Quizá si insistimos lo suficiente en los mensajes de la publicidad, si los coreamos todos a una (si la posmodernidad vence los últimos, desfallecientes núcleos de resistencia) nos haremos efectivamente inmortales (curioso pensar, tras ver un anuncio en el que una mujer de mediana edad, tras aplicarse una crema rejuvenecedora, dice algo así como "por fin vuelvo a ser yo"). Una inmortalidad por consenso, bajo la luz siempre amorosa de los rayos catódicos del televisor; a esto y no otra cosa podemos aspirar, a este Dios debemos rezar todas las plegarias -con ritmo de jingle publicitario- que nos queden...
Lo sé: Vicente Verdú estaría orgulloso de mí...
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