Regreso estos días a mi afición adolescente por los cómics de superhéroes; asisto en concreto a la recuperación editorial de un viejo personaje que siempre fue de segunda o tercera fila, que nunca acaparó la atención de los lectores como sí hacían los clásicos Spiderman, X-Men, Los Vengadores, y un largo etcétera de personajes embarcados en una eterna, desprejuiciada y algo
pop fiesta de pijamas contra el crimen... Me atrae de este Caballero Luna, precisamente, su marginalidad en el brillante universo Marvel, su manera de esquivar los focos tan luminosos que permanentemente bañan a otros personajes, como si la nocturnidad que inspira su atuendo e iconografía, adecuadamente, tiñera de sombras su discreta carrera como justiciero... sin embargo, no tan maltrecha en términos comerciales como cabría pensar por lo relativamente desconocido que es para el gran público: el viejo Marc Spector (uno de sus alter egos) goza desde hace tiempo de colección propia.
Lo encuentro estos días regresando a una Nueva York para él minada de peligros tras el vuelco de poderes y el status -virtual- de ley marcial a que ha dado lugar la Guerra Civil entre superhéroes y la posterior proclamación del Acta de Registro para Superhumanos: una situación con la que la editorial Marvel pretendió reflejar en sus comics aquella otra surgida en el mundo real tras el 11-S, en la que un gobierno sin escrúpulos y corrupto hasta la médula utilizaba la catástrofe para promulgar todo tipo de leyes limitadoras de las libertades civiles, espoleando el miedo ciudadano a una amenaza que se había demostrado no tan incierta... sólo que, en este caso, son los propios superhéroes los que constituyen esa amenaza, y a los que hay que vigilar, controlar,
legalizar y tener bien atados. Es una época teñida de desesperanza, con el mal institucionalizado en el poder, y cada héroe cuestionándose sus razones para seguir actuando en un escenario así. En ese sentido, el Caballero Luna, superviviente de mil debacles (a menudo interiores) regresa a la ciudad que ha jurado proteger convencido de querer ser el héroe que nunca fue, en lugar del asesino sin escrúpulos en que acabó convirtiéndose; escondiéndose en las sombras, perseguido por el gobierno y toda su ralea de superhéroes a sueldo, tratará de rehabilitar su maltrecha carrera de justiciero nocturno, y de ganar con ello una redención ante sí mismo y ante una opinión pública que no sabe
qué Caballero Luna es el que regresa: el héroe o el villano.
¿Dónde está la literatura en todo esto?, se preguntarán mis lectores habituales (que haberlos, haylos), a quienes supongo algo perplejos por el cariz de esta entrada. Bien, debo decir que veo algo conmovedor, casi patético, en este Caballero Luna, personaje vapuleado en mil ocasiones, plagado de problemas psicológicos que le han llevado más de una vez al colapso mental, y con una vida destruida sistemáticamente a la que sin embargo, terco, se empeña en volver. Tendría todos los motivos del mundo para colgar el traje de superhéroe y dedicarse a intentar sobrevivir meramente, en medio de un clima tan hostil, en lugar de llamar la atención de tantos poderes destructores e implacables sobre su frágil figura de héroe de tercera, sólo por... ¿por qué? Por volver a la lucha contra el crimen, que es, a estas alturas, lo único que sabe hacer.
Y es aquí donde el personaje me alcanza como una metáfora poderosísima de toda aquella actividad realmente vocacional que se ejerce contra viento y marea, maltrechos después de tantas y tan dolorosas derrotas, con tan escasa reserva de fe como la que es posible mantener, a día de hoy, siendo realista. Y, sí, cómo no, me estoy refiriendo a la escritura. Como escritores eternamente postulantes, tras tantos años
dándole a la pluma (o a la tecla) sin apenas resultados visibles, sin afectar o erosionar siquiera mínimamente la realidad aplastante a nuestro alrededor, sin adquirir ningún status distintivo por tanto esfuerzo
(¿tanto esfuerzo?) realizado en soledad, ya sea por las razones correctas o
las otras... Como todo eso y tantas otras cosas para las que no encuentro palabras, me siento (y sé que algunos de mis lectores me entenderán muy bien) hermanado con este héroe de saldo, apenas un traje vagamente intimidador sobre el esqueleto de un hombre truncado, roto, mil veces traicionado, que sin embargo, pese a todo... se pone el traje una y otra vez y sale a
hacer justicia. Porque considera que es lo correcto. Porque eso da sentido a su vida. Y sobre todo, como dije más arriba
: porque no sabe hacer otra cosa.Vayan estas líneas como reconocimiento a todos los Caballeros Luna, todos los superhéroes de escritorio que, pese a todo, tratan de seguir haciendo lo correcto.