domingo, 24 de octubre de 2010

Viajar, 4

Todo viaje parece ponerse naturalmente bajo el signo de una mujer; como una deidad rectora del viaje, que lo justifica (y entonces se huye de esa mujer) o lo envenena (y entonces la ciudad a la que se arriba muestra en todas sus calles el rostro de la mujer que se dejó atrás). Iniciar un viaje con la sorpresa aún candente de haberse descubierto enamorado a traición, apenas días antes, de una presencia cotidiana, hasta entonces inadvertida y de pronto tan poderosa; la ciudad de destino se le hará a uno paréntesis necesario para una historia que apenas arranca -que quizá no deba hacerlo nunca-, y uno podrá ir reuniendo avaricioso, mientras deambula taciturno por calles ajenas, todo un equipaje de miedos y precauciones -siempre hay alguna ilusión furtiva que se cuela- con los que volver bien pertrechado, días después, a la ciudad de origen...

6 comentarios:

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  2. El destino, para tu viajero, parece resultar indiferente. Quizás eso evita añadir, al desencanto, la decepción del nombre propio (Venecia, Calcuta, Buenos Aires...).
    La idea de mujer deidad que te persigue no es más que una proyección de linterna mágica sobre una sábana pintada con un paisaje urbano. El viento hará de la imagen fantasma o bandera en su memoria.

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  3. Mi viajero busca ciudades de tono gris, precisamente para poder olvidar todos los nombres propios (Montevideo, Oporto, pronto, espero, Brujas), y tener la sensación de viajar a la Ciudad Única, intemporal, que subyace a todos los grados de la decepción. Son sábanas perfectas sobre las que proyectar la luz tenue de linternas poco mágicas a estas alturas, pero cuyas figuras bailando en la tela siguen siendo tan necesarias... Veremos qué viento sopla.

    P.D.: Leo, echamos de menos tus textos...
    P.D.2: Debería estar prohibido en este blog escribir mejor que su autor ;-)

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  4. Creo que habría que animar a nuestro amigo para que continuara con sus "cadáveres exquisitos". Ya te dije Leo, que las dos primeras entradas eran excelentes y tu repentino silencio nos ha quedado un poco frustrados. Julio y tú, seríais el duce bebedizo que diera gusto al otoño.

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  5. Aunque ahora, por circustancias aburridas de contar y que os ahorro, me resulta difícil sentarme a escribir. No obstante, como Soares, sigo pensando que:
    "La única actitud digna de un hombre superior es el persistir tenaz en una actividad que se reconoce inútil, el hábito de una disciplina que se sabe estéril, y el uso fijo de normas de pensamiento filosófico y metafísico cuya importancia se siente como nula".
    Un abrazo

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