En el tercer día de su viaje, volvió a soñar con ella (en el sueño, tras un gran esfuerzo de persuasión, conseguía apenas que ella le dejara abrazarla; y sin embargo, qué gran victoria era, capaz de hacerle sentir el más feliz de los hombres en todo el reino de Morfeo...). Luego, en el autobús hacia la ciudad balneario, le invadió un intenso anhelo de ella, que sólo se vio reforzado cuando, tras deshacerse al fin del desganado grupo de compatriotas con los que había acudido a visitar la bella ciudad eslava, se vio solo de nuevo en el escenario más desesperadamente romántico que había conocido nunca... Entonces, decidió comprar una rosa de hierro para otra rosa de hierro, sintiendo el creciente peso de una fuerza de gravedad que emanaba desde su país (desde ella-y-sus-circunstancias), y que le hacía agradecer horrorizado el estar aún tan lejos, lejos de algo tan inmanejable, que lo esperaba a su vuelta con el yugo de las verdades descubiertas en la distancia, de las decisiones imposibles de tomar. Superado ese momento de necesidad casi física, la ciudad se le hizo lugar perfecto para desvanecerse en la no-existencia: tan ajena, tan glacial, casi alienígena, resultaba imposible imaginar a gente de carne y hueso habitando ese reino de hielo y postal... Se preguntó entonces cómo serían esas gentes, qué tipo de pensamientos tendrían, si sus sentimientos serían también de hielo o se derretirían (lánguidos o turbulentos o lascivos) en el interior de habitaciones recalentadas, levantadas contra el frío omnipresente... No pueden ser como nosotros, concluyó; entonces, paradójicamente, ese nosotros se le trastocó y fue su vida en el sur caluroso la que comenzó a parecerle irreal, inconcebible, como si el mundo de lo posible se redujera al viento y la nieve y las mujeres rubias y altísimas de mirada inescrutable con las que se cruzaba a cada momento...
Ya hay elementos en tus relatos que suponen señas de identidad: autobuses, ensoñaciones, ciudades. Praga es uno de esos lugares que favorecen la ideación de realidades intangibles. Es una ciudad de magos y alquimistas que desde sus cubículos buscan transustanciar la materia. Quizás el viajero se adentre por las oscuras callejas del barrio judio en busca del cabalista que insufle vida a la rosa de hierro.
ResponderEliminarSaludos amigo Abelenda. Disculpas por no haber aparecido antes por aquí, han pasado tantas cosas últimamente...
ResponderEliminarMe gusta mucho este fragmento de viajar, sobre todo en qué podrían convertirse los sentimientos glaciales derretidos en una habitación recalentada de hotel. Leeré desde Viajar 1 para no perderme con los referentes
Además de la persistencia de esos elementos comunes, el cronista afila y afina cada vez más su mirada, como si fuera ya capaz de fundirse con el ambiente, convertido tal vez en el observador perfecto hasta que, irremisiblemente, se ve atrapado en el recuerdo de su incierto futuro.
ResponderEliminarPD: Da gusto verte por aquí, querida Clodette ;)
Da gusto veros a todos, desde luego, con lectores así un blog no puede hacer más que crecer. Clodette-María, bienvenida a estos pagos, no hace falta que leas una serie de entradas con el mismo título en orden porque, realmente, el (feliz) desorden es lo que impera en este blog. Agus, lo has pillado perfectamente, la fusión con el entorno del yo viajero es perfecta hasta que uno es asaltado por algún "recuerdo del futuro". Quintín, la rosa de hierro ya ha insuflado vida (alquímica o no) en este corazón (y me ha ganado un abrazo que aún tengo marcado en el alma)
ResponderEliminarUff, Julio. Acabarás siendo un decimonónico en cuestión de amores. ¡Cuánta pasión! Me gusta.
ResponderEliminarQuintín, como sabes, soy un romántico posmoderno; o sea, uno no muy de fiar... ;-)
ResponderEliminarjolines, esta literatura engancha...
ResponderEliminarVaya, gracias... anónimo. Sé bienvenido/a, y si quieres adoptar y/o manifestarte bajo un nombre, mejor que mejor...
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