lunes, 6 de diciembre de 2010

Tomando tierra (Viajar, 9)

El viaje es una sucesión de asentimientos, un sí, sí, ¡sí! que trastoca el plácido ritmo con que transcurren los días previos, con que transcurrirán los días posteriores. La realidad acobarda, es un hecho; entonces, ¿transcurre el viaje fuera de los márgenes de lo real? ¿O es uno mismo el que se desrealiza, el que se deja atrás, para ensayar otras miradas y otras determinaciones en el escenario perfecto -libre de connotaciones personales, del peso del recuerdo- del territorio extranjero? Lo único cierto es que la marcha, esos días ajenos, se le hace a uno suave y fácil, como sobre terreno allanado, aunque en realidad el firme esté cubierto de hielo y nieve (y sea propicio, todo hay que decirlo, a los resbalones); el aire parece pesarle menos en los pulmones, y el pasado se le desvanece de puro irrelevante en la bruma que dulcemente le rodea... De pronto todo parece posible; también el amor, que en la distancia no parece tan fiero, que pierde en el recuerdo la mirada de Medusa con que antes (allá), inevitablemente, lo congelaba siempre a uno en el momento decisivo...



A la vuelta, aún algo aturdido por un jet-lag que tiene menos de físico que de literario, se escribirá sobre todo aquello. Es cierto que durante unos días las imágenes de dos ciudades parecerán mezclarse, y puntualmente, a la hora del sueño, se visitarán mil urbes que comprendan todos los grados de separación entre ambas (en ocasiones, incluso, se volverán a vivir oníricamente largos y no muy agradables periplos de aeropuerto-cerrado-por-la-nieve). Si todo lo que hacemos es habitar, se habitará un espacio intermedio, híbrido de connotaciones, en el que todo, lo propio y lo ajeno, lo extranjero y lo autóctono, le llegará a uno amortiguado, como a través de una niebla agradable que no se desea abandonar...

Entonces, aún a través de la
niebla, vendrán las primeras preguntas: ¿volverá uno, tras haberse acostumbrado a decir que sí (tras haberse acostumbrado a que sea el mundo el que le asienta sonriente) a su vida anterior basada en el no, en la privación y el conformismo, el camino al margen? ¿Se le hará de nuevo el paso, que había desfilado ligero sobre el hielo y la nieve, mecánico y hastiado, llevándole sobre raíles a los mismos escenarios desganados de siempre? ¿Aprenderá de una vez por todas a vivir en la realidad, a transferir a la realidad el yo seguro y confiado que se lleva en la maleta, y se pone encima como una cómoda vestidura, en esos simulacros de juguete de la realidad que son los viajes?

Y, sobre todo: ¿lo congelará una vez más la mirada de Medusa del amor la próxima vez que, frente a Ella, quiera declarar sus sentimientos? ¿O serán éstos los que, a la vuelta -quizá anticipándose a una nueva claudicación- empalidezcan por sí solos, hasta que uno dude si eran sólo función del viaje, si en su vida de todos los días hay espacio para algo que, en la distancia, parecía tan sublime?...


2 comentarios:

  1. Sin duda me quedo con el último aterrizaje. Es "forzoso". En cuanto al contenido y no las fotos, me rindo. De mayor quiero escribir así...

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  2. Estoy de acuerdo contigo, es forzoso, je,je. Lo que espero es que no acabe en un "air crash".

    Gracias por el elogio, pero en este nuestro pequeño grupo de letraheridos (Leo, Javi, tú, yo, etc), creo que todos pensamos lo mismo de todos... Lo cual es, sin duda, buena señal.

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