viernes, 23 de diciembre de 2011

Inmortalidad (Contra el Tiempo, 3)


Curioso recordar, ojeando libros en cualquier centro comercial (único, paradójico recinto que va quedando para estas cosas) aquella dulce época en la que sentíamos, contra toda evidencia, que leeríamos "todos los libros del mundo"; algo parecido a la firme certeza, tanto tiempo sostenida, de que nunca moriríamos, por mucho que supiéramos que algún día todos tendremos que hacerlo. Comenzar un empeño, un camino en la vida, suele producir tales embriagueces, aunque se trate a todas luces de un empeño enciclopédico, monumental; el tiempo y nuestras propias, desvanecientes fuerzas (y también, por qué no, el propio desprestigio de la mayoría de los empeños cuando se mezclan con la vida, cuando se tornan hábito) se encargará de poner las cosas en su sitio y recordarnos, de pasada, que no somos inmortales, que tenemos las horas contadas. La única inmortalidad que nos es dado conocer es la de la juventud, la única gracia la de los comienzos; el resto de la vida nos la pasamos inventando inmortalidades postizas, un amor, una novela o su eterno proyecto, instancias en las que verter nuestro desesperado anhelo de absolutos, nuestra desfalleciente sensación de permanencia...

domingo, 18 de diciembre de 2011

Oporto (Viajar, 19)


Retomo Oporto donde la dejé: en la melancolía de una noche en un café con piano, que bien podría ser aquella otra, agosto de 2009, en este mismo café, conmigo renuente a partir tras ocupar las últimas, dulces horas en sembrar la ciudad de palabras, acunado en una saudade que brotaba a zarcillos de la tierra bajo mis pies para atarme y decirme "has encontrado tu lugar: ahora nos perteneces"...

Al día siguiente caigo en la cuenta: me estoy siguiendo los pasos a mí mismo (a aquel otro yo de hace dos años), visitando los mismos lugares, comiendo en los mismos restaurantes, aun haciendo las mismas fotos... Y me pregunto si tan poco he cambiado desde entonces, o si quizá, al repetir los gestos de antaño, no estaré intentando invocar a alguna suerte de deidad del Tiempo y dar marcha atrás al reloj (en ese caso, pienso enseguida, es demasiado tarde: en aquel entonces, y por apenas escasos días de diferencia, ya la amaba...)



El último día intento no sucumbir a la tentación de escribir; una batalla perdida, en este viaje tan desesperadamente grafómano. Pienso entonces (y no me gusta pensarlo) que lo que más me importa en el mundo es la escritura, y que, aunque ésta pueda contener y reflejar al mundo, no es el mundo, no lo sustituye, por mucha tinta que gastemos en el empeño. Pienso también en algo que me falta respecto a otros viajes: la sensación de lejanía, de distancia, que tantas veces me ha hecho añorar terriblemente a mis allegados y enviarles tremebundos mensajes llenos de anhelo... Me siento en cambio "cerca", "no-fuera"; quizá sea que la escritura (esta voz en off que me narra y narra el mundo para mí) es mi centro, y, mientras no lo abandone, mientras camine de su mano, no pierdo nunca el norte...

(Pero, si necesito esa narración interior -caigo enseguida en la cuenta- es precisamente porque me falta la narración externa que leer en los ojos de la otra persona, esa que decidiera acompañarme en la vida contándome desde fuera... Y me pregunto -una pregunta más, en este viaje lleno de interrogantes- cómo sería esa narración a dos voces, si ambas discreparían más de lo que coincidieran, si el tema fundamental sería yo, ella, o ese constructo impensable a día de hoy que podríamos llamar "nosotros"...)

Después, esa noche, de nuevo despidiéndome de la ciudad, caigo en la tentación de asomarme al abismo doble de esas dos pupilas verdes que me quitan el aire, esa sonrisa pintada de rojo que me sonríe desde la pantalla de un teléfono móvil, convenientemente ampliada (y desgajada de mi abrazo, apenas un esbozo de mí en segundo plano) para caber en la pantalla apaisada e iluminarla con la perfección de sus rasgos, la magnificencia de su belleza absoluta... La invoco, más personaje que persona, como a una imagen pagana del amor, sabedor de que los iconos nunca reflejan más que pálidamente a la diosa terrible que representan; encender la pantalla, entre sorbos de café y palabras en el cuaderno, es azuzarme con ortigas, y sin embargo qué dulce castigo, si vuelvo a sentir el verdor de esa mirada sobre mí, el rojo de esos labios sonriendo al calor de mi abrazo...

(Y sé que este sueño ha de acabar, mañana mismo; que tendré que devolverle a ella la imagen que le he tomado prestada para albergar mi ensoñación amorosa y no venir solo a este viaje... ¿Podré hacer, a la vuelta, un uso responsable de mis fantasías? ¿Distinguiré o querré distinguir -o me importará algún día la diferencia- entre realidad y ficción?... )





viernes, 16 de diciembre de 2011

Omnipotencia


Habitar mi ciudad como si fuera un extranjero; la gloriosa, liberadora sensación de la vida sin más vínculos que los que uno elija, en el dulce vagabundeo de la mirada al paso. Caminar la calle Menacho de Badajoz como si fuera Rua Santa Catarina de Oporto, tan ajeno, tan otro, victorioso por sobre los fantasmas que me acometen usualmente por estos pagos; ojalá pudiera mantener siempre el paso así de firme, hurtándome al peso de las miradas ajenas (pero entonces el primer encuentro fortuito con algún conocido desarma mi imperturbabilidad y me inserta de nuevo en el tejido de esta ciudad, de esta vida, enredándome en los hilos de araña de mi yo de siempre...)

