domingo, 18 de diciembre de 2011

Oporto (Viajar, 19)


Retomo Oporto donde la dejé: en la melancolía de una noche en un café con piano, que bien podría ser aquella otra, agosto de 2009, en este mismo café, conmigo renuente a partir tras ocupar las últimas, dulces horas en sembrar la ciudad de palabras, acunado en una saudade que brotaba a zarcillos de la tierra bajo mis pies para atarme y decirme "has encontrado tu lugar: ahora nos perteneces"...

Al día siguiente caigo en la cuenta: me estoy siguiendo los pasos a mí mismo (a aquel otro yo de hace dos años), visitando los mismos lugares, comiendo en los mismos restaurantes, aun haciendo las mismas fotos... Y me pregunto si tan poco he cambiado desde entonces, o si quizá, al repetir los gestos de antaño, no estaré intentando invocar a alguna suerte de deidad del Tiempo y dar marcha atrás al reloj (en ese caso, pienso enseguida, es demasiado tarde: en aquel entonces, y por apenas escasos días de diferencia, ya la amaba...)



El último día intento no sucumbir a la tentación de escribir; una batalla perdida, en este viaje tan desesperadamente grafómano. Pienso entonces (y no me gusta pensarlo) que lo que más me importa en el mundo es la escritura, y que, aunque ésta pueda contener y reflejar al mundo, no es el mundo, no lo sustituye, por mucha tinta que gastemos en el empeño. Pienso también en algo que me falta respecto a otros viajes: la sensación de lejanía, de distancia, que tantas veces me ha hecho añorar terriblemente a mis allegados y enviarles tremebundos mensajes llenos de anhelo... Me siento en cambio "cerca", "no-fuera"; quizá sea que la escritura (esta voz en off que me narra y narra el mundo para mí) es mi centro, y, mientras no lo abandone, mientras camine de su mano, no pierdo nunca el norte...

(Pero, si necesito esa narración interior -caigo enseguida en la cuenta- es precisamente porque me falta la narración externa que leer en los ojos de la otra persona, esa que decidiera acompañarme en la vida contándome desde fuera... Y me pregunto -una pregunta más, en este viaje lleno de interrogantes- cómo sería esa narración a dos voces, si ambas discreparían más de lo que coincidieran, si el tema fundamental sería yo, ella, o ese constructo impensable a día de hoy que podríamos llamar "nosotros"...)

Después, esa noche, de nuevo despidiéndome de la ciudad, caigo en la tentación de asomarme al abismo doble de esas dos pupilas verdes que me quitan el aire, esa sonrisa pintada de rojo que me sonríe desde la pantalla de un teléfono móvil, convenientemente ampliada (y desgajada de mi abrazo, apenas un esbozo de mí en segundo plano) para caber en la pantalla apaisada e iluminarla con la perfección de sus rasgos, la magnificencia de su belleza absoluta... La invoco, más personaje que persona, como a una imagen pagana del amor, sabedor de que los iconos nunca reflejan más que pálidamente a la diosa terrible que representan; encender la pantalla, entre sorbos de café y palabras en el cuaderno, es azuzarme con ortigas, y sin embargo qué dulce castigo, si vuelvo a sentir el verdor de esa mirada sobre mí, el rojo de esos labios sonriendo al calor de mi abrazo...

(Y sé que este sueño ha de acabar, mañana mismo; que tendré que devolverle a ella la imagen que le he tomado prestada para albergar mi ensoñación amorosa y no venir solo a este viaje... ¿Podré hacer, a la vuelta, un uso responsable de mis fantasías? ¿Distinguiré o querré distinguir -o me importará algún día la diferencia- entre realidad y ficción?... )





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