Una colección de minúsculos extrañamientos, epifanías de bolsillo, miradas al paso con las que el pensamiento avanza, quizá a ninguna parte, encerrado en el laberinto interior de una polisemia: curioso pensar, este pensar curioso...
domingo, 3 de octubre de 2010
En un café
El café, de nuevo, como constructor de otredades (lo otro puede tener ahora las alas más cortas, pero sigue teniendo sus santuarios, sus rituales, sus horas propicias en las que ser invocado)... Las cristaleras dan a otro mundo, uno que no puede ser éste; el cristal transforma lo de fuera y lo de dentro, como un espejo mágico al que pedirle las imágenes del deseo... Refugiarse en los cafés de una vida demasiado pesada, de un trabajo en el que interpretar a un triste comediante, de un hogar en el que extraviar el rostro entre pantallas...
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Comparto tu mitología del café. Sin embargo, en mi versión de la saga, siempre estoy acompañado de alguna no-novia confesándose. Tendría que probar a experimentar el "momento café" en soledad. Je, je, je.
ResponderEliminarEso es un capítulo aparte, porque por supuesto el café es el lugar ideal al que convocar a las más jugosas compañías (el lugar "vertical", quiero decir)... O, sí, el sitio perfecto para arreglar el mundo, alumbrar proyectos... Si algo de todo ello se filtrara a la madera de las paredes, se condensara en el aire compitiendo con el humo de los cigarros, habría que sacralizar cada café y convertirlo en el lugar de culto de nuestra (laica) religión... Y, sí, ya estoy haciendo literatura ;-)
ResponderEliminarPor cierto, pruébalo. Yo ya casi no puedo escribir en ningún otro sitio...
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