martes, 13 de diciembre de 2011

Renuencia (En un café, 10 / Viajar, 18)


Al regreso del viaje, el cuerpo echa de menos sordamente, sobre todo, el movimiento; se dedican lánguidas miradas llenas de anhelo al mundo detrás de las ventanas, y, a la menor excusa, se baja a la calle saltando los escalones de dos en dos, con una efervescencia en el ánimo que no hace sino crecer al salir del portal... La calle es el espacio de la posibilidad (siquiera de la posibilidad en la mirada), y el movimiento, la base de la escritura (aunque suene paradójico en una actividad tan sedentaria); al irrumpir, casi asaltar el primer café al paso, la escritura brotará a borbotones, cantarina, en letra nerviosa, enorme y redonda, tan distinta a la caligrafía apretada y tensa desgranada desganadamente entre las cuatro paredes del encierro cotidiano...

Y sé que aún no me he dado cuenta de que "ya he vuelto"; los conflictos aún parecen lejanos, mis gestos con la camarera remedan aún los de mi yo viajero, esa envoltura de cordialidad y (así lo espero) savoir faire que, a veces, temo que no envuelva gran cosa más que un voluntario vacío de mí mismo, un necesario respiro de la condición de existir y ser yo...

Seguir escribiendo en un cuaderno de viaje, cuando el viaje ya ha acabado; un intento de mantener la dulce, acolchada lejanía de las cosas, de prolongar el estado de excepción en el que nada, aún, alcanza a doler... Hay renuencia a volver al más común, vulgar cuaderno de todos los días, donde con paciencia y resignación de escriba se van consignando los hechos de una vida difícil, capítulo tras capítulo de los mismos, pueriles dramas que acumulan más y más escritura sin hallar nunca solución... Hay cuadernos para habitar y cuadernos para fugarse; y pienso en la posibilidad de secretamente, a espaldas de mi yo cotidiano -al que supongo en breve enredado en las mismas, inútiles pasiones de siempre- mantener la invisible escritura del viaje en marcha, una locomotora que nunca debe parar de llevarme a destinos más felices -al menos, más leves-, siquiera en el recuerdo o el deseo...

(Pero, ay, aún no la he visto; cuánto de esta feliz imperturbabilidad resistirá tras colocarme de nuevo, en pocos días, bajo la fuerza de la mirada de esos verdes ojos de Medusa...)

lunes, 12 de diciembre de 2011

Laberinto (Viajar, 17)


Todo viaje es un viaje es un viaje al centro de mí mismo; ese destino viejo y gastado, cicatrizado de senderos polvorientos y en el que cada vez escasean más los oasis, pero en cuyos laberintos (en cuyo trazado sinuoso, lleno de rincones insospechados) aún puedo gozosamente perderme de cuando en cuando...

domingo, 11 de diciembre de 2011

El tamaño de mi (des)esperanza

Curioso pensar: me conformaría con sentirme estafado por la vida en la medida que intuyo en los demás (lo que significa que, de alguna forma, siento que mi propia estafa es superior, o más profunda, o más escandalosa; pero, también, que probablemente no haya aprendido aún a calibrar -y éste es un ajuste de la mirada, que requiere ser educada en tales sutilezas- el grado de decepción de "los demás" -si es que ese "los demás" no es, a estas alturas, algo más que un puro mito...)

viernes, 9 de diciembre de 2011

Delirio nocturno (Viajar/Deseo, 16)

(Ustedes perdonen -y entiendan...)

Durante la cena en el lujoso restaurante, (ella) le prometería locuras a la vuelta al hotel, con un erotismo algo grosero bañado en vino de Oporto... Él le seguiría la corriente, sonriendo y enarcando alguna ceja, fingiendo apenas escándalo; toda su atención verdadera puesta en el brillo genuino de los ojos de ella, que le hablaría sin palabras -por debajo de las obscenidades y el lenguaje procaz- de la insólita felicidad de la niña olvidada, casi enterrada en el cuerpo de la mujer. Luego, ya en la habitación, y tras amar con dedicación el cuerpo (un cuerpo menudo, en efecto casi el de una niña), él podría al fin abrazarla, quizá consolarla hasta la llegada del amanecer...

Deshaciendo las maletas (Viajar, 15)


(Cosas que uno encuentra al deshacer el equipaje, con la mirada aún embriagada de kilómetros y el alma regazada, remoloneando a mitad de camino entre allí y aquí...)

Sólo con renuencia se despoja uno de los ropajes del viajero, dejando diluirse suavemente la ensoñación del camino -la ilusión de una vida, siquiera a capítulos, plena de sentido- para volver al magma informe de los días sin historia (y ésta es, quizá, la mayor pérdida al regresar ¿a casa?). El viaje desencadena la escritura, la hace inevitable; quizá sea, en mi caso impenitente de viajero solitario, para no viajar solo, para compensar la falta de una segunda persona que sea algo más que un tiempo verbal (y, aferrado egoístamente a mi escritura, pienso qué crónicas irrepetibles se perderían si me dejara acunar por la narración ajena, leyéndome embebido, feliz en los ojos verdes de ella...)

