sábado, 23 de octubre de 2010

Otoño, 2

Curioso pensar, curioso recordar las tardes de frío de la infancia: el oscurecimiento prematuro, una suerte de milagro que acercaba la noche y su disfrute a quienes la teníamos restringida por los padres y el colegio al día siguiente (mundo de límites, acolchado, lejos de la tragedia de tener que elegir). Las luces anaranjadas tiñendo el mundo alrededor de una seductora vaguedad, inaugurando los rincones en sombra, dándole otra apariencia a lo mil veces visto, permitiendo a la imaginación fantasear peligros a la vuelta de cada esquina. Las pintadas en los muros, hablándonos de batallas y empeños aún lejanos, acrecentando el inagotable misterio de lo por venir. Y, al final de la aventura, la casa propia, esperando para cubrirlo a uno con su manto de braseros y espacios familiares, dimensiones conocidas desde las que observar con fascinación al "monstruo" al otro lado de la ventana... ¿El futuro?

1 comentario:

  1. Los otoños de la infancia... mis recuerdos y sensaciones de aquella época son muy parecidos a los tuyos. Yo también disfrutaba del frío recién estrenado, del rápido anochecer de los días, de la sensación de seguridad que ofrecía mi cuarto ante la llegada de las sombras heladas. Aunque difiera de tu filosofía del deseo, en nuestro amor por el otoño, el frío (y, quizás, el norte) nos encontramos.

    Sigue haciendo poesía como ésta, ya que los demas andamos en cuestiones más "prosaicas"...

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