Hay un problema intrínseco a la especie a la hora de integrar (imaginariamente) la imagen propia en la imagen del mundo percibido; cuesta imaginarse a uno mismo desde fuera en el mundo de todos los días, como si esa amalgama de cosas que es la conciencia no terminara de corresponderse con la imagen de nuestro cuerpo, o como si éste representara (“transportara”) algún tipo de instancia subjetiva que no puede encontrar acomodo en la realidad cotidiana. La mente puede rebajarse a habitar el mundo real, protegiéndose de esa asunción de mil maneras, con mil subterfugios; pero la imagen propia conserva de alguna manera todas las esperanzas que aún se tenga en uno mismo y su futuro, por eso no se puede aceptar que forme parte del empedrado urbano tan denostado, se prefiere guardarla para mejores empresas y sustituirla en el día a día por una sombra borrosa de rasgos indefinidos que atraviesa velozmente y sin dejar huella la ciudad…
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