A la vuelta, durante unas horas, unos días lo más, se seguirá disfrutando de la inmunidad diplomática asociada al viaje, con los conflictos del día a día puestos a la necesaria distancia; con ella, también, aligerada de su realidad excesiva e ingestionable, traducida al lenguaje del deseo, convertida en envoltura apenas, más personaje que persona, sobre la que volcar las más arrebatadas fantasías amorosas (y tener que devolverle su imagen -como se devuelve un libro a la biblioteca- es sentido como una auténtica separación, la obligación penosa de hacer en adelante un uso responsable de la fantasía, de volver a distinguir -¡como si alguna vez se hubiera logrado!- ficción y realidad...)

Curioso pensar que se pueda ser buen viajero pero no saber vivir; como si el viaje fuera algo aparte de la vida, mejor que la vida, al menos para el yo evanescente al que la vida siempre, inevitablemente, le quedó algo grande...


Se busca (Viajar, 14)

Mirando a la bella joven dubitativa que, en esta misma plaza, calca mis gestos de hace unos minutos, plantándose indecisa de un escaparate de cafetería a otro, incapaz de decantarse por una u otra versión de las delicias locales en materia de repostería; me pregunto -inevitable, perdonable debilidad del viajero romántico- si viajará sola, y enseguida, más allá, si existirá y cómo sería un equivalente femenino a éste mi yo errante por el mundo (y, si es así, dónde, en qué ciudad remota llegaremos al fin a encontrarnos...)

Los héroes de la frontera

(Making of: en un pequeño restaurante de barrio portuense, irrumpiendo tímido en sus espacios siempre algo íntimos, poco propicios al turismo, y observando el calmo rezongar de camareros y cocineras, personal vetusto que diríase no ha salido nunca de esas cuatro paredes... Un viaje te puede llevar al ancho mundo, o asomarte a los espacios más estrechos entre los que puede transcurrir, dignamente, una vida)

Habitamos, este camarero y yo, un rincón muy pequeño del mundo, de la vida, de la experiencia. Como honrados hombres de antaño, trabajamos toda la vida en el mismo sitio, la vivimos de cabo a rabo en la misma ciudad, amamos siempre a la misma mujer (a condición, claro está, de que no se deje amar, de que permanezca siempre fuera de nuestro alcance -como lo está, intuyo o quiero intuir, la camarera a la que mira de reojo a cada poco). La vida parece a veces una de esas novelas de Antonio Soler ambientadas en los años 50, con su musa de barrio avejentada pero aún poderosa en el deseo de los demás (de los hombres que se han pasado media vida deseándola), su microcosmos duro y tosco pero confortable, acolchado de costumbres y rutinas casi inmemoriales, escenarios inmutables que crean hombres inmutables de los que todo se sabe, de los que ninguna sorpresa se puede esperar...

martes, 29 de noviembre de 2011

Yo te libero



Ve, personaje, y llévate la historia que he hecho crecer en torno a ti. La misma historia que he superpuesto a los hechos reales para entenderlos, para defenderme de ellos cuando me ardían dentro, para suplantarlos cuando no respondían a mi necesidad de belleza, de sentirme viviendo una hermosa historia contigo. Vete y libérame de tus múltiples formas, todas parciales, todas ilusorias: mujer-pantera, mujer que dice NO, objeto único de mi museo de la soledad, golem animado por la palabra "amor", cuerpo junto al que corporeizarme, minotauro de la frase-laberinto en la que aún ando perdido, Julieta unplugged, rosa de hierro, mujer de Mucha, Alicia adulta, demonio tutelar de mis viajes, mujer amada en primer plano, voz de seda que me estrangula... Vete, y déjame acabar al fin con esta malversación de la palabra, este uso impropio de la literatura, esta profunda traición a mí mismo. Vete, y déjame ver otros caminos narrativos y vivenciales, otros ámbitos donde se respire mejor, estancias no viciadas de deseo enquistado y dolor sublimado en palabras hermosas. Vete, con el dolor que me causa borrarte, pues llegaste a estar viva para mí, dentro de mí. Vete, y déjame poner la palabra FIN.

Vete, personaje, y déjame ver a la persona.

Déjame verla a ella.

Y quizá amarla.

lunes, 28 de noviembre de 2011

La carta (Deseo, 15)

En el sueño, después de haberle ignorado sistemáticamente durante el resto de aquel extraño viaje -que resultaba imposible determinar, aun con retorcida lógica onírica, si respondía al placer o al trabajo-, ella se le acercaba insinuante y, arqueándose sobre él (y aceptándole, esta vez sí, una caricia en la tan maltratada espalda), y mientras le contaba cualquier cosa banal, le entregó una carta; él comenzó a leerla para descubrir enseguida que el papel -¡extraña paradoja en alguien que desconfiaba tanto de la palabra escrita!- decía todo aquello que ella callaba, sus sentimientos, sus razones, su propia versión de la insólita historia que ellos dos venían viviendo desde hacía ya tanto tiempo, y que él nunca había llegado a desentrañar... Sin embargo, antes de conseguir aprehender algo de todo ello, antes de fijarlo de alguna manera en su memoria, el sueño comenzó a desvanecerse difuminando las palabras escritas y las verdades atisbadas en ellas, y, mientras el soñador ascendía con vértigo inverso a la superficie de las aguas de la realidad, apenas algunas letras, como briznas de hierba de un precipicio del que se hubiera despeñado, le restaban en las manos crispadas al emerger renuente a un nuevo día sin ella...

jueves, 24 de noviembre de 2011

Puntos de fuga


La mirada no es nunca más sí misma que cuando huye, cuando se aferra a todo lo que toca con la avidez del náufrago a un madero flotante. Un ser hecho de dolor y huidas, que sólo encuentra su lugar, el que le es propio, en el furioso revoloteo de la mirada de uno a otro objeto, adhiriéndose a cada edificio cual superhéroe arácnido, poseyendo a cada viandante como un espíritu vengativo; siendo a cada instante enteramente, por un muy breve lapso de tiempo, aquello en lo que se posa. La paradoja, de nuevo, de encontrar en ello un hogar, el único posible para el yo etéreo, errante (puro humo apenas surgido de la combustión espontánea del yo de los conflictos cotidianos -del yo, sobre todo, del amor) en que se resume a veces todo aquello que uno puede o quiere decir sobre sí mismo. Habitar la vida, así, al paso, sin huella ni mañana, puro presente encarnado. Habitar, de nuevo, el mundo sin Ella.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Quisiera decirte...


