martes, 29 de noviembre de 2011

Yo te libero



Ve, personaje, y llévate la historia que he hecho crecer en torno a ti. La misma historia que he superpuesto a los hechos reales para entenderlos, para defenderme de ellos cuando me ardían dentro, para suplantarlos cuando no respondían a mi necesidad de belleza, de sentirme viviendo una hermosa historia contigo. Vete y libérame de tus múltiples formas, todas parciales, todas ilusorias: mujer-pantera, mujer que dice NO, objeto único de mi museo de la soledad, golem animado por la palabra "amor", cuerpo junto al que corporeizarme, minotauro de la frase-laberinto en la que aún ando perdido, Julieta unplugged, rosa de hierro, mujer de Mucha, Alicia adulta, demonio tutelar de mis viajes, mujer amada en primer plano, voz de seda que me estrangula... Vete, y déjame acabar al fin con esta malversación de la palabra, este uso impropio de la literatura, esta profunda traición a mí mismo. Vete, y déjame ver otros caminos narrativos y vivenciales, otros ámbitos donde se respire mejor, estancias no viciadas de deseo enquistado y dolor sublimado en palabras hermosas. Vete, con el dolor que me causa borrarte, pues llegaste a estar viva para mí, dentro de mí. Vete, y déjame poner la palabra FIN.

Vete, personaje, y déjame ver a la persona.

Déjame verla a ella.

Y quizá amarla.

lunes, 28 de noviembre de 2011

La carta (Deseo, 15)

En el sueño, después de haberle ignorado sistemáticamente durante el resto de aquel extraño viaje -que resultaba imposible determinar, aun con retorcida lógica onírica, si respondía al placer o al trabajo-, ella se le acercaba insinuante y, arqueándose sobre él (y aceptándole, esta vez sí, una caricia en la tan maltratada espalda), y mientras le contaba cualquier cosa banal, le entregó una carta; él comenzó a leerla para descubrir enseguida que el papel -¡extraña paradoja en alguien que desconfiaba tanto de la palabra escrita!- decía todo aquello que ella callaba, sus sentimientos, sus razones, su propia versión de la insólita historia que ellos dos venían viviendo desde hacía ya tanto tiempo, y que él nunca había llegado a desentrañar... Sin embargo, antes de conseguir aprehender algo de todo ello, antes de fijarlo de alguna manera en su memoria, el sueño comenzó a desvanecerse difuminando las palabras escritas y las verdades atisbadas en ellas, y, mientras el soñador ascendía con vértigo inverso a la superficie de las aguas de la realidad, apenas algunas letras, como briznas de hierba de un precipicio del que se hubiera despeñado, le restaban en las manos crispadas al emerger renuente a un nuevo día sin ella...

jueves, 24 de noviembre de 2011

Puntos de fuga


La mirada no es nunca más sí misma que cuando huye, cuando se aferra a todo lo que toca con la avidez del náufrago a un madero flotante. Un ser hecho de dolor y huidas, que sólo encuentra su lugar, el que le es propio, en el furioso revoloteo de la mirada de uno a otro objeto, adhiriéndose a cada edificio cual superhéroe arácnido, poseyendo a cada viandante como un espíritu vengativo; siendo a cada instante enteramente, por un muy breve lapso de tiempo, aquello en lo que se posa. La paradoja, de nuevo, de encontrar en ello un hogar, el único posible para el yo etéreo, errante (puro humo apenas surgido de la combustión espontánea del yo de los conflictos cotidianos -del yo, sobre todo, del amor) en que se resume a veces todo aquello que uno puede o quiere decir sobre sí mismo. Habitar la vida, así, al paso, sin huella ni mañana, puro presente encarnado. Habitar, de nuevo, el mundo sin Ella.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Quisiera decirte...


