiliza) leer comentarios así.

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