Luego, ella me dijo que me sabe feliz a mi manera, viviendo en mi mundo aéreo de ilusiones, y que tengo lo que merezco, lo que me he buscado, la vida que siempre perseguí; lo dijo sin rencor ni desprecio, sin juzgarme, con pasmosa naturalidad, casi con indiferencia. Yo, pese a saber que con ello firmaba mi sentencia de alejamiento (de ella, tan real, tan de carne y hueso, tan prohibitivamente tangible), no pude más que callar y otorgarle la razón. Sentí enseguida que todo en mi vida era vano, falso, ilusorio; que las palabras me habían engañado con su promesa de sustituir a la realidad, de devolvérmela mejorada sobre un papel. Pero no tardé en reaccionar, desenterrando de los cimientos de mi ser una vieja, no tan anquilosada certeza: ése soy yo. El de las palabras, el de las ficciones, el de las huidas. Y vi de nuevo, pese a todo, la posibilidad de hallar mi camino en torno a ello...

Más tarde, más templado, encontré las palabras que me habían faltado frente a ella, las que tenderían el imposible puente entre asumir quién y qué soy y no dejar de amarla... Palabras como siempre declamadas, declaradas desde una pantalla (ahora, desde dos), sin esperanza de conmover la mirada de su legítima destinataria, de derretirse en sus ojos verdes, de deslizarse mejilla abajo, quizá, transmutadas en verdes lágrimas...

"Todos los que vivimos en el aire acabamos encontrando algo en la tierra que nos hace querer mudarnos y habitarla en adelante... Y yo, (_ _ _ ), te encontré a ti".

domingo, 13 de noviembre de 2011

Simplificando (Viajar, 13)

El viaje como manera de simplificar, de reducir las variables de una vida a aquellas pocas cuestiones que quepan en el equipaje, que dulcemente se pasearán por las calles nuevas con el halo de vida dejada atrás asomándole a uno a los ojos, prestigiándole la mirada con el brillo ¿heroico? de la renuncia. Ésa es la única compañía que se aceptará (más allá de la muda omnipresencia de los desconocidos, los otros): la de los recuerdos selectos, distorsionados por la distancia, resumidos en tres o cuatro escenas (un bello rostro de mujer, un amor nunca declarado, unas palabras en una pantalla que quizá nunca sean leídas por su destinataria) que calentarán las primeras, frías noches en la ciudad ajena...

"En busca del otro" (Clarice Lispector)


No es una casualidad que entienda a los que buscan un camino. ¡Con cuánto ardor he buscado el mío! Y cómo busco hoy con ansiedad y aspereza mi mejor modo de ser, mi sendero, porque ya no me atrevo a hablar de camino. Yo, que había querido El Camino, en mayúscula, me agarro hoy ferozmente en busca de un modo de andar, de un paso seguro. Pero el sendero con sombras refrescantes y reflejos de luz entre los árboles, el sendero donde yo pueda ser finalmente yo, ése no lo he encontrado. Pero sé una cosa: mi camino no soy yo, es otro, son los otros. Cuando pueda sentir plenamente al otro estaré salvada y pensaré: he aquí mi puerto de llegada.

(En "Aprendiendo a vivir", de Clarice Lispector)

viernes, 11 de noviembre de 2011

Mujer rodeada de palabras


Curioso pensar que un día creyera que la palabra podía ser la más dulce de las caricias ("y para la mujer amada con palabras, ninguna otra caricia será suficiente"). Hoy mis mejores palabras se estrellan contra el muro de una mujer, ciega a los arabescos de la tinta sobre el papel o al píxel tiznado de negro en una pantalla que, por una vez, quiere emitir la nada frecuente radiación del amor... Mujer que el deseo (el mismo deseo que la imagina, tres entradas más abajo, con ojos verdes-no-azules) quiere y teme hambrienta de gestos, no de palabras; de actos, no de intenciones; de caricias, no de promesas por escrito como cheques al portador que el miedo hará imposible cobrar nunca... Mujer que la realidad descubre inconmovible al tacto del verbo, impasible al sufrimiento que no se le derrama ardiente en el oído, frígida a la palabra que sólo la arremete desde la fría distancia líquida de una pantalla...

Mujer irreductible, inexplicable, infranqueable, inaccesible; mujer, al cabo, en torno a la cual se estrellan y se rompen impotentes todas las palabras...



domingo, 6 de noviembre de 2011

Errancias (Viajar, 12)

Suite vénitienne, Sophie Calle, 1980
Siempre que algún curioso pe(n)sar -o, quizá, algún curioso pen(s)ar- amenaza anegarme, o siempre que, simplemente, necesito aliviar el peso de la existencia, la dura cárcel del yo, recurro a una misma imagen: la de mi itinerancia, mochila al hombro, por las ciudades que me han visto pasar... Especialmente aquellas, con nombres pequeños y cercanos -bien lejos de las glamourosas urbes internacionales coleccionadas con esmero en los últimos años- que albergaron mis breves intentos de trasladar mis raíces, o mi desarraigo, a algún lugar distinto al de mi nacimiento (y, de fondo, siempre, el pavor a que algún día mi necrológica muestre, entre dos fechas espero que alejadas, el mismo nombre de ciudad a uno y otro lado; la presunción, quizá errónea, de que ello querrá decir que nada sucedió entre una y otra fecha, nada relevante si ni siquiera se consiguió, al cabo, habitar otra ciudad el tiempo suficiente como para ¿elegirla? destino del reposo final).

