viernes, 31 de diciembre de 2010

El Golem


El amor es, de nuevo, una cuestión lingüística: unas palabras certeras disparadas en el tumulto de una fiesta prenden un fuego que se adivina arrasador; otras palabras desgranadas (desganadas) rutinariamente en el hastío de una oficina pueden contenerlo o, como diría nuestro Romeo posmoderno, ponerlo en standby. El amor es un lenguaje entre dos (o más) personas, que lamentablemente comparte la maldición que afecta a todas las demás cosas del mundo: depender enteramente de las palabras con que se expresa. Narrar un amor, así, es exorcizarlo de sus espíritus vengativos: un demonio tutelar, apresado en palabras, no es tan fiero como lo pintan, y uno, letraherido sin remedio, no sabrá al final si ama al demonio o a las palabras que tan bella, tan terriblemente lo retratan. Una palabra dio vida al Golem; otra palabra, quizá, lo devolverá a la arcilla inerte.
¿Ésta?...

4 comentarios:

  1. Creo que el amor es algo más que lenguaje. Es también impulso de vida, esa fuerza que nos lleva a hacer las cosas más hermosas a la vez que nos impide ser felices cuando no es satisfecha en los términos en que se impone. El deseo es una complicada trampa con mecanismo de relojería. Ójala fuese sólo palabras en la mente o en el papel, sería mucho más fácil de desactivar.

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  2. En realidad estoy de acuerdo contigo. Pero también, cómo decirlo, estoy de acuerdo conmigo mismo. Quizá lo que quería señalar es mi asombro ante el enorme poder de las palabras, o de algo más amplio, los lenguajes (que incluyen, además de palabras, todos los signos no verbales de la realidad, incluyendo, claro está, el tacto). Se puede hablar en un momento dado el lenguaje del amor (o el del deseo), y al momento siguiente el lenguaje de lo cotidiano; esa fluctuación inesperada puede dejar a uno de los dos hablantes desarmado, y, en última instancia, puede afectar a su propia percepción de sus sentimientos. El amor, estoy seguro, es un lenguaje, que exige que los dos hablantes lo utilicen, en mayor o menor medida (y ese desequilibrio refleja el desequilibrio esencial en prácticamente todas las relaciones). Un amor puede quedar latente y más o menos inadvertido una larga temporada, hasta que lo avive un cambio de lenguaje; por ejemplo el que supone y acarrea un viaje... Luego, una fiesta puede reafirmarlo y hacerlo crecer, gracias sobre todo al lenguaje del deseo... Y luego, por fin, el lenguaje gastado del día a día puede volver a contener ese fuego (que no apagarlo) hasta mejor ocasión.

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  3. No me gusta nada la corriente filosófica que hace iguales la realidad y el lenguaje. Pero eso no quita que me parezca una entrada genial, muy sugerente y estremecedora.

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