Una colección de minúsculos extrañamientos, epifanías de bolsillo, miradas al paso con las que el pensamiento avanza, quizá a ninguna parte, encerrado en el laberinto interior de una polisemia: curioso pensar, este pensar curioso...
viernes, 9 de diciembre de 2011
Deshaciendo las maletas (Viajar, 15)
(Cosas que uno encuentra al deshacer el equipaje, con la mirada aún embriagada de kilómetros y el alma regazada, remoloneando a mitad de camino entre allí y aquí...)
Sólo con renuencia se despoja uno de los ropajes del viajero, dejando diluirse suavemente la ensoñación del camino -la ilusión de una vida, siquiera a capítulos, plena de sentido- para volver al magma informe de los días sin historia (y ésta es, quizá, la mayor pérdida al regresar ¿a casa?). El viaje desencadena la escritura, la hace inevitable; quizá sea, en mi caso impenitente de viajero solitario, para no viajar solo, para compensar la falta de una segunda persona que sea algo más que un tiempo verbal (y, aferrado egoístamente a mi escritura, pienso qué crónicas irrepetibles se perderían si me dejara acunar por la narración ajena, leyéndome embebido, feliz en los ojos verdes de ella...)
A la vuelta, durante unas horas, unos días lo más, se seguirá disfrutando de la inmunidad diplomática asociada al viaje, con los conflictos del día a día puestos a la necesaria distancia; con ella, también, aligerada de su realidad excesiva e ingestionable, traducida al lenguaje del deseo, convertida en envoltura apenas, más personaje que persona, sobre la que volcar las más arrebatadas fantasías amorosas (y tener que devolverle su imagen -como se devuelve un libro a la biblioteca- es sentido como una auténtica separación, la obligación penosa de hacer en adelante un uso responsable de la fantasía, de volver a distinguir -¡como si alguna vez se hubiera logrado!- ficción y realidad...)
Curioso pensar que se pueda ser buen viajero pero no saber vivir; como si el viaje fuera algo aparte de la vida, mejor que la vida, al menos para el yo evanescente al que la vida siempre, inevitablemente, le quedó algo grande...
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Es curioso (pensar) que te señales como mejor viajero que cualquier otra cosa: probablemente sea cierto, puesto que se requiere bastante prestancia para viajar en solitario (yo no podría, me ahogaría en soledad) y tú ya no es que estés acostumbrado a ello, sino que incluso lo prefieres. Te tomas la literatura como algo expansivo, que haces en público (en los cafés, en los viajes) pero que, en cualquier caso, no basta.
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