Esas errancias muestran la imagen de mí que prefiero: vacío de todo rastro de pasado (si bien en muchas de ellas el combustible de mi despegue, el impulso que me echaba a andar era un rostro de mujer con el que debía, necesitaba poner una distancia suficiente), ahíto de futuro, siempre en busca del lugar donde me esperara la vida correcta, el correcto yo que algún día sería, que algún día merecería ser. Entonces, en paseos por las calles nuevas que debían servir de escenario a esa vida correcta (calles tan anónimas como aquellas que se habían dejado atrás, pero desprovistas de la sutil y omnipresente huella del dolor), o en cafés donde la nueva ciudadanía se afianzaba con palabras apasionadas garrapateadas sobre un cuaderno, florecía aquello que siempre sentí más propio: la búsqueda de una libertad personal insobornable, la vida promisoria que empezaba por una mirada despejada de sombras y que se extendía luego a los edificios que me veían desfilar, al mismo asfalto sobre el que flotaban más que caminaban mis pasos nuevos...

Estos días en que las ciudades meramente se visitan, destinos de unos pocos días en que tomar aire antes de regresar a lo de siempre, extraño tanto esos viajes con vocación de permanencia, de trascender su condición de viajes para aspirar a convertirse en la vida misma. Por el camino he coleccionado algunos rostros nuevos de mujer (de los que, ay, ya no puedo huir tan fácilmente), cosechado algunos achaques y algunas canas, aprendido más de uno y más de mil límites dolorosos... Así que las únicas huidas que me quedan son estrictamente mentales, y la imagen a la que tercamente me aferro en mis curiosos pe(n)sares, o pen(s)ares, apenas una vaga sombra del pasado...

Pero, quién sabe: siempre proclamé que guardaba una huida en el bolsillo... Y la mochila -que nunca fue mochila sino maleta, o bolso, o zamarra- sigue guardada en mi armario...

viernes, 4 de noviembre de 2011

"Un hombre que duerme" (Georges Perec)

Estás solo. Aprendes a andar como un hombre solo, a vagar, a callejear, a ver sin mirar, a mirar sin ver. Aprendes la transparencia, la inmovilidad, la inexistencia. Aprendes a ser una sombra y a mirar a los hombres como si fuesen piedras. Aprendes a quedarte sentado, a quedarte acostado, a quedarte de pie. Aprendes a masticar cada bocado, a encontrar el mismo sabor átono a cada pedazo de alimento que te llevas a la boca. Aprendes a mirar los cuadros expuestos en las galerías de pintura como si fueran trozos de pared, de techo, y las paredes, los techos, como si fuesen lienzos en los que sigues inagotables las decenas, los miles de caminos siempre recomenzados, laberintos inexorables, texto que nadie sabrá descifrar, rostros en descomposición...

sábado, 29 de octubre de 2011

Pensando en ti (En un café, 9)



Otra excelente imagen que es mejor no estropear con palabras... Apenas, si me lo permiten (estoy seguro de que, al menos en esto, cuento con su complicidad), fantasear con ser uno mismo el objeto de tan bello ensimismamiento, la silueta en el horizonte invisible en el que se pierden esos ojos que el deseo, o el recuerdo del deseo, quiere verdes... 

Vida secreta (En un café, 8)


Por debajo de lo que te gusta mostrar a los demás, existe una cronología secreta de tu vida: la que da cuenta de tus tristezas y tus soledades, tus renuncias y los momentos en que paladeas la tentación de oscurecerte, esquinarte; de hacerte nocturno, clandestino, evitando la luz del día donde tu fracaso se hace demasiado evidente, hurtándote a las miradas de las personas que te acompañaron en tu más reciente intento de ser feliz, buscando los rincones anónimos de la ciudad donde el vivir uniforme te distraiga de tu propia existencia, te ayude a olvidar a aquel que quisiste ser...


Entonces, en bares de barrio que no dudarías en llamar tugurios (y en los que, tantos años atrás que parece otra vida, descubriste junto a tus amigos, en interminables tardes de café y literatura, tu vocación de escritor), firmarás con letra apretada, nota a nota, el certificado de defunción del niño frágil, víctima propiciatoria durante demasiado tiempo, que ya no te puedes permitir seguir siendo; te rodearán en el velatorio los parroquianos habituales de tan insigne lugar, inmejorables compañeros de duelo a los que mirarás desde tu mesa de reojo, midiendo lo que aún te separa de ellos, una distancia ínfima que se puede acortar aún más si sustituyes el café que sigues tomando, aferrándote a una de tus más sagradas tradiciones, por los vapores de alguna bebida alcohólica de alta graduación...

Y, después de esta simulación de la catástrofe, volverás a casa tranquilo, reconfortado, dispuesto otra vez a ser, cuando el sol despunte en una nueva mañana, el tipo correcto e intachable que siempre ofrece una sonrisa, que se desvive por agradar a los demás, tras cuya fachada pulcra e inmaculada nadie podría adivinar los abismos que se agitan...