Luego, ella me dijo que me sabe feliz a mi manera, viviendo en mi mundo aéreo de ilusiones, y que tengo lo que merezco, lo que me he buscado, la vida que siempre perseguí; lo dijo sin rencor ni desprecio, sin juzgarme, con pasmosa naturalidad, casi con indiferencia. Yo, pese a saber que con ello firmaba mi sentencia de alejamiento (de ella, tan real, tan de carne y hueso, tan prohibitivamente tangible), no pude más que callar y otorgarle la razón. Sentí enseguida que todo en mi vida era vano, falso, ilusorio; que las palabras me habían engañado con su promesa de sustituir a la realidad, de devolvérmela mejorada sobre un papel. Pero no tardé en reaccionar, desenterrando de los cimientos de mi ser una vieja, no tan anquilosada certeza: ése soy yo. El de las palabras, el de las ficciones, el de las huidas. Y vi de nuevo, pese a todo, la posibilidad de hallar mi camino en torno a ello...

Más tarde, más templado, encontré las palabras que me habían faltado frente a ella, las que tenderían el imposible puente entre asumir quién y qué soy y no dejar de amarla... Palabras como siempre declamadas, declaradas desde una pantalla (ahora, desde dos), sin esperanza de conmover la mirada de su legítima destinataria, de derretirse en sus ojos verdes, de deslizarse mejilla abajo, quizá, transmutadas en verdes lágrimas...

"Todos los que vivimos en el aire acabamos encontrando algo en la tierra que nos hace querer mudarnos y habitarla en adelante... Y yo, (_ _ _ ), te encontré a ti".

domingo, 13 de noviembre de 2011

Simplificando (Viajar, 13)

El viaje como manera de simplificar, de reducir las variables de una vida a aquellas pocas cuestiones que quepan en el equipaje, que dulcemente se pasearán por las calles nuevas con el halo de vida dejada atrás asomándole a uno a los ojos, prestigiándole la mirada con el brillo ¿heroico? de la renuncia. Ésa es la única compañía que se aceptará (más allá de la muda omnipresencia de los desconocidos, los otros): la de los recuerdos selectos, distorsionados por la distancia, resumidos en tres o cuatro escenas (un bello rostro de mujer, un amor nunca declarado, unas palabras en una pantalla que quizá nunca sean leídas por su destinataria) que calentarán las primeras, frías noches en la ciudad ajena...

"En busca del otro" (Clarice Lispector)


No es una casualidad que entienda a los que buscan un camino. ¡Con cuánto ardor he buscado el mío! Y cómo busco hoy con ansiedad y aspereza mi mejor modo de ser, mi sendero, porque ya no me atrevo a hablar de camino. Yo, que había querido El Camino, en mayúscula, me agarro hoy ferozmente en busca de un modo de andar, de un paso seguro. Pero el sendero con sombras refrescantes y reflejos de luz entre los árboles, el sendero donde yo pueda ser finalmente yo, ése no lo he encontrado. Pero sé una cosa: mi camino no soy yo, es otro, son los otros. Cuando pueda sentir plenamente al otro estaré salvada y pensaré: he aquí mi puerto de llegada.

(En "Aprendiendo a vivir", de Clarice Lispector)

viernes, 11 de noviembre de 2011

Mujer rodeada de palabras


Curioso pensar que un día creyera que la palabra podía ser la más dulce de las caricias ("y para la mujer amada con palabras, ninguna otra caricia será suficiente"). Hoy mis mejores palabras se estrellan contra el muro de una mujer, ciega a los arabescos de la tinta sobre el papel o al píxel tiznado de negro en una pantalla que, por una vez, quiere emitir la nada frecuente radiación del amor... Mujer que el deseo (el mismo deseo que la imagina, tres entradas más abajo, con ojos verdes-no-azules) quiere y teme hambrienta de gestos, no de palabras; de actos, no de intenciones; de caricias, no de promesas por escrito como cheques al portador que el miedo hará imposible cobrar nunca... Mujer que la realidad descubre inconmovible al tacto del verbo, impasible al sufrimiento que no se le derrama ardiente en el oído, frígida a la palabra que sólo la arremete desde la fría distancia líquida de una pantalla...

