domingo, 12 de septiembre de 2010

E.

Una voz de seda que raramente se permite ser acariciante, como una banda demasiado tensa sobre el cuello de la mujer que habla, enseguida sobre el del hombre que escucha (y parece apropiado imaginarla así, saltando las distancias y enroscándose mórbida alrededor de la garganta ajena, siempre presta a clavar los colmillos). Las eses finales sibilan* con el seseo de una serpiente, congelando la sangre, aun al otro lado del teléfono, de la afortunada víctima de tan exquisito desprecio (también ser despreciado por una diosa es un raro privilegio)...

*: sé que este verbo no existe (no así su forma de adjetivo: sibilante)... pero permítanme corregir a la realidad, al menos en esto

4 comentarios:

  1. Y añado: más que para corregir sus desmanes, escribimos "para ajustar cuentas con la realidad", en palabras del amigo Luisge. Como ya sabes.

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  2. Qué cosas... seguro que E. no se ve a si misma de esa forma... esto es una descripción basada en un pequeño - pese a lo frecuente que pueda ser - fragmento de su cotidiano... deja que ella lo lea. ;-)

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  3. Coincido contigo: E. no se verá a sí misma de esa manera... salvo en los ojos de otra persona. Es un fenómeno curioso éste, somos quienes somos, quienes creemos ser, quienes los demás creen que somos y también, por unos instantes, la imagen con la que otra persona fantasea a partir de, por ejemplo, algo tan pequeño y anecdótico (pero profundamente característico) como una forma de pronunciar las eses finales...

    (Conociendo los precedentes, si E. lo lee, me arranca la cabeza como mínimo... ;-P)

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