Dos vidas, dos cronologías corriendo paralelas... ¿Cuál de ellas es la verdadera, la más auténtica? ¿Cuál te define más, cuál dice mejor quién eres? ¿Cuál, al menos, ha ocupado más tiempo de eso que llamas tu vida?




viernes, 28 de octubre de 2011

Ver. 3.51


Dedico estos días a actualizar la cartografía del mapa de mi fragilidad; a añadirle nuevas carreteras con nombre de mujer (¿no lo son todas, acaso?) que llevan al mismo, desolado solar de tantas otras veces, adentrándose más allá de todo terreno asfaltado hacia la maleza primigenia donde habitan los fantasmas. Repaso asimismo viejas travesías por las que ya raramente circula algún recuerdo, y encuentro en ellas las razones inmemoriales de este eterno (di)vagar, esta deriva que acumula ya tantos kilómetros sin llegar a parte alguna. Imprudente, cometo exceso de lentitud en todos los radares del alma, y no dejo ni un solo punto negro sin recorrer, demorándome en la contemplación de las ruinas humeantes que, aún hoy, siguen ardiendo en los márgenes de toda carretera conocida...  

Quizá al final del trayecto sólo nos espere un cementerio de automóviles, donde hacinar los restos de tanto vehículo siniestrado -tanto empeño estéril- junto a los de los demás. En todo caso, sólo hay una verdad, que es la verdad eterna del camino:

Hay que seguir conduciendo.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Plebiscito popular

"Matar" (pónganse todas las comillas que se desee) al eterno joven enamoradizo, cargado de heridas y con un pasado de privaciones a cuestas, lastrado permanentemente por una fragilidad incapacitante, niño perdido en un mundo de adultos. Matarlo, o al menos objetivarlo, mirarlo desde fuera, hacerlo personaje de una historia de perdedores de esas que tanto le gustaba leer (y aspiraba algún día a escribir), imaginándose (anti)heroico protagonista de las más tristes y bellas hazañas. Mirarlo con simpatía y un punto de compasión, y asumirlo hijo infortunado, parte vulnerable -talón de Aquiles- de uno mismo, a la que abrazar y consolar de tanta derrota. O, de nuevo, matarlo, y ser sólo el otro: un personaje ficticio, desprovisto de pasado, libre de escribirse a sí mismo donde y como le venga en gana, de adoptar un nuevo nombre y una nueva nacionalidad por la mera tozudez de su deseo... Teniendo en cuenta, no olvidando, que el otro sólo puede existir en Cualquier Otra Parte.

¿Hace falta dar nombres?

martes, 25 de octubre de 2011

Se acerca el invierno...

El frío sana, consuela, refugia; desdibuja la realidad, le redondea las aristas más afiladas, le cambia la fisonomía hasta hacerla (felizmente) irreconocible. Vuelve el tiempo de los cafés y el mundo en las ventanas, la leve ensoñación en la que perder de vista la vida y los amores no correspondidos (el primero, el amor no correspondido por la vida), la literatura como bálsamo con que enjugar las heridas recaudadas en la reciente, veraniega trifulca con la realidad... Brilla la posibilidad de un nuevo comienzo; uno de tantos, siempre por estas fechas, circunscritos al ámbito de la mirada, de la narración interior con que uno se va contando, casi deshilachando... Soltando lastre, en alas de este invierno (en esta ciudad sólo existen dos estaciones: un verano largo y achicharrante y un invierno suave que más parece un otoño prolongado) que se acerca inminente...

Indigestión (En un café, 7)

Todo el mundo tiene un pasado, pensaba el escritor al observar, por ejemplo, la inverosímil motocicleta de alta cilindrada que conducía la tímida, casi modosa camarera de su cafetería favorita; ese pasado dificultaba, como tantas veces antes, que él pudiera pensar seriamente en "hacerse persona" (real, además) a su lado. Es la pesadez de los hechos consumados, la propia pesadez de la vida la que le impide dar el paso hacia ella -hacia la camarera, hacia la vida misma-, carente de esa flexibilidad, ese presente eterno de los personajes que no llegan a devenir personas, de la vida felizmente detenida en la mirada. Pero dónde encuentro personajes, dónde personas sin historia, concluye el escritor, tratando de engullir con dificultad, en un trago del café, su propio pasado.

lunes, 11 de abril de 2011

Primavera, 1


Con el cambio de estación, las cosas entran en un estado de efervescencia; no son propiamente ellas mismas, sino que, como en una doble o triple exposición, es posible atisbar en ellas lo que fueron (en un pasado que parecía ya inalcanzable) y lo que podrían ser (en cualquiera de los múltiples, vagos futuros que se le despliegan a uno tentadores al paso). Los perfiles se desdibujan, la costumbre se relaja y la mirada se enlentece, enredándose con indolencia en todo lo que toca, desrealizando la realidad habitualmente tan pesada, saciada de sí misma; el resultado es un mundo casi fantasmal, gozosamente surrealista, esculpido con la técnica del puntillismo, donde las cosas al paso laten y vibran con el magma que lo sacude a uno por dentro, vertiéndosele desde los ojos hacia la ciudad de nuevo promisoria... Al calor rabioso del día sucede una brisa vivificante en la noche; el cuerpo no sabe hacia cuál de los dos polos inclinarse, y la carne se le inflama de sueños tan postergados, soñados de nuevo por primera vez. La máquina del tiempo se ha vuelto a poner en marcha, y durante unos días afortunados será posible revivir el descubrimiento de la primera (única) primavera, ésa inmemorial y eterna que, unos días al año, se manifiesta en todo su esplendor para goce del cuerpo y el alma...

domingo, 10 de abril de 2011

Fragmentos, 5


Buscando una imagen-refugio, una imagen-hueco en la que guarecerse de las tormentas que le descargan a uno por dentro estos días, reparo en una estampa añeja, barnizada en tonos sepia por la memoria, que de pronto se despoja del polvo de los años y crece vertiginosamente, succionándolo a uno hacia un pasado de nuevo tan vivo...