Mujer irreductible, inexplicable, infranqueable, inaccesible; mujer, al cabo, en torno a la cual se estrellan y se rompen impotentes todas las palabras...



domingo, 6 de noviembre de 2011

Errancias (Viajar, 12)

Suite vénitienne, Sophie Calle, 1980
Siempre que algún curioso pe(n)sar -o, quizá, algún curioso pen(s)ar- amenaza anegarme, o siempre que, simplemente, necesito aliviar el peso de la existencia, la dura cárcel del yo, recurro a una misma imagen: la de mi itinerancia, mochila al hombro, por las ciudades que me han visto pasar... Especialmente aquellas, con nombres pequeños y cercanos -bien lejos de las glamourosas urbes internacionales coleccionadas con esmero en los últimos años- que albergaron mis breves intentos de trasladar mis raíces, o mi desarraigo, a algún lugar distinto al de mi nacimiento (y, de fondo, siempre, el pavor a que algún día mi necrológica muestre, entre dos fechas espero que alejadas, el mismo nombre de ciudad a uno y otro lado; la presunción, quizá errónea, de que ello querrá decir que nada sucedió entre una y otra fecha, nada relevante si ni siquiera se consiguió, al cabo, habitar otra ciudad el tiempo suficiente como para ¿elegirla? destino del reposo final).

Esas errancias muestran la imagen de mí que prefiero: vacío de todo rastro de pasado (si bien en muchas de ellas el combustible de mi despegue, el impulso que me echaba a andar era un rostro de mujer con el que debía, necesitaba poner una distancia suficiente), ahíto de futuro, siempre en busca del lugar donde me esperara la vida correcta, el correcto yo que algún día sería, que algún día merecería ser. Entonces, en paseos por las calles nuevas que debían servir de escenario a esa vida correcta (calles tan anónimas como aquellas que se habían dejado atrás, pero desprovistas de la sutil y omnipresente huella del dolor), o en cafés donde la nueva ciudadanía se afianzaba con palabras apasionadas garrapateadas sobre un cuaderno, florecía aquello que siempre sentí más propio: la búsqueda de una libertad personal insobornable, la vida promisoria que empezaba por una mirada despejada de sombras y que se extendía luego a los edificios que me veían desfilar, al mismo asfalto sobre el que flotaban más que caminaban mis pasos nuevos...

Estos días en que las ciudades meramente se visitan, destinos de unos pocos días en que tomar aire antes de regresar a lo de siempre, extraño tanto esos viajes con vocación de permanencia, de trascender su condición de viajes para aspirar a convertirse en la vida misma. Por el camino he coleccionado algunos rostros nuevos de mujer (de los que, ay, ya no puedo huir tan fácilmente), cosechado algunos achaques y algunas canas, aprendido más de uno y más de mil límites dolorosos... Así que las únicas huidas que me quedan son estrictamente mentales, y la imagen a la que tercamente me aferro en mis curiosos pe(n)sares, o pen(s)ares, apenas una vaga sombra del pasado...

Pero, quién sabe: siempre proclamé que guardaba una huida en el bolsillo... Y la mochila -que nunca fue mochila sino maleta, o bolso, o zamarra- sigue guardada en mi armario...

viernes, 4 de noviembre de 2011

"Un hombre que duerme" (Georges Perec)

Estás solo. Aprendes a andar como un hombre solo, a vagar, a callejear, a ver sin mirar, a mirar sin ver. Aprendes la transparencia, la inmovilidad, la inexistencia. Aprendes a ser una sombra y a mirar a los hombres como si fuesen piedras. Aprendes a quedarte sentado, a quedarte acostado, a quedarte de pie. Aprendes a masticar cada bocado, a encontrar el mismo sabor átono a cada pedazo de alimento que te llevas a la boca. Aprendes a mirar los cuadros expuestos en las galerías de pintura como si fueran trozos de pared, de techo, y las paredes, los techos, como si fuesen lienzos en los que sigues inagotables las decenas, los miles de caminos siempre recomenzados, laberintos inexorables, texto que nadie sabrá descifrar, rostros en descomposición...