Pongamos que hablo del 90. El adolescente que pasa con su familia las vacaciones de verano en una localidad de la costa malagueña es aún un niño, carne ardiendo de futuro, pura expectativa desplegada imaginariamente en mil caminos posibles, manoseados en noches interminables conquistadas al sueño. Lo vemos, la noche de autos, en la puerta de un restaurante donde sus padres y hermana adormecen el hastío estival, un poco enfurruñado por la discusión que ha provocado al pretender quedarse en el apartamento de alquiler para ver el acontecimiento televisivo del año, la retransmisión de un concierto de una entonces emergente Madonna. Contrariado, el joven prefiere la calle y la soledad de la noche al interior sobreiluminado del bar-restaurante; rezongará de un lado a otro, sin hacer nada en particular ni alejarse demasiado, sólo manifestando en su lenguaje corporal -su desganado andar y desandar el mismo camino circular hacia ninguna parte- su absoluta y orgullosa disconformidad con el mundo... Sin embargo, algo en la noche a su alrededor, perfectamente anodina, le irá ganando poco a poco, atrayendo su atención crecientemente, hasta tenerlo del todo hipnotizado... No es nada concreto, y desde luego nada que pueda expresar con palabras con tan escasa edad y experiencia (su yo futuro, tras tantos años amasando el lenguaje, tampoco tendrá muy claro cómo describirlo); es, si acaso, una sensación vaga, inasible, una poesía sutil e indefinida flotando en el aire nocturno, enlenteciendo el ritmo de las cosas (los paseantes lentos en el aire cálido del verano), enseñando a la mirada a mirar de otra manera, a identificar otros matices, a ver lo invisible... Profetizando, quizá, tantas tristezas futuras, suavemente amortiguadas por una soledad que se empieza a reconocer condición esencial -y no mera vestidura estacional del adolescente-, y que proyecta su sombra alargada sobre los años por venir...

Uno querría entonces vivir eternamente en esa imagen, congelado en esa noche de verano, dedicado a rendir cuentas a ese joven triste que, en realidad, no ha andado tanto camino desde entonces (pero a quien, a veces, tanto cuesta sostenerle la mirada). Y recibir así una y otra vez el bautismo de ese momento fundacional, si es que en verdad hay sólo uno: el descubrimiento, consciente pero aún no adulto, de la fragilidad del yo frente a un mundo tan incomprensible como pleno de belleza...

sábado, 9 de abril de 2011

Deseo, 14

Mirándola de lejos -sin que ella se sepa observada-, viéndola apartarse el pelo del flequillo con la mano, en ese gesto eterno y eternamente irresistible dentro del bestiario de seducciones de la mujer, pienso en lo esencial y básico y primigenio del deseo (desprovisto, además, del epíteto que lo reduce al ámbito sexual): el puro deseo de poseer para uno -y sólo para uno- esa belleza y esa gracia inconscientes y a la vez oscuramente sabias, acariciar ese cabello al que el sol arranca cegadores destellos rojizos, sumergirse en esos ojos que prometen liquidas y azuladas profundidades... Ese deseo desbarata al instante cualquier construcción intelectual en la que se lo quiera encerrar; también, ay, este pequeño, apresurado curioso-pensar garrapateado sobre un papel con urgencia...

Deconstruyendo la ciudad


Al caminar la ciudad, la mirada debe ir por delante; hendiendo el aire para abrirle paso a uno, hallando los huecos en la realidad que permitan moverse de aquí allá, de este fragmento de realidad a aquel otro, conquistados, antes de que el pie marque su huella sobre ellos, por el poder allanador de la literatura. La realidad en bruto es inhabitable, a no ser sorda, insensiblemente; mejor refinarla en minúsculas instancias narrativas plenas de resonancias, donde el vivir se despliegue en todas las posibilidades cromáticas del espectro... Sólo así, fabricando huecos a golpe de mirada, avanzará uno en su siempre dificultoso camino hacia ese lugar que está tan dentro como fuera, en el que la presunción de culpabilidad, sobre el mundo y sobre uno mismo, queda en suspenso, y donde un día, quizá, pueda uno finalmente perdonarse y ser...

martes, 5 de abril de 2011

El habitante del mañana, 7


Al pasear las calles tan holladas del presente -ahora ya pasado-, uno sentía como una vibración moviendo el suelo bajo sus pies, desdibujando las fachadas de los edificios, descorriendo el velo de la ciudad conocida como si fuera una simple ilusión, entre cuyas rotas costuras se pudiera ver al fin la brillante realidad de la ciudad futura, aquella que lo esperaba para concederle una vida mejor en algún punto impreciso del porvenir...

miércoles, 30 de marzo de 2011

El habitante del mañana, 6


A las doce de la noche, la ciudad debe cambiar.

Suenan las campanadas, lentas, maliciosas. Retumban sobre calles prácticamente vacías, donde los escasos transeúntes apresuran el paso hacia sus hogares, con gestos que mezclan la recriminación por el descuido con un punto de diversión, casi de juego. Algunos coches han quedado retenidos en un atasco; sus conductores ya saben que deberán detener los motores y armarse de paciencia, oscurecer todas las lunas (más para no ver lo de fuera que para no ser vistos desde fuera) y disponerse a pasar una hora interminable incómodamente pertrechados en sus vehículos. Algunos aprovecharán para dormir una siesta improvisada, hasta que el puntual sonido de las bocinas, una hora después, los despierte con su clamar desabrido. Como compensación, serán los primeros ciudadanos en ver y desplazarse por la ciudad nueva (lo que originará no pocas dificultades a la hora de encontrar el camino de vuelta a sus casas). Como castigo, deberán pagar una pequeña multa municipal, ya cargada a sus matrículas, perfectamente identificadas por la tupida red de cámaras que acribillan de miradas indiscretas la ciudad oscura...

El habitante del mañana, 5


El mundo del mañana está hecho de dulces regresos a casa tras la jornada de trabajo, de libros hojeados y devueltos a la estantería con un "todavía no" en los labios, de amores más grandes que la vida imaginados con cada bella desconocida al paso, para luego seguir caminando sin mirar atrás. Es el reino de la potencialidad absoluta, de todo lo que podría ser y (aún) no es, aplazado con indolencia para un día de mañana que, sinceramente, nadie espera que llegue. Los habitantes del futuro combaten así el paso del tiempo, deteniéndolo en última instancia; si ellos no hacen nada, piensan, el tiempo no podrá transcurrir, pues no le darán excusas para justificar su implacable acción de desgaste; no habrá amores que echar a perder, ni recuerdos de personas y cosas dejadas atrás, ni libros que, una vez escritos, traicionen inevitablemente la inalcanzable, inexpresable idea original...

viernes, 25 de marzo de 2011

"Me" (Paula Cole)

I am not the person who is singing
I am the silent one inside
I am not the one who laughs at people's jokes
I just pacify their egos
I am not my house, my car, my songs
They are only stops along my way
I am like the winter
I'm a dark cold female
With a golden ring of wisdom in my cave

CHORUS:

And it is me who is my enemy
Me who beats me up
Me who makes the monsters
Me who strips my confidence

I am carrying my voice
I am carrying my heart
I am carrying my rhythm
I am carrying my prayers
But you can't kill my spirit
It's soaring and it's strong
Like a mountain
I'll go on and on
But when my wings are folded
The brightly colored moth
Blends into the dirt into the ground

Chorus

And it's me who's too weak
And it's me who's too shy
To ask for the thing I love
And it's me who's too weak
And it's me who's too shy
To ask for the thing I love
That I love (6 times)


I am walking on the bridge
I am over the water
And I'm scared as hell
But I know there's something better
Yes I know there's something better
Yes I know, I know, yes I know

That I love (5 times overlapping chorus)

But it's me
And it's me
But it's me (4 times)

http://www.youtube.com/watch?v=Kw1x4w1t2SQ

El escritor que no sabía mentir


¿Continua, eterna paradoja del gremio o lamentable ejemplo de ética deontológica vuelta contra uno mismo? El hecho es que el escritor, creador de ficciones, mentiroso por vocación, devoción, profesión y hasta por vicio, se encuentra con que luego, a la hora de narrar su propia vida, no puede separarse un ápice de la línea de lo real (es un decir, todos hemos suscrito grandes excesos narrativos, o forzado la verosimilitud de ciertas escenas a la hora de narrarlas a nuestros allegados... pero en esencia, por una suerte de prurito profesional o ética mal entendida, se intenta siempre ser fiel al fondo de lo sucedido; o, dicho con más retórica -y citando a alguna vaca sagrada de la literatura de cuyo nombre no consigo acordarme- "por los caminos de la mentira llegaremos a la verdad")... No me refiero tanto, de todas formas, a la rememoración puesta en palabras de la experiencia ya vivida; sino, más bien, a la proyección de caminos posibles de cara al futuro, o la asunción en adelante de una más de tantas máscaras y tan coloridos ropajes como, en tiempos de mayor desprejuicio narrativo, alegremente se vistieron... Es en ese sentido en el que se da la paradoja: el escritor, capaz de distinguir las ficciones que sostienen y dan identidad a los demás, no es ya capaz de contarse a sí mismo una ficción que le ayude a moverse hacia algo... Por mucho que, si una vez más lo consiguiera, eso le ayudara a despegar(se) del monótono recuento diario de las mismas -y tan reales- mezquindades cotidianas, que hace tiempo lo tienen paralizado, agarrotado, recluido en un espacio cero de la escritura, reducido lamentablemente a sí mismo. La clave de todo esto, me temo, es aquello que aún me niego a aceptar: que el vínculo entre realidad y literatura, tan fecundo en otros tiempos, se ha roto definitivamente... Porque la realidad, ya (tras tantos intentos por salvarla en la mirada, por buscarle las vueltas para no renunciar a ella), no merece ser contada.

Miremos a otro lado, pues... Y, si ya no sabemos contarnos mentiras sobre nosotros mismos, inventémonos personajes que, siquiera en forma vicaria, nos permitan aún vivir esas historias más grandes que la vida a las que, un día, nos creímos acreedores...

jueves, 24 de marzo de 2011

Fall from grace


"No miedo a la soledad; miedo a la pérdida de una soledad que yo había habitado con una sensación de poder, con una clase de ventura que los días no podrían ya nunca darme ni compensar" (Juan Carlos Onetti, "El album")


Si una frase, una sola frase tuviera que decirlo todo sobre uno, ¿cuál elegiríais?...